martes, junio 03, 2008

Cuentos variaditos.

Una salida genial, un chispazo oportuno, el apunte certero o un juego de palabras ingenioso son suficientes para romper el hielo en cualquier situación, para desarmar al iracundo, y es la herramienta perfecta para distender los ánimos. La risa es el mejor remedio conocido hasta ahora, no requiere de esfuerzos ni hay que invertir dinero para disfrutarla. El buen humor brota como reflejo de una actitud positiva y optimista. Bien lo dice el refranero popular cuando asegura que al mal tiempo solo queda ponerle buena cara. Y que conste que la buena cara se pone, no se coloca.

La gente me relata sus anécdotas y siempre las anoto en el archivo que tengo destinado a ese menester. Claro que no falta el que sale con un cuento bien pendejo, y pasado el tiempo hace el reclamo porque su relato no ha sido difundido como él lo esperaba. Lo que pasa es que la condición impajaritable para que esto suceda es que el cuento me guste, porque de lo contrario, ni modo. Todos tenemos diferente gusto y lo que a alguien le parece genial es posible que yo no le encuentre ninguna gracia, así como muchos pensarán al leer mis escritos que me embobé. Aquí van algunos de esos cuentos.

Fernán Escobar es mi primo en segundo o tercer grado y es un poco mayor que yo. Cuando tenía 6 años llegó un día del colegio muy cariacontecido, por lo que Amparo, la mamá, averiguó qué le pasaba para tratar de animarlo. El muchachito le preguntó si sabía quiénes eran los “judidos”, a lo que ella respondió positivamente, y entonces quiso saber si también había oído hablar de un tal Jesús. Cuando la madre confirmó que sabía muy bien quiénes eran los personajes, Fernán comentó, con los ojos encharcados, que estaba muy triste porque esa gente había vendido a Jesús por 5 monedas de plata. La madre quiso tranquilizarlo al explicarle cómo habían sucedido los acontecimientos y además le dijo que la venta había sido por 30 monedas. El mocoso abrió los ojos y puso cara de contento, para rematar la charla con este comentario:
-¿Fueron 30 monedas? ¡Ah!, no. Entonces lo que quedó fue muy bien vendido.

Es común oír a la gente renegar de sus empleados de confianza, pero pasan años con ellos y no los cambian por física pereza de tener que entrenar al que llega. La empleada del servicio, el mensajero, la secretaria o el agregado de la finca, le conocen al patrón los resabios, los gustos, la manera como le deben trabajar y tantos detallitos que hacen que haya armonía entre empleado y empleador. Además, existe la falsa creencia que el subalterno de turno es único e irremplazable, y cuado salen de él y consiguen uno mucho mejor, reniegan por el hecho de haberlo aguantado durante tanto tiempo. Gabriel Ochoa, un paisa agradable y buen conversador, tiene una secretaria desde hace mucho tiempo que se convirtió en su mano derecha. Pues a Esneda, que es como se llama la mujer, y debido a los defectos y peros que presenta al desempeñar su trabajo, Gabriel le puso un remoquete que la define en forma descriptiva, además de displicente, y para ello le bastó cambiar una sola letra: Le dice “Es-nada”.

Relaté hace mucho tiempo el cuento de Álvaro “Pinocho” Uribe, cuando una vieja le preguntó por qué le dicen así, y él con ganas de ahorcarla le respondió que es debido a que tiene los pies planos. El hombre es arquitecto y en cierta ocasión debió viajar a Girardot para reunirse con unos inversionistas de Ibagué que proyectaban adelantar una obra en esa población cundinamarquesa. Mientras trataron los temas referentes a su trabajo Pinocho aportó y participó en la junta, pero en cierto momento los presentes se enfrascaron en discusiones económicas que nada tenían que ver con él. Preocupado porque la reunión terminara pronto para alcanzar a regresar a Manizales sin que lo cogiera la noche, miraba el reloj con insistencia y mostraba cierta inquietud. Entonces una de las damas presentes, ricachona y jailosa, quiso entablarle conversación con una frase que es típica de las señoras. Le preguntó si él era de los Uribe de La Ceja, y Pinocho le respondió:
-No señora, soy de los de “la nariz”.

Desempeñaba el doctor Alberto Mendoza Hoyos el cargo de Gobernador de Caldas y se enteró en una reunión social que uno de sus colaboradores más cercanos era del “otro equipo”, como decíamos antes. El doctor Mendoza parecía un lord inglés por su educación, modales exquisitos y una decencia que lo distinguía de los demás, y debido a su prudencia no sabía cómo confirmar tan delicada situación. Entonces resolvió citar a su despacho a uno de los secretarios, Mario Humberto Gómez Upegui, con quien tenía confianza y además estaba seguro de que él sabría detalles del hecho porque tenía fama de ser muy comunicativo. El gobernador fue al grano y con mucho tacto dijo que se rumoraba que uno de sus funcionarios tenía ciertas tendencias reprochables, mal vistas por la sociedad y por la iglesia, y que le agradecía si podía averiguarle algo al respecto. Entonces Mario Humberto, con esa espontaneidad y franqueza que lo caracterizaban, confirmó:
-¿Se refiere a fulanito? ¡Cacorrísimo mi doctor, cacorrísimo!
pmejiama1@une.net.co

1 comentario:

Jorge Iván dijo...

Lísímaco Toro, empleado de Suramericana de Seguros, llegó como todos los días al trabajo, pero ese lúnes lo cogió el día, porque ya eran pasadas las 7 y 30 de la mañana, horario de entrada. Cuando se montó al ascensor lo hizo también el Doctor Jorge Molina, Presidente de la empresa en ese momento. Cuando el asensor comenzó a subir el doctor Molina se corre la manga del saco, mira el reloj y le dice:"Lisímaco, son las ocho de la mañana" y Lisímaco muy serio le responde: "si doctor, llegamos tarde"