A qué hora el ser humano se convirtió en una máquina de consumir. Inventan pendejadas a diario y las sacan al mercado convencidos de que no dan un brinco en estanterías y vitrinas, porque ahora la gente compra es por comprar; no importa que el producto sea ordinario, absolutamente innecesario o muy costoso, el consumidor se lo lleva así sea de novelero y ocioso. Por ello cuando uno va a un gran almacén a adquirir algo que necesita, lo mejor es no pasearse por entre las góndolas porque termina con el carrito de compras lleno de chucherías; y de las mujeres ni hablemos, porque está en su genética irse al centro comercial a ver de qué se antojan.
Hay que ver la avalancha de mercancías que nos ofrecen por televisión y la extensión de los espacios publicitarios que utilizan para promocionar dichos productos, que mientras un comercial cualquiera dura veinte o treinta segundos, los de tele ventas pueden alcanzar los cinco minutos; tienen tiempo de antojar al desprevenido consumidor con pruebas del producto, ofertas y declaraciones de clientes satisfechos. Cómo será ese negocio de rentable que se dan el lujo de ofrecer la mercancía sólo con el sistema de tele venta, donde los interesados deben llamar de inmediato desde los diferentes países, pagan su producto con la tarjeta de crédito y a los pocos días reciben el encargo por correo. Todos esos trastos terminan en el cuarto de san alejo y no falta que alguno de ellos no llene las expectativas del ansioso comprador, situación en la que no le queda sino comprar un tarro de vaselina porque la plata no se la devuelven.
Leí un texto, dicen que es del escritor uruguayo Eduardo Galeano, donde se lamenta de esta nueva sociedad que rinde culto a todo lo desechable. Yo, igual que él, crecí en un hogar donde todo se reutilizaba: los pañales y lo pañuelos, los envases, los tarros de galletas, los periódicos se guardaban para lavar vidrios, las cajas de cartón para empacar algo que se ocurriera. Debo reconocer también que cuando conocí las cervezas y gaseosas en lata me dio trabajo desprenderme del novedoso empaque, y que en la cocina siempre había varios cubiertos de plástico que sobraron por ahí de algún paseo.
A lo mejor me impresiona ese gusto que tienen mis semejantes por adquirir ociosidades debido a que soy desapegado a las cosas materiales. No puedo entender por ejemplo que alguien tenga dentro de la caja fuerte una colección de relojes costosos, y que cada que se ponga alguno para lucirlo, no encuentre tranquilidad por estar a toda hora pendiente de que no se lo roben. El último reloj que utilicé era un pelle de veinte mil pesos y cumplía la misma función del Rólex más costoso: daba la hora. Desde que se le acabó la pila lo abandoné y nunca más volví a usar reloj, porque esa vaina me estorba; y aunque soy de los que procuro no llegar retrasado ni un minuto a una cita o compromiso, no tengo inconveniente porque en donde me encuentre hay un reloj a la vista: en la pantalla del computador, en la mesa de noche, el del VHS, en la pantalla del televisor, en el tablero de los carros, en la pared de cualquier oficina o dependencia, el de la cocina de mi casa, en el microondas, en el celular.
Otro día un amigo me mostró unas gafas costosísimas que lucía, aunque al momento confesó que eran chiviadas y que las originales las tenía a buen recaudo; ¿Quién puede explicarme para qué sirven unas gafas en una caja de seguridad? Yo habría comprado media docena de las piratas para que me importe un carajo si alguien se sienta en ellas, se pierden o se las roban. No puedo entender esa manía de coleccionar objetos costosos y joyas para mantenerlas guardadas en una caja fuerte, y lo único que logran con ello es que los asalten y carguen con todo. Porque puedo asegurar que los cacos no dan puntada sin dedal, y que cuando se meten a una casa, es porque saben exactamente a lo que van.
Vi en un supermercado unas naranjas importadas a un costo de $2.250 la unidad, mientras las nuestras se pudren en los árboles porque es más costoso cogerlas que lo que pagan por ellas. Y no me vengan a decir que las extranjeras son mejores. Es como con las cervezas, que no falta el fantoche que paga altísimos precios por marcas importadas mientras que las que producimos en el país son inmejorables; e igual sucede con infinidad de productos. Definitivamente hay gente muy pendeja y ahí sí cabe decir que en este país se acaba primero el helecho que los marranos.
Que sigan comprando ociosidades que la vida es muy larga y da muchas vueltas, y nadie sabe si el día de mañana va a saltar matones; porque debe ser muy tenaz el remordimiento de haber derrochado el dinero en banalidades. En alguna parte leí que el próximo año va a ser el del consumismo. Sí, con la situación como está de jodida, todo el mundo va a tener que seguir con su mismo salario, con su mismo carro, con su mismo apartamento, con su mismo televisor, con su mismo matrimonio. ¡Quedan advertidos!
pmejiama1@une.net.co
2 comentarios:
Don Pablo:
Esa manera de comprar baratijas de última moda ha llevado las cosas más lejos de lo que uno cree: se dice que en Medellín, pero lo mismo debe ser en las demás ciudades, hay jóvenes que se ofrecen a matar a alguien, porque con su paga comprarán unos zapatos de marca o unas gafas como las de tu amigo.
Las cien primeras personas que me llamen, pero ya mismo, obtendrán por un costo que nadie se puede imaginar, un frasco de 500 cápsulas de metalolina, regenerador de la memoria, y como si fuera poco le encimo una suscripción por cinco años, oigase bien, cinco años, de la columna virtual "Bobadas Mías".
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