Cuando aseguran que el perro es el mejor amigo del hombre no exageran ni un ápice, porque ese animal es el ejemplo perfecto de lo que es fidelidad y nobleza. Basados en pinturas rupestres podemos deducir que los canes acompañan al ser humano desde hace unos quince mil años, con diferentes razas según la región del mundo donde habitara, y dichas pinturas muestran que fue en Europa central donde los empezaron a utilizar como guardianes o para ayudarlos en las cacerías. Desde entonces ese animalito nunca ha faltado en cualquier asentamiento humano y en la actualidad se convirtió en la mascota preferida de las personas, por encima de tantos animales que fungen como tal.
Y aunque es lógico que todo evolucione, con los perros se ha producido un cambio tan radical que nos deja abismados. Porque así como la mayoría de nosotros hemos convivido con ellos durante nuestra existencia, en la actualidad se han convertido en verdaderos miembros de la familia, con más privilegios que muchas personas. Produce desazón enterarse de cuánto cuesta un cachorro de cualquier raza fina, el capital que invierten en su cuidado, las consideraciones que tienen para su bienestar y en muchos casos los escandalosos lujos que le ofrecen.
Del primer perro que recuerdo haberme encariñado fue de un pastor collie e imagino que se debió a que en ese entonces existía una perra famosa en la televisión, de nombre Lassie, y era de la misma raza que nuestra mascota. El perro vivía en la finca de mi abuela Teresita y allí los nietos disfrutábamos de su compañía, hasta que después de un alumbrado, al levantarnos, lo encontramos difunto en el patio; se tragó los restos de los totes que quedaron sin quemar y así pasó a mejor vida en compañía de varios pollos y gallinas. Desde entonces entiendo aquello de más tieso que pata de perro envenenado.
Los perros de nuestra infancia se diferencian de los de ahora en que entonces eran tratados como animales, se criaban en el patio de la casa amarrados con una cadena y eran alimentados con sobrados. Máximo se les ponía la vacuna contra la rabia y pare de contar, porque además eran animales criollos sin ninguna raza en particular. Y si alguien maltrataba un perro en la calle nadie decía nada, porque si ni siquiera oíamos hablar de los derechos de las mujeres o de los niños, mucho menos íbamos a pensar que un animalito los tuviera. En las casas se hacía lo que el papá decía y punto.
Cuando íbanos a pasarnos a la casa de La Camelia, en 1962, empezamos a buscar quién nos regalara un perro porque el patio requería de un guardián que evitara la visita de los cacos. Fue el tío Roberto quien nos llevó un cachorrito muy bonito, el cual parecía fino por su porte y estampa; todos especulábamos de qué raza podría ser y el uno decía que pastor alemán, el otro que doverman y así las diferentes apuestas, pero no caímos en cuenta de que todos los cachorros son una belleza pero que al crecer dejan ver su verdadero origen. El perro, que bautizamos Balín, resultó ser un chandoso más feo que el diablo, aunque lo hacía muy bien como guardián; no podía ver a un extraño porque reventaba la cadena y ábrase todo el mundo a correr.
Al bicho debieron matarlo las lombrices y la falta de clase porque años después, cuando nos pasamos a otra casa del mismo barrio, el cuidandero del patio fue otro gozque de raza indeterminada con una característica muy particular: era bizco. De tamaño mediano, fornido y con un pelaje abundante de color carmelita, cierta vez su defecto visual lo llevó a morder a uno de mis hermanos en vez de hincarle el colmillo al amigo que se encontraba con él. Cómo sería esa fiera, que después del incidente mi mamá llamó a los bomberos para que apresaran al bicho y los rescatistas resultaron subidos en el pollo de la cocina poposiados del miedo. Después de evaluarlo en la clínica veterinaria diagnosticaron que el animal era inofensivo y que sólo se trató de un lapsus ocular.
El perro guardián tenía su casa y podía moverse en un espacio reducido, cuyo piso era un morterito de cemento rodeado de una canal que iba a dar al desagüe, por lo que bastaba echarle agua con la manguera para lavar la porquería; a diferencia de ahora que deben recoger el bollo del chandoso con la mano porque de lo contrario les clavan una multa. El domingo por la mañana el programa era bañar al perro con un jabón especial; mi papá manejaba la manguera, que era lo mejor, mientras nosotros debíamos restregarlo y aguantarnos las emparamadas que nos daba cada vez que se sacudía. Después salíamos toda la tarde de caminada y ahí el animalito corría a sus anchas y disfrutaba de la libertad que le faltaba durante la semana.
Oí de una prueba para saber quién lo quiere a uno más, si la mujer o el perro. Meterlos a ambos en la bodega del carro durante dos horas y el que al salir le haga fiestas, mueva la cola y corra como loco de la felicidad, ese es. No le busque más.
pamear@telmex.net.co
2 comentarios:
Huy y se acuerda de Dino y Chiripa en Don Blás?
O de Brincón y Pegas en el Guayavo? definitivamente nos acompañaron muchos caninos en nuestra infancia!!!
Buenos recuerdos!!!
P
Su artículo esta vez me hizo recordar a los miembros "honorarios" de mi familia y removió mi conciencia social porque la sociedad canina, guardando las proporciones, es igual a la sociedad humana, ama, sufre, goza y en general comparte con nosotros toda clase de vicencias. Convivimos con ella y muchas veces pasa desapercibida.
Esta vez, prefiero enviarle mis parrafadas a su dirección electrónica. Más que comentario, es toda una plana de consideraciones respecto de su artículo que como siempre, me gustó.
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