Compañeros infaltables de los niños son los súper héroes. Cambian con los tiempos, evolucionan y hasta son reencauchados, pero sin duda se convierten en el ejemplo a seguir por infinidad de infantes que ven en ellos todas las virtudes que anhelan adquirir. De mis primeros años recuerdo a Maciste, un coloso griego que tenía tremenda macana y se enfrentaba a puño limpio con docenas de soldados romanos; El Santo, el enmascarado de plata, a quien en los tinglados de lucha libre no vencía nadie; y a dos vaqueros que se las sabían todas: Roy Rogers y Hopalong Cassidy. Ellos eran los “guapos” de las películas que veíamos en social doble los sábados por la tarde, en el teatro Olympia. Después aparecieron, entre muchos otros, los tradicionales Superman, Batman y Robin, Flash Gordon, Tarzán y El Fantasma.
Lo cierto es que al crecer pierde uno el gusto por este tipo de cosas, aunque algunos adultos todavía disfrutan al ver una película del Hombre Araña o del moderno Superman. Yo no las miro siquiera por curiosidad, aunque me insistan en que los efectos especiales son muy bien logrados y la banda sonora impresionante. Definitivamente no le jalo. Porque una cosa es ver cine de ficción, con historias creíbles y bien narradas, y otra muy distinta un pisco que sube por los edificios pegado a las paredes como araña de tanque, y salta de terraza en terraza chilingueado de redes que emanan de sus brazos.
Pero cuando creí que ningún súper héroe iba a moverme el piso, apareció uno que me dejó matriculado desde el primer momento: El Chapulín colorao. Gratos recuerdos reviví con las entrevistas que concedió el comediante mejicano Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, en su reciente visita a nuestro país, y junto a mi hijo reímos de nuevo al ver los maravillosos personajes creados por el carismático artista. Cuando el entrevistado apareció en la pantalla mi mujer comentó sobre lo viejo que está, a lo que anoté: lo viejos que “estamos”.
Lo que parece increíble es que hace veinte años, cuando junto a mi hijo nos entreteníamos con los programas protagonizados por los diferentes personajes encarnados por el actor azteca, Chespirito tenía 58 años de edad. Cómo es posible que un mocoso callejero, el Chavo del ocho, y sus compañeros Kiko, La Chilindrina y Ñoño, aunque sean actores adultos uno los ve como niños traviesos e inocentes. Ahí está la magia del elenco, porque aunque los programas varían muy poco, ya que siempre repiten las mismas frases, se comportan de forma igual y el argumento en poco cambia, los espectadores siguen fieles frente a la pantalla. Como imitador Gómez Bolaños es magistral cuando representa, en compañía del actor que interpreta al señor Barriga, a la inolvidable pareja de El gordo y el flaco; y hay que verlo encarnar a Charles Chaplin.
Ante una programación plagada de violencia y de mala energía sintonizar los programas de Chespirito es una delicia, porque aparte de divertir al televidente dejan mensajes positivos y ejemplarizantes. Nunca se burlan de nadie ni discriminan por color, sexo o religión. Personajes como el doctor Chapatín; el Chómpiras, el Botija y la Chimoltrufia; los Chifladitos; el profesor Girafales (o el maestro Longaniza), Jaimito el cartero (nacido en Tangamandapio), Ron Damón, la bruja del 71 o doña Florinda, le llegaron al alma a muchas generaciones de latinoamericanos. En la actualidad aún reciclan los programas en canales de diferentes países y nuevos admiradores entran al grupo de seguidores de los comediantes mejicanos.
El Chapulín es para mi gusto el mejor de todos, porque de una manera inteligente hace una burla magistral de los súper héroes tradicionales. Es el tipo más bruto que uno pueda imaginar, pero con la malicia suficiente para disimular su torpeza. Su sentido de la justicia es innato y a pesar de representar al defensor de los desvalidos, deja aflorar sus miedos y temores. Y a diferencia de otros que utilizan armas y poderes especiales, este se bandea con un martillo de plástico, el chipote chillón, con el que golpea a los bandidos hasta ponerlos en su sitio. Como amante es un fracaso, y a pesar de su buena voluntad, debido a su ineptitud son más los daños que hace que lo que ayuda. Ahora que lo pienso es posible que para la creación de este personaje se haya inspirado en Maxwell Smart, el súper agente 86. Igual de bruto e iluso.
El lenguaje de los personajes de Chespirito caló tanto entre la gente que sus frases y palabras entraron a formar parte del lenguaje cotidiano. Si está indispuesto tiene la chiripiorca; si algo sale mal se chispotió; cuando quisiéramos pasar por debajo de una puerta añoramos la chiquitolina; y ante la sorpresa o la admiración solo queda decir ¡chanfle! Y quién no recuerda frases como: lo sospeché desde un principio; no contaban con mi astucia; ¡que no panda el cúnico!; síganme los buenos. O la que resume su entrega y bonhomía, ¡se aprovechan de mi nobleza!, y la fórmula para invocarlo: ¡oh!, y ahora quién podrá defenderme.
Cuando Kiko, ese mocoso arrogante que humilla al Chavo a cada momento, lo hace antojar de una chupeta para después restregarle en la cara que no le va a compartir, el humilde mocoso se hace el desinteresado mientras comenta: ¡al cabo que ni quería!
pmejiama1@une.net.co
1 comentario:
Excelente Pablo. Que paren ese bus que también me subo. Mis personajes favoritos. ?que tal la traga de la bruja con don Ramón?
Creo que don Ramón, hasta su muerte, nunca pagó el arriendo.
Digamos entonces:
JUNTEMONOS CON LA CHUSMA SEGUIDORA DEL CHAVO DEL OCHO. CHUSMA...CHUSMA...CHUSMA
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