miércoles, octubre 10, 2012

Un trompa en NY (I).


En nuestro medio le decimos montañero al ignorante, montaraz o desconocedor de las normas de urbanidad, condición muy común entre campesinos y gentes de estratos bajos. A quien se ofende por ese calificativo y lo asume como un insulto le digo que no pare bolas, porque no existe otra forma de llamarnos a quienes habitamos en las laderas de la cordillera de los Andes. Si a quienes viven en la costa les dicen costeños, a los del valle vallunos, llaneros a los del llano y paramunos a los que ocupan las tierras más altas, no veo cómo más puedan decirnos.

Sin embargo, en los últimos tiempos la gente ha impuesto otros calificativos para referirse al campechano, sencillo y ajeno a protocolos, y de una manera ofensiva le dicen trompa, jeta o guiso. Sin duda la falta de estudio y el aislamiento que viven muchas personas los convierte en seres apocados e ignorantes, situación que se hace evidente cuando deben enfrentarse a cualquier tecnología, novedad gastronómica, diálogo especializado o comportamiento social. Por cierto no sobra inculcar en los menores que las personas merecen respeto y sin importar el dinero, los abolengos, estudios o experiencia, todos somos iguales.

Pues debo confesar que como un trompa me sentí en Nueva York. He salido muy pocas veces de Colombia, todas ellas al tercer mundo, pero llegar al país del norte y encontrarse ante semejante urbe, y con la tecnología que allá existe, es algo que impacta. Cuántas veces oí hablar de esa ciudad; cuántas noticias y acontecimientos de importancia se generan allí; en cuántas películas de cine y televisión, en documentales y publicaciones vi sus calles, parques, ríos, edificios, barrios y sitios emblemáticos. Tal vez no pasa un día sin que oiga nombrar esa majestuosa ciudad y después de visitarla, que no conocerla porque para ello se requiere mucho tiempo, pude entender por qué está catalogada como la capital financiera del mundo, la gran manzana, el lugar que todos quieren visitar y muchos escogen para vivir.

Desde que arribé al aeropuerto de Miami para una escala técnica las babas empezaron a chorrear. Debido a congestión en el tráfico aéreo llegamos retrasados para la conexión y prácticamente era imposible alcanzarla, pero ahí pude corroborar mi filosofía de vida basada en que todo tiene su lado positivo. En mi calidad de discapacitado que debo utilizar silla de ruedas para desplazarme, por fin pude encontrarle beneficio a tal situación. En la puerta del avión había un empleado de la aerolínea encargado de atenderme y fue él quien nos aseguró que haría hasta lo imposible para que alcanzáramos a coger el otro vuelo. Entonces empezamos a recorrer pasillos interminables, suba en ascensor, coja el tren, vuelva y baje, sáltese la fila de inmigración y pase de primero, más ascensores, bandas transportadoras y otra vez el tren, hasta que llegamos al lugar indicado y aparte de todo nos sobró tiempo. El asistente presentaba mis documentos y los de mi familia, nos indicaba los pasos a seguir y además la pareja de amigos que viajaba con nosotros disfrutaba de los mismos beneficios.

Siempre he criticado la cultura gringa y atracciones como Orlando y sus parques no me atraen, pero Nueva York siempre fue una obsesión para mí. Por ser multicultural, reconocida como la capital del mundo, por la imponencia de sus rascacielos y haberse ganado la fama de ciudad que nunca duerme, añoré visitarla algún día. Por ello durante la aproximación del avión al aeropuerto La Guardia me estremecí al ver los íconos que tan famosa la hacen, y de ahí en adelante todo fue un sueño hecho realidad.

Ya en la ciudad, encontré más facilidades de las que esperaba. En el apartamento donde nos alojamos, localizado en un exclusivo sector de Manhattan, me sentí como en casa; además, a todo el frente del edificio estaba el ascensor para bajar a la estación del metro. Después de recorrer esa ciudad durante ocho días nunca me topé con un escalón u obstáculo, y en todos los sitios que visité encontré un baño especial donde disponía de todo tipo de comodidades; además, prioridad en los ingresos, nada de filas, trato especial y disponibilidad absoluta de todas las personas. Se parece al tercer mundo donde son tan comunes las barreras arquitectónicas y es difícil encontrar un baño donde siquiera entre una silla de ruedas.

En vista de que con mi mujer era la primera vez íbamos a NY, a diferencia de nuestros compañeros de viaje que ya la habían visitado, teníamos muchas expectativas pero éramos conscientes de que en una semana no alcanzaríamos a conocer todo lo que queríamos. Sin embargo, gracias a nuestra amiga Lina quien lo hizo mejor que una guía profesional, pudimos regresar satisfechos y sin ningún antojo de visitar alguno de los sitios que teníamos en nuestra agenda. Claro que lo ideal sería poder dedicarle mucho más tiempo a los museos, porque son inmensos y espectaculares, pero ante la premura no queda sino escoger unas pocas salas y disfrutarlas al máximo.

Por fortuna en mi familia son aficionados a la fotografía y tomaron infinidad de instantáneas donde grabaron todos los detalles del recorrido, para no dejarle esa responsabilidad solo a la memoria. En la próxima entrega relataré algunas experiencias vividas en esa majestuosa metrópoli.  
pamear@telmex.net.co

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En espera de la próxima entrega... Muy bueno por cierto!

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Que buena experiencia tataratataraprimo, pero aparte de
Estados Unidos es el penúltimo país del mundo donde me gustaría volver. No es un sentimiento antigringo ni nada por el estilo; es simplemente que creo que hay lugares más bellos donde uno puede ir a gastarse sus dólares, o sus euros.

Creo a ciegas en todo lo que usted dice en su crónica. Es simplemente que adoro las cosas viejas y para cosas viejas, el viejo continente.

El último sería Cuba. Aparte de que en su paranoia me trataron mal, no creo en una revolución que pone al pueblo a aguantar necesidades, no me lo contaron, lo vi.

Cordial saludo.