miércoles, agosto 02, 2006

Nunca Fallan

Un personaje a quien recuerdo a diario es a un tal Murphy, el de las famosas leyes. Si cada ser humano escribiera un ejemplo de una ley de este tipo, surgiría el documento más extenso conocido hasta la fecha. Porque a lo mejor muchos nunca han oído hablar del asunto, pero basta explicarles y nombrarles algunos casos para que de inmediato hagan sus aportes. Es común que le digan a uno, cuando reniega porque las malditas leyes lo tienen fregado, que no sea negativo y no le pare bolas a esas bobadas.



A lo mejor soy muy de malas pero siempre que viene un técnico a mi casa para una reparación o mantenimiento, nunca falla que llegue en momento inoportuno. Si es hora de almorzar, de ducharse, hacer la siesta o atender una llamada telefónica de larga distancia, preciso aparece el fulano de turno. Como es urgente solucionar el problema toca atenderlo y esperar que arregle el daño. Pero ahí es cuando el tipo dice que olvidó traer una herramienta especial, o sin revisar a fondo asegura que “eso no se va a poder”. Después pregunta que si por casualidad tenemos una llave brístol milimétrica de tres octavos y una pistola para poner remaches.



Si voy a la cocina a hervir una leche debo supervisar sin parpadear para evitar que se suba, pero basta con mirar a otro lado para que suelte el hervor y el reguero inunde el fogón. Ahora venden las arepas medio crudas y chupan candela de lo lindo, por lo que uno se confía y decide que alcanza a contestar el teléfono. Cuando regresa la arepita está como una suela, retorcida y no le entra el diente; porque si al menos se quemara, que entre otras cosas queda deliciosa, pero les echan tantos químicos que primero se fosilizan antes que dorar como debe ser. Y quédese parado echándole ojo para que vea cuánto se demora.



Dicen que todo lo del pobre es robado. Necesita usted vender cualquier propiedad y debe bajarse los calzones en cuanto al precio se refiere, porque le sacan todo tipo de peros e inconvenientes. Ni hablar si la venta es de urgencia para cubrir alguna necesidad o porque está a punto de perder la casa, porque pueden pasar años antes de que resulte un cliente que no quiera aprovecharse de la situación. Lleve su carro a donde un comisionista para que lo venda, y después de que por teléfono le dijo cuanto vale según el modelo y el estado del vehículo, apenas lo ve empieza a rascarse la cabeza y a decir que los carros de ese color no tienen salida; que la placa termina en cero y eso es fatal; y que si fuera 1300 no habría problema, pero que el modelo que viene con motor 1600 es un hueso, y que hasta regalado es caro.



Nada que ofusque más que se pierda cualquier pendejada en la casa, lo cual sucede siempre porque lo usan y no lo vuelven a poner en el puesto. Por ejemplo se envolata el abrelatas y usted empieza a escarbar en los cajones de la cocina, revisa la caneca de la basura, mira en todos los rincones, abre la nevera y el horno a ver si algún despistado lo dejó ahí, pregunta hasta el cansancio y termina buscando hasta en el tanque del inodoro. Como no es lógico que un ladrón entre solo a eso, es menester seguir buscándolo. Pero qué va, aparecen un mundo de cosas que echábamos de menos pero el bendito adminículo desapareció como por arte de magia. Meses después aparece debajo de la lavadora, oxidado y lleno de polvo.



Hay casos simples que no parecen tener importancia, pero en los cuales se cumple sin falta la mencionada ley. Por la cuadra donde resido pasa todos los días, a la misma hora, un hombre que ofrece aguacates a voz en cuello. Si el almuerzo es una lasaña, espaguetis, carne con salsa de champiñones o cualquier otra cosa con la que no combine el aguacate, el tipo cumple con su rutina diaria; pero si en cambio vamos a comer “sudao”, frijoles, sopa de mondongo o un buen sancocho, tenga la seguridad de que el vendedor ambulante no da señales de vida.



Es mal agüero desafiar las teorías de Murphy, porque hay cosas que pueden pensarse pero nunca decirse en voz alta. Para la muestra un botón: si viaja por carretera y por fortuna no hay muchos camiones en la vía, lo cual hace el recorrido ágil y placentero, la dicha dura hasta que un acompañante suelta el comentario y en la siguiente curva aparece una fila de tracto camiones pegados unos de otros como si fuera un tren, y los cuales son prácticamente imposibles de adelantar.



Si alguien llama por teléfono y debemos anotar cualquier dato que nos suministren, no aparece el lapicero, ni un papel y mucho menos algo en qué apoyar. Recuerdo una vez que mi mamá hablaba por teléfono con una empleada domestica y le dio la dirección del apartamento para que la visitara a ver si podían arreglar. La pobre mujer no encontraba con qué anotar y mi madre le ofreció que si necesitaba un lapicero, ella le prestaba uno que tenía ahí a la mano.

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