martes, octubre 05, 2010

Un pajarito sin cola…

Así le decían a un niño ahora años cuando le iban a tomar una foto y el zambo no quería mirar a la cámara. Entonces, cuando el infante se interesaba por el cuento del tal pajarito y por fin dirigía sus ojos al punto indicado, el fotógrafo remataba la frase con un: Chito matola. La expresión la repetía el desesperado operador desde detrás de la cámara, en compañía de la mamá del infante, quienes buscaban la forma de llamar la atención del improvisado modelo a ver si podían dar por terminada la sesión. Y ahora pienso que se recurría a ese animal para tal fin porque la ilusión de los muchachitos de entonces era tener pajaritos en una jaula o si era posible, adiestrarlos para que volaran por toda la casa.

Infortunadamente no existía la cultura del respeto a los animales. Durante las vacaciones y días de asueto nos entreteníamos en potreros, lotes de engorde y nacientes urbanizaciones que ocupaban grandes zonas alrededor de la ciudad, y uno de los programas favoritos era cazar pajaritos. Conocíamos a la perfección la técnica para fabricar caucheras, para lo cual sólo debíamos comprar el caucho que vendían en las tiendas de barrio; la horqueta, ojalá de guayabo, se conseguía en cualquier monte, y el resto era un pedazo de cuero que sacábamos de un zapato viejo y unas pocas tachuelas para armar el adminículo. Tiempo después aparecieron los rifles de aire, para disparar balines o diábolos de plomo, y ahí sí fue la debacle para los indefensos plumíferos.

Y como si el daño no fuera suficiente, buscábamos con cuidado en los árboles los nidos de los pájaros para subirnos a ver si había huevos o pichones. Entonces visitábamos el lugar cada cierto tiempo para tratar de robarnos las crías cuando emplumaran y llevarlas para la casa a ver si crecían con nosotros. A diferencia de los canarios u otras aves que venden en las tiendas de mascotas y que están acostumbradas a esa vida porque no conocen otra, nosotros pretendíamos que un animalito salvaje se amañara en semejante encierro; seguro todos morían a las pocas horas de física tristeza. Era tal el salvajismo de los infantes, que si el nido no era asequible lo tumbábamos a las pedradas para conocer su contenido.

Repito, tan abominable proceder era algo cultural, aceptado por todos, normal y corriente. Ni en la casa, el colegio o el vecindario nos enseñaron acerca del respeto por los animales o por el medio ambiente. Todos los niños andaban con una cauchera en el bolsillo de atrás y nadie les decía nada, y la idea era coleccionar “pechitos” de pájaros de diferentes colores. Después de tumbar el animalito procedíamos a cortarle un trozo de piel del pecho, con sus respectivas plumas, y después de hacerle un tratamiento al cuero con ceniza para evitar que se pudriera, guardábamos el trofeo con mucho orgullo. Como los indios norteamericanos que arrancaban la cabellera de sus enemigos.

En alguna historieta o en un programa gringo empezamos a oír hablar de los clubes de observadores de aves y nos parecía algo absurdo, porque para nosotros los pajaritos estaban ahí, a la mano y en todas partes. Con el paso del tiempo y el daño que hemos infligido al planeta los animales han disminuido en forma considerable; por fortuna en nuestro país, y en especial esta región andina, existe una variedad de especies de aves que llama la atención de quienes son aficionados a observarlos. Disfruto conversar sobre el tema con Sergio Ocampo, Presidente de la Red Nacional de Observadores de Aves, quien me asegura que desde la ventana del apartamento puedo ver hasta 40 especies diferentes de aves. Sergio es un ornitólogo, o pajarólogo, comprometido y apasionado.

A eso de las 5 de la tarde empiezan a cruzar las bandadas de garzas que vienen del sur a buscar sus nidos en la zona de Monteleón, al norte; al otro día muy temprano en la mañana hacen el recorrido contrario. Llamamos caravanas a unas aves del mismo tamaño de las garzas pero con pintas blancas y negras, como de cebra, que se caracterizan por el ruido que hacen cuando atacan a cualquier animal o persona que ose arrimarse al nido; a pesar de que vivo enser un sector copado de edificaciones hay gran cantidad de caravanas que animan con sus graznidos el ambiente. Palomas collarejas y abuelitas pululan, y los copetones, pinches o afrecheros son muy comunes. También veo golondrinas, halcones, toches, azulejos, chamones, mayos y muchas otras especies.

Los que más disfruto son los colibríes. Les ofrecemos agua con azúcar en un bebedero especial para que arrimen a la ventana y podemos observarlos a pocos centímetros de distancia desde el otro lado del vidrio. Llegan varios tipos de tominejos, de diferentes tamaños y colores, y es fácil diferenciarlos unos de otros por sus características. Entre ellos hay peleas, cortejos, intimidaciones y de tanto observarlos los sentimos como de la familia.

Una mañana vimos una garza que hacía el recorrido contrario al de las demás y le aseguré a mi mujer que se trataba de una hembra. Ella muy extrañada dijo que cómo iba a saberlo desde tan lejos, y le respondí que lo deduje porque si se devolvió fue debido a que dejó las gafas o el celular.
pmejiama1@une.net.co

1 comentario:

Jorge Iván dijo...

Juro que nunca mate un pajarito y mucho menos tuve cauchera.
en la zona donde vivo tenemos muchas loras que viven "alegando" entre ellas y hasta buho nocturno que hace las veces de celador de la cuadra. Ya te imaginarás nuestra colección de pájaros encontrados en nuestras caminatas sabatinas