martes, febrero 12, 2008

Comodidades modernas.

La sociedad de consumo y los adelantos tecnológicos se amangualan para ofrecer productos que hacen la vida más fácil en los hogares, hasta llegar al punto que muchas personas no pueden sobrevivir sin las comodidades a las que se han acostumbrado. Quienes tienen poder adquisitivo para darse ciertos gustos enfrentan el inconveniente que con el tiempo se vuelven adictos a ese tipo de lujos, y el día que no los tienen sufren una gran decepción que les amarga la existencia. Por ello es bueno contarle a los menores cómo era el diario vivir en los hogares de nuestra infancia, donde a pesar de no faltarnos nada, no pueden siquiera compararse con los de ahora.

Algo que no podrán creer es que por ejemplo no existía la cultura del plástico. Todo venía en bolsas de papel y en el mercado empacaban los granos en bolsitas de libra o de kilo, a las que les hacían un doblez especial para cerrarlas. El panadero cogía la parva directamente de la vitrina y la echaba en un talego de papel, a excepción de la encima o la ñapa que le entregaba en la mano al muchachito que hacía el mandado. Los productos de carnicería, los quesos o la mantequilla eran empacados primero en hojas de bihao, para luego acomodarlos en una chuspa tradicional.

Los productos de limpieza venían en envases de vidrio y a diferencia de ahora que hay uno para aplicar a cada cosa imaginable, se reducían al varsol para limpiar la ropa de paño y un frasco de límpido para despercudir calzoncillos. La leche también estaba envasada en botellas, y gaseosas y cervezas eran distribuidas en canastas de madera de 24 unidades. El recipiente para recoger la basura era una caneca metálica, sin bolsa plástica, por lo que los líquidos lixiviados la oxidaban y cogía un olor nauseabundo. Ni imaginar en aquella época que pudieran inventar sillas o mesas de plástico.

Y como no existían esos empaques, tampoco había recicladores. En cambio aparecían los limosneros o los chinches, quienes tocaban en las casas para pedir que les regalaran algo de comer. Llevaban un tarro vacío de galletas de soda, avena Quaquer o leche Klim, donde la cocinera les empacaba algunas sobras del almuerzo como arroz, lentejas, frijoles o tajadas maduras; ellos se sentaban en la escalita de la casa y allí despachaban el improvisado “golpe”. Además cargaban un costal para que les dieran plátanos, bananos o lo que hubiera de revuelto. Las empleadas nos decían que esos tipos robaban en sus costales a los muchachitos desobedientes, lo que bastaba para que dejáramos de joder al menos mientras el personaje rondaba por el vecindario.

Como todas las casas tenían patio las mascotas eran muy diferentes a las actuales. Teníamos un perro grande y pulgoso que alimentábamos con sobrados y que no podía entrar a la casa. Al gato nadie lo mimaba y solo estaba para cazar ratones, y cuando se perdía pasaba mucho tiempo antes de que nos percatáramos; y en el solar no faltaban gallinas, pollos de engorde, conejos y otros animales caseros. Muy distinto a las iguanas que tienen hoy los niños y que viven pegadas de las cortinas, de las tortuguitas metidas en un acuario, o de los perritos falderos que requieren muchos cuidados y hay que meterles más plata que a un bebé recién nacido.

En cuanto a electrodomésticos y equipos electrónicos sí que había diferencias. En la cocina y patio de ropas se contaba con la licuadora, una máquina para batir las tortas, una parrilla de resistencias para asar arepas, la plancha y un radio grande de tubos encima de la mesa de aplanchar que reproducía todas las radionovelas. En las familias numerosas era necesario mandar a lavar la ropa donde una lavandera y en vez de secadora, se utilizaban unas cuerdas acondicionadas en el patio para tal fin.

En la casa solo había un punto para conectar el teléfono y el aparato era de disco, de esos negros tradicionales. Para oír un long play, el disco más moderno de entonces, existía la radiola que en todos los casos era una herencia de varias generaciones, por lo que el sonido dejaba mucho que desear; además tenía un radio que presentaba en el dial infinidad de bandas y ciudades que supuestamente podían sintonizarse, pero la verdad es que no cogía ni las emisoras locales. Y el televisor era un vejestorio en blanco y negro que sintonizaba un canal. De resto no había ningún tipo de aparato electrónico.

Pero mientras ahora en pocos hogares tienen una empleada doméstica de tiempo completo, porque la mayoría trabajan por días o pocas horas a la semana, es esos tiempos generaban más empleo. No faltaban la cocinera y la “entrodera”, quien se encargaba de los oficios de la casa y el arreglo de la ropa. La niñera o una monjita que ayudaban a cuidar los mocosos chiquitos. Un todero encargado de limpiar alfombras, vidrios, arreglar prados y jardines, lavar el garaje y mover los muebles para barrer debajo. También nos visitaba un peluquero que motilaba a domicilio, y en la calle se ofrecía a los gritos el amolador de cuchillos y tijeras, el zapatero remendón y uno que compraba frascos y botellas.

Estos recuerdos nos dejan claro que podemos vivir sin tantos perendengues.
pmejiama1@une.net.co

2 comentarios:

Jorge Iván dijo...

Cada época viene con sus propios cachivaches. Lo de ayer fue un canto a la simplicidad, lo de hoy una exaltación a la tecnología, y eso que en nuestro país, hablando de empaques, en algunos productos seguimos en pañales debido al alto costo. Imposible olvidar los enormes canastos para llevar el mercado, infaltables en todas las casas.

Anónimo dijo...

Hola:
Además miremos un supermercado de hoy, comparado con almacenes de hace pocos años: no es fácil encontrar maiz trillado, porque creo que ya nadie sabe para que es esa cosa; pero recordar desde el INA hasta los modernos super de antaño: casi medio local estaba lleno de ese maiz blanco y el resto era panela.
Ahora, puro edulcorante...