El humor es una condición genética y así como hay personas que se caracterizan por su actitud alegre, la agilidad mental para las salidas geniales, la chispa innata y una sonrisa siempre a flor de labios, hay otras que son diametralmente opuestas; calladas y un poco hoscas, prefieren la soledad y el silencio. No confundir el llamado buen humor con aquel cuenta chistes tan común, que muchas veces empalaga a los presentes porque quiere lucirse con su repertorio sin buscar el momento indicado, el ambiente propicio y una audiencia que muestre interés. Sin duda el mejor humor es el que resulta de una situación cualquiera, de una conversación casual.
Un amigo viaja una vez a la semana a atender consulta en una ciudad vecina y aprovecha para visitar al tío que vive allá. Ambos disfrutan del encuentro porque durante ese rato, aparte de saborear un delicioso almuerzo, se ponen al día en los sucesos más recientes, hablan de la familia, comentan sus problemas y demás asuntos. En una de esas tertulias le cuenta el tío, médico ya jubilado, que vino a visitarlo un amigo de toda la vida para hacerle una consulta muy particular. Resulta que el preocupado compañero había tenido problemas de próstata desde hacía algún tiempo y después de muchos exámenes, tratamientos y visitas a diferentes especialistas, se reunió una junta médica y concluyó que la única solución a su problema era la castración.
Entonces ante lo delicado del asunto optó por consultarle a él, quien como galeno, tendría un mejor panorama de la situación y podría ayudarle a tomar una decisión. Como es de suponer, el pobre hombre andaba en una depresión la más espantosa porque para cualquier varón el solo hecho de mencionar esa probabilidad produce terronera y por ello acudió al amigo a ver si con él encontraba algún consuelo. El consultado pensó que antes de darle explicaciones fisiológicas o anatómicas, lo que debía era recurrir a la sicología para menguar en algo la angustia de su amigo, y entonces le comentó: Hombre fulanito, no te preocupes más por esa vaina que a la edad nuestra las pelotas no nos sirven sino para aporreárnoslas.
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Muchos de quienes siguen carreras relacionadas con la salud prestan un servicio social al terminar sus estudios; lo llaman año rural. Donde sean destinados laboran en el hospital o el puesto de salud, y aprovechan ese lapso para coger algo de experiencia y amoldarse a su nueva profesión. Un amigo odontólogo fue a cumplir con ese requisito a Aranzazu, al norte de Caldas, y allí vivió enriquecedoras experiencias. El trato con los campesinos es muy particular porque ellos tienen sus creencias y costumbres, y a veces convencerlos de las bondades de un tratamiento es complicado. Cierta vez llegó a la consulta un montañero con una infección en una muela y el dentista le dijo que no había nada para hacerle a la pieza dental, y que lo mejor era sacarla. El tipo se veía muy reticente y presentaba diferentes disculpas para evitar la extracción, hasta que el profesional le dijo que no diera más rodeos y dijera de una vez cuál era su temor. Entonces el otro explicó que no debían operarlo porque tenía la sangre caliente. Aterrado ante tal aseveración, el dentista pidió más claridad y el asustado hombre comentó: Vea dotor, resulta de que tengo la sangre caliente porque anoche hice uso de mujer.
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El doctor Alberto Mendoza Hoyos fue un manizaleño a carta cabal. Sus conciudadanos reconocieron en él a una persona ejemplar, cívica, emprendedora y capaz, además de probo, cultivado y de maneras exquisitas; parecía un lord inglés. Participó en política en el ámbito local y nacional, ejerció diferentes cargos en el alto gobierno y se desempeñó como gobernador de nuestro departamento. Ahora pienso que ojalá nuestros actuales dirigentes políticos y gobernantes hubieran heredado siquiera un poquito de esa rectitud y honorabilidad.
Resulta que cuando el doctor Mendoza se desempeñaba como Gobernador, se enteró por casualidad de que un miembro de su gabinete tenía ciertas inclinaciones sexuales non sanctas, pero debido a su prudencia y caballerosidad no encontraba la manera de confirmar el asunto. Sobra decir que en aquella época, a diferencia de ahora que el homosexualismo es tan común, un hecho como ese podría generar un escándalo social y por lo tanto el mandatario debía solucionarlo de inmediato. Entonces se le ocurrió recurrir a otro de los Secretarios, el doctor Mario Humberto Gómez Upegui, quien se caracterizaba por ser un tipo dicharachero, francote y desinhibido, y por lo tanto podía hacerle esa averiguación sin problema.
Mandó llamar al subalterno a su despacho y en un principio le comentó algunos asuntos menores, hasta que decidió plantearle el asunto con ese tacto y circunspección que acostumbraba: Mire doctor Gómez, le dijo, resulta que por ahí me enteré, de pura casualidad, que un miembro de nuestro equipo presenta un comportamiento que no es bien visto por la sociedad ni por la iglesia católica; soy consciente de que se trata de su vida privada, pero usted sabe que cuando uno desempeña un cargo público debe ceñirse a ciertas normas de comportamiento y temo que esto pueda acarrearnos pro… Ahí lo interrumpe Mario Humberto y con ese desparpajo suyo le dice: ¿Usted se refiere a fulanito? ¡cacorrísimo mi doctor! pmejiama1@une.net.co
2 comentarios:
Pablo:
De vez en cuando me puedo actualizar en tus escritos que me divierten. Escribite uno sobre la falta de árboles en Manizales y la necesidad de que sembremos: Entre gustos no hay disgustos, pero donde hay un árbol no hay duda de que hay armonía, tanto en apariencia como en concepto, tanto en símbolo como significado. Allì la mano del hombre que mete la pata en el diseño, solo está en la escogencia del lugar y la "estaca" para la siembra, porque de semilla es difícil que nazca.
esas finas salidas de algunos personajes valen un potosí. Es la picarezca cogida de gancho con la inteligencia, aleación que no se consigue en todas partes.
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