martes, febrero 26, 2008

Contradicciones de alto turmequé.

Desde siempre han advertido que no hay nada más dañino para la educación de un niño que las contradicciones en su educación. Como cuando en la casa le marcan pautas y en el colegio las desvirtúan; o el papá le da permiso de dormirse más tardecito, pero la mamá dice que ni riesgos, que se va para la cama pero ¡ya! Y una muy común se presenta a diario porque los mayores le remachan al zambo a toda hora que nunca debe mentir, pero si llega un cobrador a tocar la puerta, el muchachito debe decir que su papi salió de viaje. Entonces cómo es la cosa, se preguntarán algunos al crecer: Todo, nada o la puntica no más.

En esas ando yo ahora, después de viejo. Y todo debido a que al representante de Dios en la tierra, el Sumo Pontífice, la figura máxima de la Iglesia Católica, el heredero de San Pedro, Su Santidad el Papa, le dio a estas alturas del partido por cambiar las reglas del juego a su antojo y parecer. Y aunque es claro que he sido contagiado por esa crisis de fe que prolifera ahora en el mundo católico, debido a múltiples razones expuestas en mis escritos, todo lo que tenga que ver con ese personajillo siniestro que huele a azufre me pone los pelos de punta.

Seguro van a pensar que soy miedoso, pero fíjese que no. No le temo a la oscuridad, a los muertos, a los ruidos sospechosos durante la noche, a las brujas y duendes, y mucho menos a los espíritus del más allá. Mejor acojo la teoría de que a los que hay que tenerles respeto es a los vivos. Pero así como puedo estar en la casa solo, sin luz y no se me da nada, no les pinto la gusanera tan espantosa que siento al ver una película donde aparezca el maligno en cualquier caracterización. Puede ser como un muchachito inocente, un caballero muy distinguido, un macho cabrío o un chandoso cualquiera, pero el caso es que basta que el tipo esboce una sonrisa maliciosa, el culicagao ponga cara de poseso, o a uno de los bichos le brillen los ojos, para que yo me ponga como una lechona: arrozudo.

Con seguridad ese trauma viene de mi primera infancia. Tengo por allá refundido en la memoria el recuerdo de una empleada del servicio que me encerró en un cuarto oscuro, para que viniera el diablo y alzara conmigo para los profundos infiernos. No sé quién fue, ni donde, ni cuando, pero estoy seguro de que tuvo que haber sucedido, porque esa vaina nunca pude superarla. O a lo mejor fue durante la catequesis, en la preparación para la primera comunión, cuando me metieron terror con las penas que deben sufrir los cristianos que no respetan los diez mandamientos.

Ya en la adolescencia, edad en que uno no cree ni en los rejos de las campanas, mi madre me sacó del colegio por maqueta y a modo de castigo quedé matriculado en el Seminario Menor para ver si Monseñor Mario Isaza, quien era el rector, era capaz de domarme. Pues por la pica me rebelé y no le paraba bolas a ninguna clase, hasta que el cura encargado de dictar Español logró interesarme en la materia y al poco tiempo me aficioné a ir a la biblioteca del Seminario Mayor, localizado ahí enseguida, donde había unas joyas de libros de la literatura universal que coparon toda mi atención.

Y fue hasta que di con La Divina Comedia para quedar otra vez aterrorizado, después de conocer el recorrido que le hizo el poeta Virgilio a Dante, el autor del libro, por el tenebroso averno. Qué cosa más espantosa. Haga de cuenta como un guía le muestra a otro las instalaciones de una fábrica, estos dos personajes recorrían los diferentes anillos y allí reconocían a fulano y a zutano, quienes aprovechaban para relatar su historia y mandarle razones a los seres queridos. Entre más bajaban peor era la condición de los condenados, y yo no podía dejar de pensar si llegaba a estirar la pata en qué nivel me iba a tocar.

Claro que tenía muy presente las peregrinaciones del maestro Feliciano Ríos, el personaje creado por mi abuelo Rafael, para no ir a caer en la trampa de la entrada al infierno, que se lleva por los cachos las del cielo y el purgatorio. Porque Satanás tienta las almas débiles con mujeres alegres y varoniles danzarines, pólvora, aguardiente, músicos y fritanga, y uno por allá bien desubicado con seguridad cae facilito.

Pienso hacerme un lavado de cerebro y echar en saco roto la más reciente intervención Papal al respecto. Mejor le creo a Juan Pablo II, que sin duda tiene mejor imagen que el desacreditado Ratzinger. Porque si el primero dijo muy clarito hace unos años que ni el infierno ni el diablo existen como tal, no veo por qué viene Benedicto a contradecirlo de esa forma. A lo mejor es que hay mucha deserción entre la clientela últimamente y entonces recurre al método que durante dos milenios a dado tan buenos resultados: el terror al fuego eterno. Pero lo que es yo, a partir de hoy no les como cuento. ¡Ni por el diablo!
pmejiama1@une.net.co

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Algo tiene que ir muy mal en esa corporación para que sus planes corporativos / estratégicos se contradigan de tal forma con un simple cambio de gerente. Y que hasta sus clientes "de toda la vida" estén confundidos, eso es muy diciente. Nuestra generación nunca fue cliente de esa empresa, al fin y al cabo.

Jorge Iván dijo...

pa´que te preocupás hombre Pablo, si es en vida que cada uno vive sus propios infiernos. Después de muertos, que carajo.