Es imposible asimilar, sin vivirla en carne propia, la angustia y desesperación que viven quienes enfrentan el flagelo del secuestro. Sin embargo al leer el libro que lleva el mismo título de este escrito pude aproximarme un poco a esos momentos de aflicción, desesperanza y dolor, que en ocasiones se combinan con sentimientos de optimismo, ilusión y expectativa. Lo que sí queda claro es que la mayor preocupación del secuestrado es el bienestar de su familia y por ello es tan cruel que no les permitan enviar pruebas de supervivencia con regularidad para mitigar la ansiedad de sus seres queridos.
En todas sus cartas el señor Gilberto Echeverri Mejía trata de tranquilizar a su esposa, hijos y amigos cercanos. Mensajes positivos que reflejan un espíritu alegre y optimista, donde habla de la belleza de las selvas, asegura que la comida es aceptable, el tambo donde pasa sus noches acogedor y seguro, que no tiene problemas de salud y hasta alaba las largas caminadas porque le sirven para mejorar su resistencia física. Nunca una queja, un reflejo de depresión o malestar; claro que con el paso del tiempo su estado de ánimo manifiesta los cambios naturales causados por la incertidumbre. En un principio parecía muy tranquilo y confiado en su pronto regreso, pero después, al enterarse de que hace parte del grupo de rehenes canjeables aparece la preocupación, hasta que su espíritu empieza a flaquear cuando debió aceptar que el asunto iba para largo.
Queda comprobado al leer esta especie de epistolario lo vitales que son los mensajes radiales que envían los familiares, y la trascendencia que tienen las noticias referentes al conflicto armado para quienes están retenidos. Mientras que para los ciudadanos del común es una noticia más enterarse de que el Comisionado de paz dice, el Presidente advierte, la Iglesia propone, el ex presidente fulano convoca, los países amigos ofrecen, y entre tanto la guerrilla rechaza y responde con atentados, para el secuestrado y su familia estos informes son motivo de inmensa alegría, o momentos de angustia y desesperanza. Los famosos “inamovibles” son una tortura para ellos.
Una faceta muy humana de quienes sufren este proceso infame es la camaradería que nace entre ellos al compartir la desgracia. Para Gilberto Echeverri y el Gobernador Gaviria fue un beneficio compartir cautiverio con un grupo de miembros de las fuerzas militares, porque mientras ellos dos les enseñaban inglés, literatura y cultura general, los jóvenes militares se encargaban de colaborarles en todo lo necesario, hasta el punto de no dejarlos siquiera lavar los platos. Cuando llegaban a un campamento nuevo les organizaban la cama, un improvisado escritorio, y en los desplazamientos se encargaban de sus equipajes. Siempre demostraron respeto y lealtad, en medio de la familiaridad que nace de compartir un pequeño espacio para sobrevivir a las adversidades de la selva; cumplían la rutina diaria con disciplina militar y agradecían las enseñanzas recibidas de sus eminentes compañeros. Con respecto a esa rutina, en varias oportunidades se refiere a ella en sus cartas y relata cada momento del día desde que se levantan al amanecer, hasta el momento de acostarse en las noches; además describe los diferentes campamentos, los animales que encuentran en el entorno, el trato con los carceleros, los agotadores desplazamientos, la forma como celebran las fechas importantes, los momentos de zozobra y tensión, y la monotonía de una existencia donde el tiempo parece estancado.
La mayoría de estas cartas nunca fueron enviadas y por fortuna las recuperaron después del fallido intento de rescate a sangre y fuego, donde los rehenes fueron fusilados vilmente por sus captores. De milagro unos pocos quedaron heridos y lograron sobrevivir a la masacre, y en la requisa del campamento encontraron de casualidad las hojas embarradas que contenían este documento que describe a la perfección todos los momentos que vivió Gilberto Echeverri en su cautiverio.
Las notas que dirige a sus pequeños nietos son una lección de vida, ya que debido a su corta edad ellos no comprendían la realidad de la situación y por lo tanto utiliza un lenguaje tierno y simple para trasmitirles sus sentimientos. A Camila, la nieta mayor, le habla desde el corazón para explicarle sobre su condición de adolescente y le da consejos para que enfrente la vida y sepa defenderse. A los dos hijos varones les recuerda sus enseñanzas y a Lina María, la mayor, que siempre fue su confidente, socia, amiga y sin duda la niña de sus ojos, no se cansa de mandarle instrucciones para que siga con el manejo de los asuntos familiares. A Yaya, su mujer, no deja de infundirle optimismo e insiste en que debe salir, divertirse y nunca comportarse como una viuda.
La última carta la escribe cuatro días antes de morir en el intento de liberación y sin duda es una especie de testamento, de premonición. Textualmente dice a su mujer: “…le ruego a Dios que me permita partir para que mi gente pueda volver a la normalidad”. Supe por Lina, su encantadora hija, que quienes lograron sobrevivir relataron que su padre estaba anoréxico y solo pesaba 47 kilos. El secuestro logra minar la fuerza, pujanza, entereza y recia personalidad de hombres como él, y es por ello que esta etapa de Colombia será una vergüenza histórica para nuestra nación. pmejiama1@une.net.co
2 comentarios:
Tiene toda la razón... vergüenza es lo que nos debería dar...
Dios mio, las cosas que hay que leer y las emociones que hay que contener.
Ellos están en el sitial digno y sus asesinos siguen arrastrándose por la selva como culebras.
Gracias Pablo por esta conmovedora columna.
Publicar un comentario