lunes, agosto 13, 2007

Oficios varios.

Por lo complicado que es conseguir trabajo la gente ha cogido la maña de responder, ante la pregunta del empleador acerca de para qué tipo de cargo se ofrece, tratar de coparlos todos al optar por el que llaman ahora oficios varios. Como quien dice, para lo que sea necesario con tal de que lo enganchen. Pero ahí es donde la embarra el desesperado aspirante, porque el psicólogo encargado de evaluar el personal, cuando alguien asegura saber de todo, de una vez lo chulea y queda descalificado. En cambio antes sí era común el cliente que se le medía a lo que fuera, y la gente decía que fulanito servía hasta para remedio. Para la muestra…

*Pues sí dotor, yo me la paso todo el día aquí recostao en este murito, mientras espero que aparezca algún amigo p’a ponenos a recordar cómo era esto por aquí ahora años. Con decile que estamos tan viejos que ya a la catedral tuvieron que reforzala quisque porque se iba a venir abajo; y hasta los emboladores se modernizaron, ya que la cajita tradicional fue jubilada por esos bancos metálicos con un guardadero p’a meter el betún y los cepillos. En mi época los emboladores éramos muy conocidos y uno podía vivir con lo que dejaba ese destino.

Con decile que no era necesario movese de aquí porque la clientela era fija. Por ejemplo muchos ricos que tenían oficina cerca al parque de Bolívar, se la pasaban era paraos en una de estas esquinas y ahí mismo palabriaban los negocios. Llegaban en el carro, lo parquiaban alrededor de la plaza y empezaban a negociar con el que les interesara. A cada rato se metían a un café a tintiar y a la oficina sólo subían cuando necesitaban entrar al baño, llamar por teléfono o a ponele pirinola a la secretaria. Lo cierto es que todo mundo trabajaba en el centro, y p’a cualquier diligencia también era necesario venir hasta aquí.

La gente andaba bien vestida y hasta los mensajeros se hacían embolar a diario, a diferencia de ahora que acostumbran unos zapatos deportivos que se limpian con un trapo mojao. Si aquí el negocio estaba flojo, bastaba con dase una vuelta por los cafés y cafeterías donde abundaba la clientela. Yo a media mañana me daba una pasada por muchos almacenes donde los comerciantes lo trataban a uno muy bien, así no necesitaran el servicio. Cogía por la 23 y dentraba a saludar a don Evelio Mejía, en el Artístico; a don Aurelio Restrepo que cazaba clientes en la puerta de su negocio; don Gregorio Jaramillo medía metros de tela; en La Colmena don Antonio Llano y doña Pepa despachaban mercados; y así me iba hasta el parque de Caldas donde hacía la última visita a don Benjamín López. Además, podía uno asomase por cualquier oficina o negocio y nadies lo trataba mal. Es que esa sí era gente, ¿oiga?

Pero fue hasta que el negocio se perratió porque llegaron unos colegas de mala clase y empezaron a vender vicio. Lo pior es que todos quedamos señalaos como jíbaros. Recuerdo cuando en el festival de teatro hacían por las noches tremendas pachangas aquí, en la plaza de Bolívar, y había qué ver la cantidá de mechudos fumando maracachafa. Como no había baños, cuando ya estaban jumaos se metían al atrio de la catedral y dejaban eso todo empuercao. Eso fue hasta que un Monseñor se salió de los chiros y les metió severo regaño; hasta ahí duró la guachafita.

Como yo antes había cargao mercaos en la galemba, conocía mucha gente y las señoras me utilizaban como mandadero o p’a haceles arreglos en las casas. Diga usté coger goteras, colgar lámparas, destuquiar tuberías, ajustar bisagras, virutiar y encerar pisos, limpiar terrazas, arreglar prados, jardiniar, blanquiar paredes, despercudir escusaos, bañar perros, trastiar muebles pesaos, lavar ventanas y todo lo que se ofreciera. Lo mejor es que me tenían mucha confianza y conmigo podían mandar plata o cualquier ojeto de valor.

En otra época hice de guachimán por las noches, pero ese destino es muy berriondo porque la trasnochadera lo acaba a uno y además la calle se puso muy peligrosa. Se la pasaba uno lidiando con borrachos y ladrones, y había veces que no alcanzaba a guardar el machete cuando había que rastrillalo otra vez. Qué cosa tan jodida. Entoes me dediqué a cuidar carros en la carrera 23, por los laos del Palacio Nacional; cuando eso el negocio era muy bueno porque la gente podía parquiar donde le provocara, y uno trabajaba en cualquier parte sin que nadies viniera a pedile plata ni a vendele el derecho a una cuadra determinada. Porque le cuento que eso ahora lo maneja una mafia que usté ni se imagina.

Hombre… esto ya no es lo de antes. Recorro cuadras y no distingo a nadies. A veces cierro las vistas y me parece ver a Margarito tongoniándose por la mitad de la calle; a la loca María echando madres; a Nazario sobándose los bolsillos y dándose bendiciones; o a Quijano con un cartapacio debajo del brazo. Fíjese que ya ni personajes típicos quedan. En cambio hay raponeros, vendedores ilegales, pájaras, gamines, oportunistas y desempleados hasta p’a tirar p’a la jura. Las únicas que siguen ahí, tan campantes, son las palomitas. Mírelas no más.
pmejiama1@une.net.co

2 comentarios:

Jorge Iván dijo...

Así es amigo Pablo. Hoy en día esos personajes se hacen llamar "toderos" porque dicen que se le miden a todo como si fueran malabaristas del trabajo; pero a la larga sólo hacen uno a la perfección: mamar gallo.

Lo mas rentable y seguro hoy en día es ser "vagos varios" como vos y yo.

Anónimo dijo...

Agradezco los amables comentarios de mis lectores; los leo con mucho interes.
PabloM