Es común que la gente se pregunte por qué, si la industria y la economía han repuntado en los último años en forma considerable, al mismo tiempo el desempleo disminuye, pero a paso de tortuga. Muy sencillo: porque la tecnología remplaza al ser humano en casi todas las áreas y es así como cada vez son menos los empleados que requiere una empresa. Basta con recordar lo que era antes el departamento de contabilidad en cualquier firma comercial, donde debían llevar los tradicionales libros a mano, archivar facturas y recibos, asentar a diario los movimientos y demás operaciones, trabajos que ahora se hacen con sofisticados programas computarizados que se encargan del control absoluto de cuentas y balances. En un informe desde Alemania mostraron una de las principales fábricas de cerveza de ese país, en la cual laboran únicamente tres operarios. Hágame el bendito favor. Robots, maquinas sistematizadas, cintas transportadoras y demás técnicas innovadoras, que requieren solo de unos pocos pares de ojos que controlen monitores y de vez en cuando opriman una tecla determinada. Por fortuna nuestra topografía no permite que el café sea cogido por una máquina, como proceden en muchas regiones de Brasil, porque ahí sí quedaría este país en la física olla; lo mismo sucede con las cortadoras de caña o la recolección del espárrago (los campesinos dicen que este último trabajo rinde, pero de la cintura). Con razón antes había camello para todo el mundo, si hasta para fabricar una veladora eran necesarias varias manos.
Menos mal en los países desarrollados ya no le jalan a desempeñar cierta clase de labores, y dejan así una oportunidad para tantos cesantes que no encuentran oportunidades de trabajo en sus respectivas naciones. Se quejan por ejemplo en Estados Unidos porque la ola de inmigrantes los invade, pero no aceptan que si no fuera por esta mano de obra necesitada y humilde, ellos no encontrarían quien les cuidara los culicagaos, les fritara las hamburguesas, aseara los escusaos y les mantuviera limpio el jardín. Pude ver en la televisión un alto funcionario del gobierno español, relacionado con el área del empleo, donde explicaba la clase de trabajos que realizan las personas nacidas en ese país, y luego definió las labores destinadas solo para extranjeros e inmigrantes. El europeo no lava platos, ni parquea carros, ni recoge basuras. Tampoco recolecta aceitunas, no carga camiones y mucho menos desempeña trabajos de alto riesgo o que a largo plazo pueda tener consecuencias en la salud del operario. Qué sería de los españoles sin “sudacas” y africanos, o de los alemanes sin turcos, o de los ingleses sin indios y paquistaníes.
En cualquier comunidad, hospital, hotel, fábrica o entidad, ahora años había una centralita telefónica donde varias muchachas metían y sacaban clavijas para comunicar a las personas. Como en casi todos los casos el servicio se prestaba las 24 horas del día, era necesario contratar varios turnos. En cambio ahora ese trabajo lo hacen los conmutadores y contestadores automáticos, aparatos que sacan de casillas a quien llama, porque no le dan opción de hablar con una persona que pueda escucharlo, ofrecerle una explicación o presentar alguna solución a su inquietud. Y qué decir de los teléfonos celulares que ahora sirven para tomar fotos, grabar videos, mandar mensajes por internet, grabación de voz, agenda y muchas otras arandelas; además, cada vez son más delgados, pequeños y funcionales.
Siempre que veo un modelo diferente, en vez de envidia, siento un fresco al recordar que soy la única persona que conozco que no tiene una mecha de esas. Todos mis sobrinos, el señor de la portería del edificio donde resido, la empleada doméstica, los domicilios, los trabajadores de la construcción, la totalidad de mis amigos y familiares, y hasta el gato, tienen celular. En cambio a mí nunca me ha sonado el aparatejo en momento inoportuno, y no puedo olvidar cuando un gerente bancario me dijo que por orden del presidente de la entidad, debía mantener el trebejo prendido en todo momento, sin excepciones. Y el jefe empezaba a joder desde las 4 de la mañana. Va la madre.
La construcción siempre ha sido una buena fuente de empleo, con el agravante que las obras cada vez se ejecutan más rápido y por lo tanto los “rusos”, como les dicen en Bogotá, quedan varados cada cierto tiempo. Pero en ese renglón el modernismo y las máquinas reemplazan la mano de obra en forma considerable, como las grúas que mueven ladrillos, varillas, formaletas, concreto y demás materiales que antes debían cargarse al hombro. Con los prefabricados y los paneles, en muchas construcciones no es necesario pegar ladrillos ni revocar, y se adicionan químicos a la mezcla del cemento para que fragüe más rápido. La maquinaria es un descreste, y la instalación de grifería y demás aditamentos es mogolla. Por fortuna todavía es necesario enchapar a mano, armar los casetones de esterilla, enderezar puntillas, remojar adobe, cargar arena, tirar plomadas y “canchar” paredes.
Que tiemblen los asalariados porque en cualquier momento inventan un aparato que los remplace. Por fortuna falta mucho para que ensamblen robots que funjan de gariteros, cojan goteras, parchen llantas en carretera, le corran el catre a las vagabundas, vendan caldo con albóndigas al amanecer, sustituyan ayudantes de bus, lleven antojos a domicilio o asen arepas al carbón.
Menos mal en los países desarrollados ya no le jalan a desempeñar cierta clase de labores, y dejan así una oportunidad para tantos cesantes que no encuentran oportunidades de trabajo en sus respectivas naciones. Se quejan por ejemplo en Estados Unidos porque la ola de inmigrantes los invade, pero no aceptan que si no fuera por esta mano de obra necesitada y humilde, ellos no encontrarían quien les cuidara los culicagaos, les fritara las hamburguesas, aseara los escusaos y les mantuviera limpio el jardín. Pude ver en la televisión un alto funcionario del gobierno español, relacionado con el área del empleo, donde explicaba la clase de trabajos que realizan las personas nacidas en ese país, y luego definió las labores destinadas solo para extranjeros e inmigrantes. El europeo no lava platos, ni parquea carros, ni recoge basuras. Tampoco recolecta aceitunas, no carga camiones y mucho menos desempeña trabajos de alto riesgo o que a largo plazo pueda tener consecuencias en la salud del operario. Qué sería de los españoles sin “sudacas” y africanos, o de los alemanes sin turcos, o de los ingleses sin indios y paquistaníes.
En cualquier comunidad, hospital, hotel, fábrica o entidad, ahora años había una centralita telefónica donde varias muchachas metían y sacaban clavijas para comunicar a las personas. Como en casi todos los casos el servicio se prestaba las 24 horas del día, era necesario contratar varios turnos. En cambio ahora ese trabajo lo hacen los conmutadores y contestadores automáticos, aparatos que sacan de casillas a quien llama, porque no le dan opción de hablar con una persona que pueda escucharlo, ofrecerle una explicación o presentar alguna solución a su inquietud. Y qué decir de los teléfonos celulares que ahora sirven para tomar fotos, grabar videos, mandar mensajes por internet, grabación de voz, agenda y muchas otras arandelas; además, cada vez son más delgados, pequeños y funcionales.
Siempre que veo un modelo diferente, en vez de envidia, siento un fresco al recordar que soy la única persona que conozco que no tiene una mecha de esas. Todos mis sobrinos, el señor de la portería del edificio donde resido, la empleada doméstica, los domicilios, los trabajadores de la construcción, la totalidad de mis amigos y familiares, y hasta el gato, tienen celular. En cambio a mí nunca me ha sonado el aparatejo en momento inoportuno, y no puedo olvidar cuando un gerente bancario me dijo que por orden del presidente de la entidad, debía mantener el trebejo prendido en todo momento, sin excepciones. Y el jefe empezaba a joder desde las 4 de la mañana. Va la madre.
La construcción siempre ha sido una buena fuente de empleo, con el agravante que las obras cada vez se ejecutan más rápido y por lo tanto los “rusos”, como les dicen en Bogotá, quedan varados cada cierto tiempo. Pero en ese renglón el modernismo y las máquinas reemplazan la mano de obra en forma considerable, como las grúas que mueven ladrillos, varillas, formaletas, concreto y demás materiales que antes debían cargarse al hombro. Con los prefabricados y los paneles, en muchas construcciones no es necesario pegar ladrillos ni revocar, y se adicionan químicos a la mezcla del cemento para que fragüe más rápido. La maquinaria es un descreste, y la instalación de grifería y demás aditamentos es mogolla. Por fortuna todavía es necesario enchapar a mano, armar los casetones de esterilla, enderezar puntillas, remojar adobe, cargar arena, tirar plomadas y “canchar” paredes.
Que tiemblen los asalariados porque en cualquier momento inventan un aparato que los remplace. Por fortuna falta mucho para que ensamblen robots que funjan de gariteros, cojan goteras, parchen llantas en carretera, le corran el catre a las vagabundas, vendan caldo con albóndigas al amanecer, sustituyan ayudantes de bus, lleven antojos a domicilio o asen arepas al carbón.
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