Siempre hemos dicho que es mejor prevenir que curar o que la seguridad es mejor que la policía. Ojalá estas máximas se cumplieran en nuestro medio, pero el subdesarrollo, la mala educación, este desorden que nos caracteriza y sobre todo la falta de plata, hacen que dichas intenciones se queden en simples quimeras. Un ejemplo claro es la salud pública, cuya atención básica no incluye tratamientos preventivos y cuando el paciente logra acceder al especialista, ya está podrido.
Las autoridades viales adelantan campañas para prevenir la accidentalidad y en los puentes festivos presentan los resultados de las mismas en base a la cantidad de muertos que hay en las carreteras. Es inaudito que aquí sea necesario castigar al infractor con multas, sanciones y retenciones del vehículo para que cumpla unas normas que apuntan directamente a salvar su propia vida y la de sus pasajeros. Cómo es posible que a la gente la tengan que multar por no utilizar el cinturón de seguridad. Es de simple sentido común entender que ante cualquier choque o voltereta, la integridad de las personas que ocupan el vehículo siniestrado sufre doblemente si no se acatan las normas de seguridad.
Y qué tal los motociclistas que en carretera cargan el casco protector colgado del brazo, dizque porque esa vaina acalora mucho, y solo se lo encasquetan al acercarse a una población; igual procede la parrillera, con el agravante que el mocoso que viaja en sándwich entre los dos, tampoco lleva ninguna protección. Otros buscan pasarse la norma por la galleta al utilizar un simple casco de beisbolista, el cual ni siquiera aseguran a la barbilla para mantenerlo en su sitio en caso de sufrir un accidente. Se pegan un lamparazo y el improvisado casco sale disparado con el impulso, motivo por el cual no cumple con su cometido de proteger. Cómo puede entenderse que haya que castigarlos para que no se maten, y lo más inaudito, que los infractores crean que le meten un gol al policía cuando este supone que utilizan el equipo adecuado.
El manejo de cualquier vehículo requiere los cinco sentidos de quien lo conduce. Aquel que se toma unos pocos tragos asegura que está en condiciones de manejar, pero los estudios han demostrado que los reflejos y la atención disminuyen en forma considerable. Antes reconvenían al borracho conductor, después implantaron multas, luego procedieron a retenerle la licencia por un tiempo determinado, dependiendo del grado de alcohol que presente el transgresor, y en la actualidad el asunto se puso más serio porque en caso de resultar víctimas fatales por culpa del conductor alicorado, este puede ir a prisión, no excarcelable, a purgar pena de 6 a 10 años.
Cómo habrá que explicarle a la gente que el peligro de hablar por celular mientras maneja no radica solo en que debe destinar una mano para sostener el aparato. No, lo grave del asunto es que un gran porcentaje de la atención del conductor está dedicada a atender el asunto que lo ocupa al teléfono, atención que debería destinar única y exclusivamente a transitar sin riesgos para él y para los demás. De manera que el cuento del manos libres tampoco exime la posibilidad de causar un accidente, aunque al utilizarlo no podrá ser multado el conductor ni tendrá que utilizar uno de sus brazos para tal menester. Un ejercicio simple para demostrar esa teoría es que un día cualquiera, sin planearlo con anterioridad, al colgar la llamada trate de recordar detalles del tramo que acaba de recorrer. Seguro no va a tener claro qué ruta siguió, cuántos semáforos estaban en rojo, si había algún obstáculo en la vía o cualquier otro detalle.
Si la persona espera una llamada urgente mientras conduce su carro basta con orillarse y contestar, o simplemente espera hasta llegar a su destino para mirar las llamadas perdidas y proceder a devolverlas. Así de sencillo. Y ahora que los aparatos traen, además de todos los perendengues, servicio de internet, los conductores requieren de ambas manos para teclear con sus pulgares mientras atienden el correo electrónico, chatean o navegan por la red. Por ello cuando un policía le clave una multa por esa infracción, piense que de no haber caído en el retén, pudo haber atropellado una persona en la cuadra siguiente.
Tengo una amiga que cuando viajo con ella lo primero que hace es acomodarse el audífono del manos libres. Entonces empieza a conversar con Raimundo y todo el mundo, mientras por el espejo retrovisor atiende a sus hijos que desde el asiento de atrás se pelean por acaparar la atención de la mamá. Como no me doy cuenta en qué momento marca el teléfono, muchas veces cuando ella le pregunta a su interlocutor telefónico ¿y qué más?, empiezo a conversarle para responder hasta que me percato de que la cosa no es conmigo. A los cinco minutos sucede de nuevo, pero al revés, y entonces paso por maleducado al no contestarle.
La prueba reina de que el celular distrae es cuando el conductor que va adelante zigzaguea, cambia bruscamente de velocidad, duda en las intersecciones, transita por la mitad de la vía y ocupa ambos carriles, y en general comete muchas chambonadas, y al adelantarlo vemos que se trata de una señora, o de un tipo que habla por celular.
pmejiama1@une.net.co
2 comentarios:
Esa señora por casualidad tiene un par de niñitos Felipe y María??? jejejeje Muy bueno!!!
Muy acertada tu columna Pablo. Simplemente enfatizarìa que quien habla por celular al conducir, està TOTALMENTE concentrado en la conversaciòn. Lo mismo pasa con aquellos que cuando manejan creen que estàn sentados en la sala de la casa recibiendo una visita, y conversan con los pasajeros y hasta voltean a mirar a los que van en el asiento trasero. Yo cuando manejo tengo fama de serio y hasta de malgenio, porque no intervengo en ninguna conversaciòn ni miro a nadie de los que van conmigo, asì lleve a Ana Lucia Henao sentada atràs y de minifalda
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