viernes, octubre 14, 2011

De leyes, normas y exigencias.

Desde cuando los primeros humanos empezaron a vivir en comunidad existen las leyes para mantener el orden y hacer cumplir la justicia. De otra manera el caos reinaría y cada quien actuaría por su cuenta, lo cual no sucede ni siquiera con los animales salvajes donde la naturaleza se encargan de mantener un orden establecido. Si en un país como el nuestro que tiene leyes para todo reina el despelote, cómo sería si no existieran constitución, códigos y autoridad para hacerlas cumplir.

Aunque estigmatizan a los abogados de pillos y oportunistas, la verdad se trata de una profesión noble que busca el entendimiento entre las personas. Como en cualquier gremio existen malandrines que dan la razón a quienes los critican, pero la gran mayoría son honorables, éticos y entregados a su oficio. Lo que debemos reconocer los ciudadanos es que el abogado nos parece muy bueno cuando ganamos el pleito, pero si sucede lo contrario vamos a calificarlo de ladrón e ineficaz. Además de que el representante de la contraparte siempre nos parece desalmado y ventajoso.

Las leyes son confusas para quienes no las hemos estudiado y es común por ejemplo que al enterarnos de algunos fallos de las altas cortes, los vemos equivocados porque parecen favorecer al enemigo. Tampoco entendemos cómo es posible que nuestros mandatarios promulguen leyes y decretos, los cuales son declarados inconstitucionales poco tiempo después de ponerlos en práctica; para qué tienen entonces oficinas jurídicas, asesores, expertos en jurisprudencia y demás personajes que deben estudiar a fondo cada caso antes de sancionarlo.

Ahora me pregunto si durante mi adolescencia y juventud las leyes eran diferentes, no las conocía o simplemente nadie las cumplía, porque al compararlas con las actuales noto unas diferencias abismales. Y voy a referirme a unos pocos casos para corroborar lo dicho, como por ejemplo lo que se refiere a los derechos de mujeres, niños y animales. A las damas siempre las han golpeado, pero ahora al menos existe castigo para el agresor si alguien lo denuncia. Antes nadie intervenía en un caso de violencia intrafamiliar y a quien ponía la queja, le respondían que no fuera metido y que ese tipo de problemas se arreglan de puertas para adentro; y que si a la vieja le daban en la jeta, algo habría hecho.

Si un muchachito salía con el cuento que el cura de la parroquia lo había manoseado, le zampaban una pela y lo encerraban en el cuarto por irrespetuoso y fabulador; lo mismo le pasaba si acusaba a un vecino u otra persona mayor. Por cualquier otra pilatuna el papá le daba con una correa, la funda del machete o el cable del teléfono; y las mamás amenazaban a los mocosos con meterles cáscaras de huevo hirviendo en la trompa si decían groserías. Mientras tanto a nadie se le ocurría que pudiera denunciar a un padre de familia por brutalidad.

En los solares de las casas había animales salvajes en calidad de mascotas: venados, tatabras, babillas, loras, micos y hasta tigrillos, situación que ninguna autoridad prohibía. Si frente a una casa había un árbol que echaba mucha basura sobre el techo o simplemente tapaba la vista, el dueño procedía a tumbarlo con un machete y no pasaba nada. Los zorreros recogían basuras y escombros que tiraban en las orillas de las vías o en cualquier lote, sin que mediara sanción para ellos. Y para trabajos menores, como el de empleada del servicio, todero, celador de cuadra o mensajero, no se pagaban prestaciones sociales ni salud.

Sin duda lo que más ha cambiado es lo que tiene que ver con el tránsito automotor. Lo primero es que desde los quince años uno ahorraba para “comprar” en la oficina de tránsito, con la ayuda de un tramitador, un permiso para conducir mientras cumplía la edad correspondiente; me parece ver el documento con la foto y una línea roja que lo atravesaba en diagonal. Con respecto a las infracciones comunes en la actualidad, basta recordar que los carros ni siquiera tenían cinturones de seguridad; nadie cargaba extinguidor, botiquín o señales de emergencia; en las carreteras no se reparaba en la línea central que divide la calzada; a nadie multaban por exceso de velocidad; la gente parqueaba en cualquier sitio y no existía revisión mecánica, control de emisión de gases u otro tipo de reglamentación. Tampoco se utilizaban los cascos protectores.

Pero sin duda lo más reprochable era la mezcla de licor y gasolina. Para coger carretera lo primero que se empacaba era la botella de aguardiente y el chofer bogaba parejo; a nadie se le ocurría pedir un taxi porque estaba tomado; el programa de parar en las fondas a beber estaba establecido; y como no existía hora zanahoria, al amanecer era común ver a los borrachos que a duras penas lograban conducir sus vehículos por la calzada. Para ellos existía la cárcel de choferes si causaban un accidente con víctimas fatales, lo que se arreglaba con plata e influencias.

Ahora me pregunto: ¿cuántos traumas familiares pudieron evitarse?, ¿acaso nadie defendía los derechos laborales?, ¿quién velaba por la naturaleza?. Y con tantas falencias en cuanto a normas de tránsito, ¿cómo no causamos más tragedias y accidentes? Después de recordar nuestro comportamiento al volante en esa época, puedo decir que sobrevivimos de arepa.
pamear@telmex.net.co

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si eso de las leyes es progresivo, a nuestra descendencia le va a tocar un mundo en el que no se va poder ni respirar si la ley no lo permite jejeje.

Aunque no hay nada más sensato que no juntar alcohol y autos. Sin embargo si deberían hacer más para evitar los tan temidos paseos millonarios para que uno coja los taxis más seguro y deje el carro en casa.