La gente ya no sabe qué inventarse. Hay qué ver la cantidad de adornos y perendengues que acostumbran en la actualidad algunas personas, con el agravante que muchas veces atentan contra su integridad por seguir una moda o calmar una gana. A través de los tiempos el hombre ha sido amigo de adornar su cuerpo con pinturas, aditamentos, dibujos y tatuajes, pero en la mayoría de los casos se trataba de ornamentos pasajeros con motivo de una celebración o ceremonia en particular, y bastaba con bañarse muy bien en el río para quedar otra vez como el modelo original. Al remontarnos en la historia encontramos que la mujer del faraón, en el antiguo Egipto, solo tenía pelo en la cabeza y para tal menester utilizaba grasa de hipopótamo; pero como ese animal es tan arisco, experimentaron hasta lograr reemplazarlo con un preparado de agua, azúcar y limón. De manera que a tener cuidado con la limonada, porque al evacuarla puede pelarnos el caño.
El culto al cuerpo perfecto se convierte en una manía para algunos y basta ver esos personajillos que presentan casi la totalidad de la piel tatuada con infinidad de grabados artísticos y estrafalarios. Porque desde siempre los marinos han acostumbrado una sirena con una dedicatoria en el bíceps, los presos un corazón con las iniciales de la amada en el pecho y quienes pertenecen a cierta pandilla se distinguen por un tatuaje localizado en un lugar determinado. Los jóvenes también optan por un pequeño tatuaje, casi siempre discreto y de buen gusto, disimulado en un lugar sugestivo.
De un tiempo para acá se impusieron de nuevo los aretes, narigueras y cocianfirulos de metal llamados “piercing”, los cuales son rechazados por médicos y profesionales de la salud, pero que los muchachos se chantan a como dé lugar. Sin duda algunos aritos quedan muy sexapilosos en un ombligo bien puesto, pero atravesar la lengua con un trozo de metal me parece una salvajada. Si brotan lágrimas cuando uno se muerde ese órgano al mascar un alimento, cómo será al momento de instalar el incómodo adminículo. No quiero imaginar siquiera lo que estorban y duelen los que se ponen, hombres y mujeres, en los lugares más íntimos y recónditos que pueda imaginarse.
Nunca escandalizarse porque un hijo adolescente llega con el cuento que quiere ponerse un chuflí de esos, aunque debe abrir el ojo si empieza a llenarse el cuerpo con signos y marcas. Porque es tradición que sectas satánicas y demás camarillas dañinas acostumbren ese tipo de prácticas, además de lavar el cerebro de muchachos que a cierta edad andan en busca de innovaciones. Conocí el video donde un joven paga para que le disparen en el hombro con un revólver, y así poder ufanarse al mostrar la cicatriz a todo el mundo.
Pero la tapa del congolo es la moda de depilarse hasta el último rincón de la anatomía, a excepción de la cabeza. En nuestra cultura por ejemplo se acostumbra que la mujer erradique el vello que aparece en las axilas, controle la aparición del mismo en la cara y otros lugares, y debido a que los vestidos de baño son cada vez más pequeños, se ocupe de que no se asomen pelos indiscretos. Muchas modalidades aparecen al ritmo de la tecnología, aunque todo inició usufructuando la maquinilla de afeitar que mantiene el marido en la regadera. Luego aparecieron diferentes técnicas, como la cera, que hace poner los pelos de punta antes de arrancarlos de raíz. Las más pudientes recurren a depilación con láser u otras modalidades sofisticadas que sin duda son más efectivas.
Mi Dios sabe cómo hace sus cosas y por algo le acomodó al ser humano vello en algunas zonas del cuerpo. Por lo tanto es curioso que ahora se afeiten hasta el último pelo y presenten la horqueta como bola de billar, y surgen estilistas especializados en depilar, con una oferta para el cliente que lo requiera, que consiste en hacer figuras en rincones antaño vetados. Sobra advertir que estas ociosidades son costosas, y hasta se acostumbra que el compañero de la clienta dibuje a mano alzada el monicongo diseñado por él; no falta el que opta por el escudo de su equipo de fútbol o el logotipo del carro preferido. Hay mujeres que no tienen siquiera para comprar una prestobarba, ahora para meterle un dineral a un trabajo de este tipo. Y éso que dizque para la parte de atrás se sube la tarifa, lo que me parece muy raro, ya que por ese lado todo es más chiquito.
Estas prácticas no son comunes entre los hombres, porque imagino que pocos se le miden a que les forren el racimo en cera hirviendo para jalarlo de un tirón y arrancar de un tajo toda la melena. En el recuerdo quedó pues el famoso “gato echao” y relato la experiencia que vivió cierta vez una de mis primas. Se fue al salón de belleza para que le hicieran el bikini, que consiste en depilar los lados del pubis para evitar cachumbos indiscretos, recomendó muy bien al estilista que fuera cuidadoso y se entretuvo con una revista. Pero cual sería el disgusto cuando miró hacia abajo, y solo le quedó exclamar:
-¡Brutas!, este mariquetas me dejó como el Palomo Usurriaga.
pmejiama1@une.net.co
2 comentarios:
la imagen que ha dejado grabada al señalar un racimo cubierto en cera hirviendo y un horqueta como bola de billar serán muy difíciles de borrar
Durante un tiempo quise hacerme un piercing. Al final no me lo hice, pero ahora me alegro.
No entiendo como la gente hace tantas locuras por ser "rebelde" y "diferente" cuando en realidad solo estan siguiendo tendencias insulsas con las que se llenaran los bolsillos de unos pocos.
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