Fue mi amigo el doctor Gilberto Echeverri quien me prestó esta amarillenta edición de El Dedo, publicado en diciembre de 1979 para celebrar el aniversario número XX de la primera promoción de médicos de nuestra querida facultad de medicina. He disfrutado mucho al leerlo y eso que no conozco a los protagonistas, como me dice el doctor Gilberto, quien compartió aulas, amistad y ha sido colega y compañero de andanzas de estos personajes. Lacra, Momia, Tamal, Catarro, Feníbal, Abuela, Garrote, Tavito Grajales, Panceburra, Cirano y Pechuepalomo son algunos de los mencionados en las crónicas, trovas, parodias y demás escritos que contiene la gaceta de marras.
Se refieren quienes vivieron aquellas épocas a un profesor que causó polémica en la ciudad: el doctor Tulio Bayer. Hombre inteligente y culto, especializado en Harvard en el campo de la farmacología, quien nunca disimuló sus ideas comunistas y ese idealismo sincero que caracterizaba a los contestatarios de entonces. Cuentan que medía más de dos metros de estatura y tenía un automóvil Volkswagen escarabajo, conocido como una pulga, y que era un verdadero espectáculo verlo bajarse del pichirilo. Alguna vez desempeñó el cargo de Secretario de salud del municipio y emprendió una campaña agresiva para combatir la leche cruda que vendían puerta a puerta. Puso a sus alumnos a recoger muestras y analizarlas, para denunciar los infractores que “bautizaban” la leche con agua antes de venderla al consumidor. Lo increíble es que el primero en la lista de personas denunciadas fue el propietario de una empresa lechera, quien además era el alcalde de la ciudad. Dicen que el burgomaestre se quedó con las ganas de echarlo a las patadas, porque el secretario se le adelantó y presentó su renuncia.
En la sección dedicada al anecdotario encuentro unos cuentos muy buenos. Aseguran que cuando Jaime González (Momia) trabajaba en Fresno, llegó una señora a consultarle porque presentaba una lesión costrosa en ambas mamas. La mujercita estaba acompañada de su hijo de dos años y en el interrogatorio reconoció que todavía alimentaba al barrigón. Entonces Momia le sentenció: Vea mi doña, o usted desteta ese muchachito o el muchachito la desteta a usted.
Dizque una vez mandó el doctor Norman Pardo a su cobrador, un tal Emilio, a recuperar cartera y el pisco le llegó con esta razón: Doctor, que doña fulana le manda a decir que está muy agradecida por la forma como atendió al esposo, que la cuenta le parece correcta, pero que si le da una esperita mientras acaba de pagar el entierro.
Recibió el doctor Marino Alzate una pareja de campesinos que venían de Aguadas y quienes le dijeron que además necesitaban que le formulara a un amigo. Cuando terminó con ambos pacientes les pidió que hicieran pasar al amigo, a lo que el hombrecito muy serio le dijo que eso era imposible porque el otro señor se había quedado en el pueblo. Entonces el oftalmólogo les dijo algo exasperado que cómo se les ocurría que le iba a recetar sin verlo siquiera, a lo que el montañero respondió convencido: Tranquilo dotor, que él no pudo venir pero mandó la cédula.
Llegó un cotero a consultarle al doctor Jaime Arango porque presentaba un chancro en el pene que lo tenía muy mortificado y cuando el galeno procedió a interrogarlo, el hombre aseguró que esa vaina le había salido por levantar un bulto. Entonces el doctor Arango comentó con sorna: Tal vez un “bulto” de vieja, gran pendejo.
Procedía el neurocirujano Oscar Castaño a practicarle una arteriografía a una paciente y la anestesia la daba Gómez Calle. En cierto momento fue necesario cambiarle la posición a la señora y entonces Castaño le pidió al otro que se la empujara para adelante, a lo que Gustavo preguntó con malicia: ¿Y es que la vas a prender rodada?
Un profesor de entonces fue el doctor Ferry Aranzazu, clínico reconocido por sus conocimientos y dedicación a la profesión; además tenía fama de “cuchilla”, de ser muy serio en el trato y poco amigo de las bromas y la guachafita. Entre los alumnos había jóvenes oriundos de varias regiones del país, ya que la facultad muy pronto ganó fama nacional y sus cupos eran muy apetecidos, y entre algunos costeños que llegaron a estudiar había un joven dicharachero, alegre y mamagallista, características muy de su región pero poco comunes en esta Manizales fría y pacata.
Llama el doctor Ferry al corroncho de marras para que presente su exposición y empieza ese personaje a hacer gala de su facilidad de expresión, y a cada momento mencionaba a un tan Yobenjaez: “según Yobenjaez”, “como dice Yobenjaez”, “así lo confirma Yobenjaez”, etc. Es de imaginar que mientras tanto, el avezado profesor escudriñaba en su vasto conocimiento de la clínica médica y sus autores a ver si lograba recordar ese que su pupilo mencionaba con tanta propiedad. Terminada la presentación, el profesor llamó la atención del estudiantado para que imitaran la entrega y dedicación de ese joven inquieto y estudioso, que se notaba a la legua había investigado a fondo el tema. Para terminar, no se quedó con la gana de preguntarle quién era ese tal Yobenjaez que tanto nombraba, y el zambo contestó con absoluta convicción:
-Nadie menos que ¡Yo, Benjamín Ezpeleta Ariza!, para servirle mi docto.
pmejiama1@une.net.co
1 comentario:
Jajajajaja. Estupenda columna Pablo. Muy charra la anécdota del doctor Norman Pardo, quien creo que luego de oír la razón de parte de la viuda por el no pago de la deuda, no le quedaron ganas de volverla a cobrar. ¡Con que cara!
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