martes, agosto 12, 2008

Bitácora desde el cautiverio (I).

Desde hace un tiempo en nuestro país no pasa un día sin que oigamos hablar de acuerdo humanitario, secuestrados, diálogos de paz, comisionados y facilitadores, países amigos y demás frases o palabras que tengan que ver con ese flagelo absurdo e inhumano que agobia a nuestra sociedad. Puede sentirse el clamor de un pueblo que definitivamente se mamó de la guerra, la inseguridad y la violación de los derechos humanos desde todos los flancos, y solo nos queda esperar que los alzados en armas reconozcan ese sentimiento de hartura y saturación que reflejan las marchas y voces de protesta de una sociedad unida en el rechazo.

Es común oír en la radio los angustiados mensajes que los familiares envían a sus seres queridos que permanecen secuestrados, o las entrevistas que les hacen en televisión cuando aparecen en cámara con la foto de quien no pueden abrazar desde hace tanto tiempo. Entonces los que oímos la información pensamos un momento en lo que será vivir esa experiencia, además de que durante las noches frías y lluviosas no podemos dejar de imaginarlos en unas condiciones tan difíciles para cualquier ser humano.
Después de muchas conjeturas acerca de lo traumático que es para una familia enfrentar dicha situación, pude asimilarlo mejor cuando leí el libro Bitácora de un secuestro. Editado por el Fondo Editorial de la Universidad EAFIT, recoge las cartas y escritos que dejó un ciudadano ejemplar, Gilberto Echeverri Mejía, quien perdió su vida mientras luchaba por alcanzar el sueño de tener un país más justo y equitativo. Después de haberle prestado sus servicios a Colombia desde el sector público y privado, decidió que antes de jubilarse para disfrutar de un retiro tranquilo al lado de su familia, podía desempeñar un último papel como comisionado de paz en su departamento, Antioquia.
En el año 2002 la guerrilla tenía bloqueados varios municipios antioqueños y en compañía del Gobernador de ese entonces, Guillermo Gaviria, el señor Echeverri participó en una marcha pacífica que proclamaba la no-violencia como medio de disuasión contra la insurgencia. Acompañados de organizaciones no gubernamentales, la Iglesia Católica y ciudadanos del común, vistieron de blanco y se fueron en busca de un diálogo con los comandantes de los grupos guerrilleros que operaban en la región. Por ello en su momento los acusaron de dar papaya y meterse en la boca del lobo, aunque por fortuna la mayoría de los ciudadanos entendimos su buena voluntad y entrega incondicional.
Lo que es la vida. Después de una existencia intensa y productiva, porque fue Embajador de nuestro país en Ecuador, Director del SENA, Ministro en dos ocasiones, Desarrollo y Defensa, Gobernador de Antioquia, Consejero presidencial para asuntos sociales, además de generador de industrias, partícipe de campañas cívicas y empresariales, gerente de compañías y miembro de muchas juntas directivas, el destino le pagó con una moneda que definitivamente no merecía. Y pensar que cuando él se unió a la marcha, en Santafé de Antioquia, una calamidad doméstica lo hizo dudar y quiso regresar a Medellín, pero sus familiares y amigos le informaron que ya el asunto estaba resuelto y podía seguir adelante con su labor. Cuando se produce la retención, en un primer momento ambos están convencidos de que se trata de algo pasajero mientras se realizan las conversaciones que buscaban con la marcha, pero al poco tiempo se enteran de que hacen parte del grupo de canjeables que tiene la guerrilla.
Entonces empieza un martirio que solo después de leer sus notas, puede asimilarse aunque sea un poco esa angustia aterradora. Porque la escritura de cartas para familiares y amigos, además de un ensayo sobre la educación en Colombia, fueron el bálsamo que lo mantuvieron en contacto, aunque fuera imaginario, con la realidad del mundo exterior. El señor Echeverri escribía casi a diario, aun consciente de que sus cartas solo saldrían en el momento que hubiera envío de pruebas de supervivencia, lo que ocurrió en muy pocas ocasiones. Por ello es que dichas misivas conformaron una especie de diario que su familia muy amablemente aportó para la edición del libro en mención, con la reserva lógica de las que fueran eminentemente personales.
Lo que sí queda muy claro en este documento es que la mayor cabecera del secuestrado es precisamente la preocupación que enfrenta su familia por tan delicada situación, porque al menos él tiene claro las condiciones en que sobrevive. Muy diferente a quienes quedan en casa que no dejan de preguntarse en todo momento si está aliviado, si lo alimentan bien, si tiene un techo para resguardarse de la lluvia, si lo maltratan y lo más angustiante: si su organismo ha resistido tan dura prueba. Y como la vida de la familia sigue adelante, también hay que preocuparse por el aspecto económico y demás minucias del día a día. Por ejemplo el doctor Gilberto gestionaba en esos días su pensión de jubilación y debió redactar un certificado de supervivencia con firma y huella dactilar, y solicitó a su compañero de cautiverio, el Gobernador Gaviria, que firmara como testigo del documento. También redactó autorizaciones para el banco, instrucciones para pago de impuestos y demás obligaciones tributarias. Lo triste es que muchos documentos no fueron aceptados y otros nunca llegaron.
Sigo en la próxima entrega con detalles de este escalofriante testimonio.
pmejiama1@une.net.co

1 comentario:

Jorge Iván dijo...

Hay pérdidas que duelen, pero la de Gilberto Echeverri Mejía, arde y consume.