lunes, enero 09, 2017

Aquellos diciembres (4)

Pasan los días decembrinos y nuestro interés se centra en la llegada del Niño Dios, a quien esperamos desde hace un año y en quien pensábamos cada que hacíamos una pilatuna o nos comportábamos mal, porque siempre fue la amenaza preferida de nuestras mamás, siga así mijito y verá que el 24 le aparece a los pies de la cama un coco lleno de ceniza. Aterrador pensarlo, porque bastaba imaginar a los hermanos desempacando regalos mientras uno encontraba semejante sorpresa.

Cada temporada había algunos juguetes de moda, aunque para nosotros poco variaba. La publicidad navideña era mínima, pero en el poco rato que veíamos televisión alcanzábamos a enterarnos de lo que ofrecía el mercado. Sin embargo, mi mamá era muy práctica y casi siempre compraba lo mismo para todos; sobre todo para evitar peleas y discusiones, porque siempre habría algunos inconformes. De manera que nos compraba un juguete, que casi siempre era un camión marca Búfalo; se diferenciaban en que el uno era militar, otro repartidor de leche, el carrotanque, el ganadero y uno con su carpa; aunque siempre había algunos roces, hacíamos cambios pasajeros y así solucionábamos la vaina.

Aunque para los niños nunca ha sido bien visto recibir ropa como aguinaldo, las mamás aprovechaban para dejar vestidos a los muchachitos de una vez; entonces recibíamos además del juguete un bluyín marca McNelson y un par de botas Machita. No más recibirlos nos medíamos las prendas y salíamos a trazar carreteras y construir puentes para recorrerlas con nuestros camiones. Los niños del barrio procedían de igual manera y nos reuníamos a comparar regalos, a opinar y contener ciertas envidias.

Los papás seguían convencidos de que los niños de 8 o 10 años todavía creíamos que quién traía los regalos era el Niño, y nosotros los dejábamos para verlos hacer maromas que buscaban evitar que nos enteráramos de semejante secreto. Mi madre se iba para el centro por las tardes y le bastaba visitar dos almacenes para salir de nosotros, el de Carlos Mejía para la ropa y para todo lo que tuviera que ver con cacharrería el de Benjamín López, en la carrera 23 frente al parque de Caldas, donde queda ahora el edificio Restrepo Abondano. Ambos comercios eran sus favoritos porque allá conseguía todo lo que necesitara y así evitaba buscar de almacén en almacén hasta quedar rendida y patoniada.

¡Qué pecaito!, recuerdo las maromas que hacía mi madrecita para traer todos esos paquetes y buscar dónde esconderlos, pero antes debía inventarse una disculpa para ir sola al centro, ya que entre tantos muchachitos siempre había varios antojados de acompañarla. Entonces a los niños nos inventaba una caminada y para incentivarnos compraba una Premio Roja litro, en botella de vidrio retornable, una novedad que acababan de lanzar y que era el sueño de cualquier mocoso. A las niñas las llevaba a pasar la tarde a la casa de una tía.

Después de encaletarlos ella quedaba convencida de que allí permanecerían hasta el 24, pero no era sino que saliera a hacer un mandado y nosotros nos trepábamos como ardillas por esos closets hasta llegar a lo más alto. Sacábamos un paquete, leíamos para quién era y cada cual investigaba el contenido por el peso, la consistencia o lo que lograra ver por alguna rendija; sin quitar la cinta pegante porque nunca volvía a funcionar.

Llegaba por fin el tan esperado día y pasábamos ansiosos y expectantes, mientras contábamos las horas y los minutos que faltaban para las 12 de la noche. Después a dormir para encontrar los regalos al abrir el ojo.

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