miércoles, agosto 29, 2007

La tecnología embiste.

Le queda como tarea a un especialista en niños, podría ser un pediatra, que escoja un tema bien novedoso para realizar un trabajo de investigación que rompa esquemas. Se trata de descubrir dónde está localizado el chip electrónico que traen incorporado los nacidos a partir de las últimas décadas del siglo XX, y el cual a medida que pasa el tiempo viene corregido y aumentado. Porque no cabe duda de que dichas personas, pero sobre todo los niños de ahora, son superdotados cuando de tecnología se trata. Si un adulto se enreda al tratar de cambiar el timbre del celular, el mocoso lo coge, y así no conozca el modelo del aparato, en par patadas le programa todo lo necesario. Para ellos es innato el trato con computadoras o cualquier tipo de equipo electrónico.

Lo contrario sucede con muchos adultos, entre los que me incluyo, para quienes las instrucciones de un aparato de este tipo son un misterio absoluto. Nosotros desaprovechamos la mayoría de funciones que ofrece el televisor, el VHS, el equipo de sonido o el DVD, lo que podemos comprobar al notar la cantidad de teclas que tiene un control remoto, de las cuales solo utilizamos la del encendido, la de cambiar canales, el control de sonido y otras pocas que sirven para funciones sencillas. De ahí en adelante el moderno chuflí ofrece diferentes opciones las cuales, con tal de no tener que entender cómo funcionan, preferimos ignorar.

Hay que ver en un hogar moderno la cantidad de controles remotos que existen. No falta el fulano que tiene uno hasta para abrir y cerrar las cortinas, y supe que se consigue una chimenea con un mando a distancia con el que se puede encender, aumentar o disminuir la llama, y luego apagarla sin tener que vaciarle un balde de agua encima. Atrás quedaron entonces los zurullos de periódico, la voleada de china, la briega con los tizones para tratar de que echen llama y todo ese camello que representa encenderla con los métodos tradicionales. Lo peor es que nos acostumbramos a esos pequeños mandos llenos de funciones y cuando alguno falla, debemos mandarlo a arreglar de inmediato porque la vida se dificulta sin su ayuda. Hoy parece mentira que alguien se tuviera que levantar de la cama a cambiar de canal o a apagar el televisor; en cambio muchos acostumbran dejar el aparato encendido mientras concilian el sueño, confiados en ese botoncito que inventaron para programar el auto apagado a una hora determinada.

Pero así como a los adultos se nos dificulta el manejo y la comprensión de las funciones de esos cocianfirulos, los muchachitos se peinan con el asunto y cuando insisten en explicarnos utilizan un lenguaje que no es compatible con el nuestro. Y hay que ver la cara que ponen los zambos cuando les hacemos una pregunta cuya respuesta es absolutamente obvia para ellos. Uno aprende por ejemplo a prender la computadora, se defiende con los programas que utiliza con regularidad, después de recibir instrucciones le coge el tirito al internet, sabe cómo imprimir un documento, transfiere fotos desde una cámara digital y hasta se da el lujo de compartir algún truco con un amigo, pero ¡ay! de que la máquina muestre alguna irregularidad o se bloquee por cualquier causa.

Hasta ese punto llega nuestra destreza porque desconocemos el oscuro mundo de la tecnología informática, por lo que no queda más que pedir cacao a un hijo, sobrino o cualquier otro menor que tengamos a mano. Si no cuenta con esa facilidad entonces debe llamar al técnico, el cual muchas veces llega a su casa, prende el equipo, en dos minutos teclea algunas instrucciones que lo dejan perfecto, para luego proceder a cobrar por el servicio. Por algo dicen que el que sabe sabe. Si el hijo vive en otra ciudad, como es mi caso, las instrucciones se reciben vía telefónica o por el novedoso chat. El muchacho empieza a dictar instrucciones con una propiedad pasmosa mientras no entiendo de qué carajo habla, hasta que me toca interrumpirlo para recordarle que no tengo ni remota idea de lo que es un spam, que ni siquiera me imaginaba que en la red existiera una cosa llamada parche para combatirlo, que no tengo noción de cómo bajarlo y mucho menos voy a conocer la forma de instalar esa pendejada.

Entonces pienso que si con lo poco que aprovechamos los ignorantes las posibilidades que ofrece una computadora basta para enviciarnos a ella, hasta llegar al punto de no poder prescindir del aparato aunque sea una mañana, cómo será quienes conocen su manejo a fondo. Después de navegar en internet la vida cambia porque el mundo queda al alcance de un clic, aunque es muy delicado que los menores tengan acceso a unas imágenes que a mi edad nunca pensé que llegaría a ver. Así uno esté solo, hay videos que lo hacen poner colorado.

Ahora me entero de que están a punto de implementar el envío de sensibilidad vía internet. Si en la actualidad con solo imagen y sonido las orgías cibernéticas son el pan de cada día, cómo será metiéndole mano (y otras presas) al asunto. Y aunque con la tecnología todo es posible, no falta el escéptico que diga que eso es pura paja.
pmejiama1@une.net.co

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pablo:
Ese chip es verdad y debe estar al ladito de la batería que dura hasta la pubertad, que es cuando se apaga y deja al sujeto en la idiotez.
Sobre la moderna tecnología se llega a extremos como los de un amiga, que descubrió que la única manera de apagar la "radiola" sin tener que preguntarle a los hijos, era jalando duro el cordón de la corriente, para desconectarla.
JuanCé

Jorge Iván dijo...

Hombre Pablo. Estos cambios tecnológicos verdaderamente son una maravilla, así nuestros precarios conocimientos nos alcancen para llegar a chuzógrafos profesionales en todos estos procesos. Eso sí, la prendida electrónica de una chimenea es lo mismo que hacer un sancocho en una olla arrocera. Definitivamente Hay manualidades irremplazables.
¿Y que tal los cambios electrónicos en los motores de los carros? En estos días me paró la vial y me preguntaron por "la herramienta", les contesté, la única herramienta necesaria para los carros de hoy es un celular, para llamar la grua. Viendolo bien el señor tiene hasta razón, le dijo el uno al otro, y seguí.