martes, agosto 04, 2009

Paciencia y resignación.

Del sistema de salud de nuestro país se quejan la mayoría de usuarios. Un círculo vicioso que no lo deja pelechar debido a que cada entidad le echa la culpa a otra porque no le cancela los servicios prestados, lo cual infortunadamente es cierto, y así terminan los pacientes con una atención deficiente y quienes trabajan para la salud en una situación asfixiante cuando les incumplen con el pago de sus salarios; no puede entenderse cómo hace por ejemplo una enfermera, que no tiene otro ingreso diferente a su salario, para capotear la situación cuando la nómina se retrasa seis u ocho meses.

Con la suma de calendarios acumulamos males y achaques, y basta con mirar la mesa de noche para aterrarnos de la cantidad de medicamentos que debemos tener a mano. Reconozco que la seguridad social me ha tratado bien, a pesar de los remedios que debo costearme porque la EPS no los tiene disponibles. Aunque el médico los receta y están incluidos en el POS, en la farmacia responden ante la solicitud que no los hay; hasta me recomendaron que mejor comprara alguno porque hace seis meses no les llega. Por su módico precio no justifica poner una tutela, aunque súmelos todos y cómprelos cada mes, de por vida, para que vea la rentica que representan.

Mi padre se gastaba la mitad de su pensión en comprar medicinas para él y mi mamá. Aunque reclamaban mensualmente en la EPS una talegada llena de medicamentos, a la droguería debían llamar a diario a pedir los que faltaban. Por lo tanto puedo asegurar que en sus últimos años la salida diaria de mi mamá era a pedir citas y reclamar remedios, exámenes, radiografías y demás diligencias relacionadas con el tema. Entonces recurría a Rodrigo, el conductor que trabaja para mi hermano, para que la llevara a hacer los mandados o en algunos casos se los encargaba a él.

Rodrigo todavía se ríe a carcajadas cuando recuerda esas salidas. Un día mi mamá le dijo a mi padre que ahí estaba Rodrigo para que le hiciera los encargos. El viejo estaba conectado al crucigrama y ni siquiera parpadeaba, mientras ella le insistía para que les parara bolas, hasta que no se aguantó más, le arrebató el periódico y le preguntó iracunda: Oiga viejo, ¿usted fue que se engüevonó con eso? Rodrigo tuvo que salir a reírse y casi no puede regresar a recibir las instrucciones. Otro día se fue el hombre a pedir una cita y la señorita que lo atendió le dijo que mi mamá aparecía como fallecida. Él muy seguro le dijo que ni riesgos, que venía de hablar con la señora, pero no hubo forma de que la muchacha cambiara de parecer. Entonces no le quedó de otra que regresar a la casa y decirle: Doña Leticia, me da mucha pena pero no le dan cita porque usted aparece en pantalla como fallecida. A ambos los cogió un ataque de risa y entre las carcajadas ella alcanzó a comentar: Fíjese Rodrigo, y yo sin enterarme.

En otra ocasión el conductor la recogió a medio día para hacer las vueltas de la salud, ya que escogían esa hora porque había menos pelotera. Llegaron, ella se entró a hacer su diligencia y Rodrigo extrañado la vio salir al momentico muerta de la risa. Cuando le preguntó qué había pasado, porque suponía que en tan corto tiempo no podía haber adelantado nada, ella trataba de contarle pero la risa no la dejaba. Por fin logro modular y le explicó que por su despiste se equivocó al escoger el carnet que debía presentar y había traído otro parecido, y que no pudo aguantarse al ver la cara que puso la muchacha cuando recibió el carnet de Jardines de la Esperanza.

Podrá notarse en estos relatos que mi madre no hacía otra cosa que reírse. Con su actitud positiva le encontraba gracia a todo, y entre tantos momentos de hilaridad cuando más la vi carcajearse fue una vez, hace ya bastante tiempo, que visitaba a una hermana y al ver que preparaban una comida especial para alimentar los perros, con carne de baja calidad y otros componentes que le daban un aspecto muy desagradable, pidió a Lucy que le regalara un poquito para ensayar con el chandoso de la casa a ver si le gustaba. Le empacaron su encargo en una cajita plástica de esas donde viene el jabón para la loza y mi madre procedió, antes de llegar a la casa, a arrimar a la iglesia de Palermo para tratar un asunto con el padre. Entonces regía la parroquia un curita gordo y antipático, quien la recibió en su escritorio mientras con una cuchara tragaba arequipe, de una marca que viene en un empaque parecido al que contenía el menjurje para el perro.

Conversaron lo pertinente, mi mamá se paró, agarró el paquete y se fue para la casa, y cuál sería su sorpresa cuando abrió el empaque y encontró el sobrado de arequipe. De solo imaginar la cara del cura, que era bien bravo, cuando se topara con esa porquería que le dejó en su escritorio, lloraba y se revolcaba de la risa. Llamó de primera a Lucy para contarle y esta le repitió una frase mil veces dicha: ¡Ahí está usted pintada, Leticita!

pmejiama1@une.net.co

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gratos recuerdos de mi cuchita... que aunque me los sé todos me río de sólo acordarme!!!