jueves, abril 07, 2016

Duermen con el enemigo (II).

En aquella época de nuestras excursiones al páramo no existía el Parque de los Nevados y por lo tanto podía transitarse sin talanqueras, a diferencia de ahora que hasta para subir a los arenales hay que pagar un mundo de plata. Arrancábamos a cualquier hora y llegábamos hasta el refugio que se incendió hace 30 años por la explosión del volcán. Subir con las enamoradas a ver el firmamento en una noche despejada era un plan muy apetecido; con una botellita de brandy o de aguardiente, o un cacho de ‘maracachafa’ que pusiera a ver estrellas.

Pero sigo la charla con mi contertulio ocasional, la que interrumpimos debido a que él quería saber si un carro que pasaba en ese momento podía llevarlo a su destino. Resultó que no, porque iba solo hasta Nieto y eso queda muy cerca de donde estábamos; entonces le pregunté si esa finca es la de las tan nombradas cuevas, y respondió que sí, pero que no son cuevas como tal, sino unas salientes en un peñasco que forman una especie de alero, donde se escampaban los arrieros con sus recuas cuando los cogía la noche en el páramo.

-Aguarde pues le cuento cómo es vivir con ese volcán tan cerquita. La verdá es que uno se acostumbra a todo y aunque al principio vivíamos aculillaos, hoy tiene que estar muy toriao pa que nos preocupemos. Cuando esa vaina hizo erución, hace ya tiempo, nosotros vivíamos en Líbano y mi apá tenía unos cultivos de papa en una jinca vecina al nevao. Pues le cuento que eso se perdió todo porque amaneció al otro día quemao por la ceniza y no quedó sino arriar ganao y bestias pa buscar una finca más abajo que los recibiera.

Después de eso el cucho quedó en la olla, lleno de culebras, por lo que me tocó dejar el estudio y buscar coloca. Tras mucho voltiar como jornalero por fin logré ministrar la jinca onde estoy ahora, bien istalao por fortuna con aquella y los pelaos. Siempre es jodido porque a ellos les toca metese una patoniada la berrionda pa ir a la escuela; y eso en verano es una cosa, pero yo sí le cuento lo que es esto cuando amanece el helaje en la fina.

Con respeto al volcán, cada rato nos invitan a charlas en la vereda y nos dan istruciones por si una emergencia; pero imagínese, qizque debemos pegar pa los laos de El Arbolito onde hay un cajón grande, de metal, de’sos que cargan las tratomulas… ¡Eso!, un contenedor… el caso es que ahí nos debemos meter todos los vecinos pa cubrinos si empiezan a llover piedras. Pero calcule usté mientras uno trae las bestias del potrero y las ensilla, porque a pie no podemos salir, luego empaca cualesquier chiro y las cositas de primera necesidá… Tampoco se puede ir uno con el mero encapillao… Yo creo que eso funciona pa los que viven cerquita, porque nosotros… ¡pailas!

De manera que no queda sino encomendase a la Virgen y hacese el pendejo pa que los pelaos no se asusten; si viera usté cuando arranca ese volcán a roncar y dígase a temblar… y hay noches que llueven pavesas y la ceniza es tan gruesa que se siente caer en el techo de zin. Y haga juerza pa que no se jodan los cultivos ni el pasto, porque ahí sí nos lleva el que nos trajo. Que sea lo que sea, porque ni pensar en dejar la coloca. ¿Qué hago yo en la ciudá…? ¡Comer rila, será!

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