martes, mayo 15, 2007

ME PARECE OIRLA.

Así como reniego de la modita que han cogido de chantarle un doliente a cada día del año, para fomentar el comercio porque aspiran que el homenajeado diario reciba un regalo, acepto que el único que debe perdurar es el día de la madre. El símbolo de la abnegación, la entrega, el amor, la ternura, la comprensión y núcleo de la familia es la mamá. Muchas personas no quieren a los hermanos, odian al papá, no la van con tíos, abuelos y otros familiares, pero es difícil encontrar a alguien que no quiera a la progenitora.


Todo el mundo piensa que la mejor mamá es la suya; la más cuarta, la mejor persona, la más bonita, la que todo lo puede. Por costumbre en cada hogar se le nombra de una manera diferente, y los apelativos más comunes son madre, madrecita, mamá, mamita o mami. En esta región preferimos llamarla amá, amacita o simplemente má. Vale recordar esas frases que utilizaban ellas a diario, cuando renegaban y echaban vainas a los hijos por desconsiderados. Los maridos de entonces poco entraban a la casa, y muchas veces llegaban copetones y no le paraban bolas a sus quejas.

En las mañanas, con levantadora y pantuflas, mientras arreaban muchachitos y recogía desorden mascullaban furiosas: un día de estos se levantan y no me encuentran, a ver qué camino cogen. Y haga oficio, y vaya y venga, disponga y organice, pero nadie les reconocía su labor, por lo que decepcionadas comentaban: claro, como aquí tienen a la “sirrrrrvienta” que les hace todo.

Como éramos tantos hijos metían a varios a la ducha y empezaban a dirigir la bañada. Vea, usted, échese jabón detrás de las orejas; y el cuello… hágale duro con ese estropajo que lo tiene lleno de tierra… mire qué porquería, ahí se pueden sembrar papas. Y usted, fulanito, estréguese por allá, en las partes… pero sin miedo por dios… y las uñas, qué es ese mugrero. Este otro carajito, lávese la cara que está lleno de lagañas, puerco. Luego cogían la piedra pómez y nos restregaba los jarretes hasta sacarnos la chapola. Mi mamá, mientras nos vestíamos, siempre recomendaba: cuidadito se ponen medias o calzoncillos rotos, porque nadie está libre de ir a parar al hospital.

Una pregunta típica de ellas era: ¿mijito, usted sí reza y se persigna antes de dormirse? Como la respuesta era siempre afirmativa, mi amá negaba con la cabeza y decía que uno no puede vivir como un perrito. Con el mismo animal nos relacionaba cuando al comer dejábamos harinas o arroces en la mesa: ¡miren, aquí comió un perrito! Cuando alguien sacaba algo de su closet y dejaba la puerta de par en par, haciendo referencia a las iglesias que siempre están abiertas, echaba esta indirecta: ¿a qué hora empieza la misa?

Ya mayorcitos, muy amigueros y con novia, el teléfono de la casa no daba abasto. Se pegaba uno de ese aparato y ella decía en voz alta, como quien no quiere la cosa: yo no me explico qué es lo que conversan si estuvieron juntos todo el día. Cuando ella contestaba, mientras llamaba al solicitado no perdonaba el vainazo: estos zambos de ahora ni siquiera dicen buenos días o hágame el favor. Hay del que osara comunicarse por teléfono después de las nueve y media de la noche, porque sin ningún recato le soltaba: ¡esta no es hora de llamar a una casa decente!

Ni hablar de la piedra que le daba cuando llegaba un amigo y empezaba a pitar para que uno saliera. Decíle a ese baboso que se baje y timbre, que esto no es un drive-in, era su comentario. Y cuando llegaba alguno a anunciar que consiguió novia, lo primero era indagar por los apellidos. Que quiénes son los papás y los abuelos; que yo no conozco esa gente; que no se me vaya a aparecer con una cualquiera porque me da un infarto. Si uno de nuestros amigos no le caía bien, no descansaba con la cantaleta: ese muchacho no le conviene, se va a acordar de mí.

En la adolescencia empezaban los roces y cuando le pedíamos un permiso era seguro que dijera: vaya pregúntele a su papá a ver qué dice. Y si uno se envalentonaba, se ponía furiosa y remachaba: le recuerdo que usted no se manda solo, cuando trabaje y se mantenga hablamos; y mientras viva en esta casa se hace lo que yo diga. También amenazaba: de una vez le advierto que se motila porque parece una nena, y esta noche sale hasta la hora que acordamos; ni un minuto más. ¡Y cuidadito con alzarme la voz porque le reviento la boca!

Otras frases características eran: ¡estos mocosos me van a volver loca!; ¿usted cree que esto es un hotel?; ¡este culicagao es igualitico al papá!; ¡no hay poder humano!; para qué pregunta si va a hacer lo contrario. Y con la que se zanjaban todas las discusiones: ¡porque yo soy su mamá, y punto! Lo que es inexplicable, es que el tiempo y la paciencia les alcanzaran para levantar semejantes tropas. Y la mayoría con muy poquita plata. Cuando alguien dice que las mamás de antes no trabajaban, ellas tienen razón en expresar con énfasis: ¡Me muero de la ira!
pmejiama1@une.net.co

2 comentarios:

Anónimo dijo...

jeje, yo siempre he pensado que las mamás tienen una sociedad secreta donde comparten información y asisten a cursos de adoctrinamiento y capacitación para educar sus hijos.

¿cómo más explicar que todas digan las mismas frases?

Jorge Iván dijo...

Hola Pablo: al leer tu columna me pareció ver a mi ama por un huequito haciéndo lo mismo. Yo creo que en los hogares de nosotros todo fue igual y la politica de los papas era calcada. Lo único distinto somos los productos de aquellas fábricas de hijos que eran nuestros hogares.
Como siempre, estupenda columna.