El refranero popular resume todos los tratados y las escuelas de filosofía en frases cortas, con un lenguaje coloquial y sencillo que le llega a cualquier parroquiano sin necesidad de muchas explicaciones. Es menester de quienes aún utilizamos esa herramienta maravillosa en nuestro léxico, que la enseñemos a los menores que por desconocerla no la incluyen en su vocabulario. Para cualquier situación existe un refrán que la retrata de forma perfecta y muchas veces la mejor forma de zanjar una discusión, es echando mano de uno de ellos para sintetizar nuestra opinión. Son miles los que existen y sin importar la edad que uno tenga, siempre va a sorprenderse al oír uno nuevo que viene a aumentar el ramillete.
Desde pequeños nos recalcaron que mi Dios equipó al ser humano con dos oídos y una boca para que escuche el doble de lo que habla. Que entre menos abra uno la boca menos pendejadas dice, sin olvidar nunca que la palabra dicha no puede recogerse. Por ello cuando la ira nos enceguece debemos medir las palabras, porque después de espetar una sarta de oprobios malintencionados e hirientes nunca más podremos echarnos para atrás, por más arrepentidos que estemos. Podemos arrodillarnos, pedir perdón, asegurar que no quisimos ofender y que todo fue debido al calor del momento, pero la persona maltratada quedará marcada para siempre.
De manera que a cuidar la lengua y no dejársela picar, porque es común que por ejemplo un amigo tenga diferencias marcadas con su pareja y venga a nosotros a querer desahogarse. Empieza el tipo a rajar de la fulana y si uno no se mide, termina emparejado dándole garrote a la pobre infeliz sin que esta pueda defenderse, hasta llegar a compartir la animadversión que el otro siente. Lo grave es que en muchas ocasiones las parejas se reconcilian y queda uno como un zapato, porque en su momento dijo una cantidad de barbaridades acerca de la que ahora se pavonea prendida del brazo de nuestro arrepentido amigo.
Leí hace poco una agradable biografía de Federico Chopin, aquel virtuoso polaco que nos dejó tan maravillosa herencia. Al final del relato, cuando el maestro estaba a las puertas de la muerte agobiado por una enfermedad pulmonar que lo atormentó desde niño, recibió la visita de su amigo Cyprien Norwid. Al momento de despedirse, Chopin con mucha dificultad comentó al oído del visitante que estaba por mudarse. El otro, echando mano de ese mecanismo de defensa que utilizamos los humanos en estos casos, le recomendó que no dijera esas cosas, que con el mismo cuento venía desde hacía varios años y sin embargo ahí seguía presente deleitándolos con su presencia. Entonces el maestro muy extrañado le aclaró: Me refiero a que estoy por mudarme de apartamento.
Metidas de pata como esta hemos cometido todos y por ello recomiendan que lo mejor es callar. En boca cerrada no entran moscas, dice el refranero, y muchas veces por decir más de la cuenta terminanos embarrándola. Alguna vez mi mamá iba en el carro y se topó con una amiga, quien estaba acompañada por sus hijas y algunas sobrinas. El saludo fue de ventana a ventana, como acostumbran hacerlo las señoras sin importar la fila de carros que esperan detrás, y después de las palabras de rigor mi madre detalló que entre las niñas había una que llevaba una capucha como del Hombre araña o del Chapulín colorao, por lo que le preguntó a la mocosa de qué estaba disfrazada, que si acaso era el día de los niños y ella de puro despistada no se acordaba. La tía de la muchachita trataba de cambiar el tema, pero mi madre insistía en que le explicaran el por qué del particular atuendo, hasta que la otra se despidió apresuradamente. Cuál sería la vergüenza de mi mamá cuando se enteró de que esa niña había sufrido quemaduras en su cabeza y cuello, y que parte del tratamiento era cubrir las cicatrices con ese tipo de licra. Con el trauma que crea al menor este tipo de situaciones, para que venga una vieja imprudente a preguntarle de qué está disfrazada.
Una dama muy prestante de esta ciudad sufrió un accidente casero y se golpeó fuertemente el coxis. Días después, se reunía un grupo de señoras en el club social para tratar un asunto y entre las presentes se encontraba la señora en mención. En determinado momento llegó una amiga y al encontrarse a la convaleciente, le preguntó muy expresiva: Qué hubo de ti, fulanita, ¡cómo seguiste del clítoris!
Es matemático que si uno empieza a decir palabras de más, termina metiendo las de caminar. Así le pasó a Carlos Enrrique “Mono” Mejía, quien se dedica a alquilar equipos médicos para uso residencial, una vez que trataba de convencer a unos clientes para que le tomaran una cama eléctrica que les facilitaría el manejo de un pariente enfermo. Después de hacerles la demostración de las bondades de la cama, de explicarles cuáles son las comodidades que esta representa para el paciente y de convencerlos de que un equipo de esa naturaleza es primordial para cierto tipo de convalecencias, remató con este comentario que no cayó muy bien entre los presentes:
-No les digo sino que en esta cama se ha muerto medio Manizales.
pmejiama1@une.net.co
1 comentario:
Con razon se dice que la parte mas complicada de manejar del cuerpo humano es la lengua
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