En algunos canales de televisión internacional pueden verse maravillosas obras de ingeniería construidas en los países desarrollados. Se nos chorrean las babas al ver las autopistas, puentes, túneles, aeropuertos, grandes rascacielos, vías ferroviarias, puertos y demás obras de infraestructura tan necesarias para el desarrollo. Con maquinaria especializada, tecnología de punta y unos operarios más preparados que un tamal, pero sobre todo con recursos económicos, desarrollan los proyectos sin contratiempos y el los plazos estipulados. Mientras tanto en los países del tercer mundo celebramos con entusiasmo cuando muy de vez en cuando inauguran una obra, la cual no puede compararse con las arriba mencionadas, y que además demora una eternidad en ponerse al servicio. Aunque aquí inauguran las obras sin haberlas terminado, con tal de que el dirigente de turno alcance a tomarse la foto de rigor mientras corta la cinta. Lo peor es que ante la necesidad, nadie le saca peros ni evita utilizar la nueva estructura como muestra de su descontento.
Pasa el tiempo y todos soñamos con el día que terminen la construcción de la autopista del café o del aeropuerto de Palestina; o que se haga realidad el puerto de Tribugá en el océano pacífico, o aunque sea el multimodal del río Magdalena en La Dorada. Del ferrocarril de occidente no volvieron a decir nada y la rectificación de la carretera que nos une con Bogotá le tocará verla a nuestros tataranietos. El machete está en que dichas obras se demoren para poder renegociar, actualizar costos, prorrogar plazos de entrega, meterle unas cuantas demandas al estado y repartir comisiones, tajadas y mordiscos. El monumento a la desidia es el vetusto Palacio Nacional de Manizales, cuya construcción duró 20 años (dos décadas, cuatro lustros, diez pares de años o como quieran llamarlo). Y si con semejante demora les quedó así de feo, qué tal que lo hubieran hecho a las carreras.
Ahora el problema que nos sube pierna arriba es bien grave. A pesar de la avalancha de vehículos de todo tipo que inundan calles y carreteras, la malla vial sigue siendo casi la misma de hace medio siglo. Muy pocas carreteras nuevas entran al servicio, mientras en los centros urbanos las vías arterias son las mismas desde hace mucho tiempo. De vez en cuando abren una nueva, la cual se ve atestada al momento ante las necesidades que existen. Lo peor es que en muchas ciudades solo se interesan por mantener en buenas condiciones las vías principales, mientras que las calles en los barrios son verdaderas trochas intransitables. Por ejemplo en Bogotá pueden estar seguros de que nunca tendrán una malla vial aceptable, porque el problema ya les cogió ventaja.
Las carreteras troncales, vasos comunicantes del país en materia vial, son angostas, peligrosas, mal señalizadas, con reparcheos burdos y ordinarios, y con reasaltos bruscos cada pocos kilómetros que perjudican el promedio de velocidad. La troncal de occidente, en la zona montañosa de Antioquia, está minada por los derrumbes y las fallas geológicas, mientras que en el plan, de Puerto Valdivia hacia el norte, los pueblos y caseríos en la orilla de la carretera son muchos y cruzarlos es un peligro. Las motocicletas pululan, los mocosos se atraviesan, burros en mitad de la vía, ciclistas imprudentes y “policías acostados” sin señalización que producen accidentes a diario. Parece mentira que una capital como Medellín no tenga una variante que le evite al viajero perder más de una hora mientras la cruza, hasta retornar a la carretera en el otro extremo de la ciudad.
La troncal de oriente tampoco es la excepción. Se cambia de departamento en 8 oportunidades y la situación económica de cada uno se nota en el estado de la carretera. El tramo que corresponde a Boyacá parece reparado por campesinos que tapan los huecos con paladas de asfalto, y en otras latitudes no hay ningún tipo de señalización. Por los lados de San Alberto, en El Cesar, la carretera va sobre un estrecho montículo que no deja espacio para las bermas; por lo tanto cualquier peatón, ciclista, motociclista o animal (de 4 patas), se convierte en un obstáculo para los conductores. Coincide el atravesado con un tracto camión que viene por el carril contrario a más de cien kilómetros por hora, y a quien se los topa de frente solo le queda mandarse por el hueco que dejan a ver si logra pasar. Los innumerables riesgos a los que se exponen conductores y pasajeros hacen que sea un milagro salir incólume de semejante travesía tan peligrosa.
En los últimos tiempos cada mes se rompe el récord de mayor venta de vehículos en nuestro país. Los enjambres de motos invaden las calles y miles de carros entran a obstaculizar las escasas y estrechas vías, lo que hace prever un caos inmanejable para un futuro próximo. La medida de pico y placa no es suficiente en muchas ciudades, y muy pronto deberán aplicarla durante las temporadas altas en las carreteras. Y como toda la carga debe transportarse en camiones, porque no tenemos ferrocarril ni tráfico fluvial, esos grandes vehículos atestan las carreteras sin dejar fluir el tráfico liviano, aparte de que destruyen el pavimento por su excesivo peso. Es tan fregado el problema que tuvieron que inventarse un nuevo cargo: dizque Secretarios de “movilidad”.
pmejiama1@une.net.co
1 comentario:
pipipipipipipi
completamente de acuerdo amigo Pablo. El primer error que cometen los Ministros de Transporte y los secretarios de obras públicas departamentales y municipales, es viajar siempre en avión.
pipipipipipi
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