jueves, abril 07, 2011

¿Racistas nosotros?

En todos los momentos de la historia el ser humano ha visto con malos ojos a quienes no pertenecen a su misma raza. Los romanos generalizaron con el apelativo de bárbaro a todos aquellos que vivieran por fuera de sus fronteras, sin importar que se tratara de pueblos cultos y desarrollados. Es innato en el homo sapiens, desde sus inicios prehistóricos, despreciar a las tribus enemigas y combatirlas para demostrar poder, además de asegurar la continuidad de la especie. Las personas, sin importar cuán humilde sea su origen, siempre tienen como referencia a alguien más vaciado para darse consuelo.

Lo ideal sería que en las sociedades no existieran estratos ni divisiones de clase, pero es difícil erradicar esa costumbre. En la India es imposible para una persona cambiar de casta; si pertenece al último nivel, el de los intocables, no puede, además de que ni siquiera lo aspira, subir uno o varios escalones en la variada gama de castas que conforman esa sociedad. Si nació predestinado a dedicar su vida a limpiar cloacas y letrinas, allí debe cumplir su ciclo vital antes de pasar a otra reencarnación. En eso se basa su existencia, en aceptar el presente con resignación y rogar para que en el futuro tenga mejor suerte.

En sociedades modernas, donde se profesa un socialismo moderado, la clase media ocupa una gran mayoría de la población y por ello no es muy marcada la diferencia de clases; unos pocos pertenecen a la aristocracia y otro tanto son pobres o paupérrimos, pero el común de la gente vive en unas condiciones muy similares. La mayoría de los países desarrollados en la actualidad presentan ese modelo de sociedad, muy distinto a quienes pertenecemos al tercer mundo donde las diferencias son tan marcadas. Un ejemplo claro es nuestro país, donde los ciudadanos están clasificados en 6 estratos según su condición económica.

Y así como el militante del estrato alto no ve con buenos ojos que su vástago se involucre con alguien de uno más bajo, igual sucede con quienes ocupan los demás niveles. El que pertenece al 3 mira por encima del hombro a los de abajo y muchas veces entre los pobres es donde más se marcan las diferencias. Sin embargo, debemos reconocer que el celo por los apellidos y la prosapia es algo que ha perdido terreno, porque para las nuevas generaciones el tema ya no es tan importante. Para nuestros abuelos era inadmisible una relación con alguien de extracción baja; nuestros padres vivían pendientes de saber con quién nos relacionábamos; y hasta nosotros llegó la costumbre de preguntarles a los hijos por la procedencia de sus amistades.

Gente bien, decían nuestros mayores para referirse a alguien de estrato alto; los bogotanos, que por ser de la capital se creen de mejor familia, acostumbran decir gente divinamente; y los antioqueños, que prefieren catalogar por el poder monetario, siempre que hablan de alguien lo relacionan con el grupo económico o la empresa a la que pertenece: ¿vos conocés a Toñolópez, el de pinturas X?; ayer estuve con Laurajaramillo, la de almacenes Y; se lo vendí a Elsatrujillo, la de constructora Z; es hija de Calichearango, el del grupo fulano. Así como al hablar juntan el nombre con el apellido en una sola palabra, se ha vuelto costumbre acomodarle esa especie de segundo apellido que nombra el poder económico que lo respalda.

Y la gente insiste en que no es racista, pero al repasar la sociedad vemos que las minorías tienen muy pocas oportunidades de progresar. Cierta vez mi mamá encontró a su hermana Lucy muy acongojada porque uno de sus hijos le presentó la novia. La muchacha, estudiante pereirana y muy bonita por cierto, era bastante morena y eso a la tía no la convencía del todo, por lo que mi madre, que también la conocía, trataba de tranquilizarla: no te mortifiqués Mona que eso se llama piel canela; fijáte que ahora todas quieren tener ese color que logran a punta de asolearse; agradecé que es una niña muy querida y educada. Entonces Lucy la frena y le dice: mirá Lety, es que vos no la has detallado; con decirte que es de jarrete blanco.

Cuando conocí a quien hoy es mi mujer, por allá en 1972, el círculo social era mucho más estrecho que ahora y todo el mundo se reconocía. Entonces le conté a mi mamá del levante y de inmediato preguntó de quién se trataba, a lo que respondí que era una niña de apellido Morales. ¿Morales? -me dijo mientras abría los ojos como un dos de oros-, ¡pero esa gente no es de por aquí!; porque al único que conozco con ese apellido es a Otto Morales, y es un negro de Riosucio (por cierto, ese distinguido caldense fue amigo de mi mamá en su juventud y hasta llegó a cortejarla). Entonces le explico, para tranquilizarla, que era una familia recién llegada de Bogotá y que por cierto mi suegra era viuda y vuelta a casar con un señor de apellido Martínez. Ahí se puso más arisca porque el apellido tampoco le era familiar, aunque después de unas pocas averiguaciones quedó tranquila con la prosapia de la nuera.

Toda la vida nos advirtió: cuidadito se me aparecen a la casa con una grilla.
pamear@telmex.net.co

4 comentarios:

JuanCé dijo...

Pabloprimo:
A pesar de todo, las cosas si han cambiado, con seguridad, dependiendo del grado de educación; también me levanté en una familia de clase media, pero que no admitía que se mirara para abajo en busca de pareja.
Para todo lo demás era permitido la relación con "cierta gente"
Recuerdo que en mi época no había lo que ahora se llama "estrato social" pues sólo había alto, medio y bajo y entonces me quedé con las ganas de saber cual era el mio. Por mi parte, lo que no me gustaría para un hijo, sería alguien de raza amarilla; las otras no me parecen tan horrible.

Anónimo dijo...

Me gustó esto "Lo ideal sería que en las sociedades no existieran estratos ni divisiones de clase, pero es difícil erradicar esa costumbre."

Porqué nos vamos a partir si todos venimos del mismo lecho?

P.

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

La verdad estimado recontratataraprimo: vivo envidioso de los del frente de mi casa, son de estrato 3: pero tienen mejor casa, tienen como unos cuatro carros, pasean dos o tres veces por año y sobretodo viven "frescos" porque a ellos lo del estrato no les importa".

Despues de leer y documentarme sobre los horrores de la inquisición y de quienes la administraban, de la porquería de los Borgia y de los Tudor, de "sospechar" lo que se esconde en la vida del Vaticano, todos estos de tan buena casta y de familias tan nobles, la verdad es que no los envidio.

Creo que el estrato no tiene que ver con la nobleza y los principios. Malos hay en todas partes.

Jorge Iván dijo...

Oiga pues Pablo, leo tu columna porque sos Mejia Arango, de lo contrario..... ni de fundas.