Es triste ver la ciudad llena de casinos y casas de juego, donde la gente pasa las horas en busca de una solución a la desesperada situación económica que acosa a tantos colombianos. El que gana una moneda por cuidar un carro corre a jugar a las maquinitas a ver si le suene la flauta y consigue con qué sobrevivir unos días. O el obrero que arriesga su salario en una partida de naipes. Porque no hay duda de que el juego es una adicción, y muy pocos pueden decir que salieron ganadores.
Lo increíble es que la gente siempre tiene plata para hacer un chance, comprar un quintico de lotería o acariciar el sueño de pegarle al baloto. Y es que ante el desempleo, la falta de plata y una sociedad de consumo asfixiante, muchas veces no queda otra opción que un golpe de suerte para salir de la olla. Claro que hay que ser optimista para confiar el futuro en algo tan volátil y etéreo como el azar, aunque nadie puede negar haberse dedicado una noche a planear cómo va a repartir la astronómica cifra de un premio gordo.
En nuestro país existe otra opción para enriquecerse de la noche a la mañana, y basta con enterarse de algún ilícito o conocer el paradero de un bandido por el que ofrezcan recompensa. El problema radica en que el billete recibido se gasta en pagar escondederos, porque siempre habrá una rendija por donde se filtre la información de quién fue el sapo y no existe en este planeta un hueco dónde permanecer tranquilo. Yo sí le digo lo que debe ser tener de enemigo a un traqueto, paramilitar, guerrillero, contrabandista o facineroso de oficio.
En cambio en Estados Unidos la cosa es más sencilla. Con solo estar en el lugar apropiado y en el momento preciso la fortuna puede atropellarlo. Busque un andén al que le falte una tapa de alcantarilla, luego simule leer el periódico mientras camina, y con cierta sutileza para tampoco irse a matar, déjese caer de manera que se quiebre siquiera una pata. También puede ir a un almacén y pucharse debajo de una estantería, no sin antes cuadrar con un amigo para que se la tire encima. Claro que debe calcular el daño que pueden causarle los productos allí exhibidos; por ejemplo frascos y latas que lo descalabren, le hagan una cortada superficial en un brazo y le dejen un ojo morado.
Seguro pasará un momento amargo y le va a doler, pero dicen que el que quiere marrones aguanta tirones. Porque los gringos indemnizan al ciudadano afectado en unas situaciones que nadie puede creer. Son tan disparatados los casos, que desde hace unos años inventaron unos premios a las demandas más absurdas instauradas en ese país. Se llaman los premios Estela, por ser el nombre de una señora de 80 años que se echó encima un café hirviendo en un MacDonalds. Después de tener que pagarle a la vieja casi tres millones de dólares, resolvieron imprimir una advertencia en los vasos desechables para curarse en salud.
En Austin otra mujer visitaba una tienda de cocinas y un mocoso que andaba correteando se la llevó por delante causándole fractura de tobillo. Pues hubo que consignarle 780 mil de los verdes, pero lo absurdo es que el culicagao era el hijo de ella. Otro vergajo demandó a un ciudadano porque le pisó un brazo con la llanta del carro; claro que el guache estaba robándose las copas del vehículo y como el dueño no se percató al arrancar, tuvo que bajarse de 74 mil. Aunque los casos parecen mentira sigo con el recuento. Un ladrón se mete a una casa y queda encerrado en el garaje durante 8 días porque los dueños andaban de vacaciones. Debe alimentarse de gaseosas y comida para perros, por lo que demanda al propietario del inmueble por daños morales y recibe medio millón de dólares.
Una zamba ganó un buen billete cuando quiso “conejiar” una cuenta en un bar al tratar de volarse por la ventana del baño; pues se fue de jetas y resultó con tres dientes desportillados. Aparte de la demanda, debieron mandarle a arreglar la “persiana”. Pero el campeón es un viejo atembao que compró un carro casa y leyó en el manual acerca de la posibilidad de activar un botón en el timón que mantiene una velocidad constante de crucero. El zoquete lo programó a 60 millas, luego abandonó la silla del conductor y pasó atrás a preparar café. Sobra decir que en la primera curva el carro siguió derecho, con tan mala fortuna para los fabricantes que el cliente se salvó y tuvieron que indemnizarlo con un millón y medio. Además, hubo que reponerle el vehículo y advertir en el manual que el mecanismo “no” es un piloto automático, para evitar que otro imbécil proceda igual.
Por ello nadie debe aterrarse si en el avión que lo lleva al país del norte le preguntan si piensa cometer un atentado terrorista o matar a alguien. En las últimas instrucciones que leí dice que cuando cambie las pilas, debo botar las viejas porque de pronto un niño se las come y eso es muy dañino. ¿Qué tal?; semejantes pendejadas no se les ocurren sino a los gringos.
pmejiama1@une.net.co
1 comentario:
Pa´ que vias como es la vida Pablo, en cambio otros nos pasamos de "sanos" y buena gente (como para no decir la palabra aquella) Resulta que estábamos una gallada de mi familia en un restaurante de comidas rápidas en los mayamis y cuando el mesero (gringo de tiempo completo) trajo las coca colas, tres vasos se le cayeron sobre la enorme mesa por lo que se formo un Misissipi de liquido por todas partes. Todos brincamos para atrás para salvar las bermudas menos papá y mama que por razón a su edad ya no tienen muchos reflejos, por lo que llevaron del bulto, pues hasta las canas se les empegotaron del dulce de la gaseosa. Inmediatamente cogimos servilletas al por mayor y al detal y ayudamos a limpiar la mesa y a los taitas, pasamos la comida para otra parte,trapiamos y hasta le dimos palmaditas al asustado mesero diciendole en nuestro paisanglis: "no problem mai frend, every tin está okey" Les cuento que de ese restaurante salimos hinchos de comer de todo lo que quicimos y gratis. Siguiendo con los casinos, te cuento que acá en Medellín ya tenemos mas casinos que parroquias, que es mucho decir
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