martes, junio 03, 2008

La vuelta del domingo.

La vida diaria se vuelve rutinaria y repetitiva, hasta el punto que cualquier cambio nos trastoca el biorritmo y genera un malestarcito difícil de describir. Nada peor que enviciarse a hacer siesta, tener un horario muy estricto para las comidas, dormirse siempre a la misma hora o acostumbrarse a leer algo en el baño porque de lo contrario no se le mueve el estómago. El organismo se moldea con esas reglas y cuando hay algún cambio inesperado, vienen las molestias e incomodidades. Y es tan marcado ese ritmo que cada siete días, el domingo, el ser humano siente una vaina que no tiene una explicación lógica. Es como una pendejada que le indica qué día es sin necesidad de tener un calendario a la mano. A unos les da depresión, otros tragan sin medida y no faltan los que prefieren hacer deporte todo el día; a mí por ejemplo me coge un sueñito al caer la tarde que no puedo controlar. Me duermo sentado, algo que nunca sucede durante la semana.

Hacer locha el domingo es delicioso. Leer el periódico despaturrado en la cama, desayunar tarde y sin restricciones, sintonizar fútbol en el televisor para no ponerle cuidado, bañarse a medio día y vestirse con cualquier mecha, es una licencia que uno mismo se concede. Pero sin duda lo mejor es salir a dar una vuelta y darle gusto al paladar con todo tipo de mecato. Subir a Chipre, disfrutar del paisaje y comer obleas o fresas con crema es algo refrescante para el espíritu. Después recorrer la carrera 23 por el centro para ver tanta gente que sale a lo mismo, darse un “vueltón” dominguero con la familia.

Resulta que en la última salida le puse ojo crítico al asunto y tengo varios comentarios. El mirador que construyeron en el Parque del Observatorio, en Chipre, aparentemente está listo hace varias semanas y nada que lo abren al público. Ojalá sea porque reconsideraron la querella instaurada por el ingeniero Juan Vicente Escobar, ya que le robaron esa idea sin ponerse siquiera colorados. Desde el año 1998 este ilustre ciudadano se dedicó a trabajarle al tema, a venderlo y buscar apoyo para construir allí lo que ahora existe, aunque el resultado final es muy diferente a su idea original. Le hice a Juan Vicente una entrevista para radio hace varios años, conocí la maqueta y la exposición del proyecto, y no puedo creer que la anterior administración municipal le haya birlado la idea así no más. De manera que porque no pudieron llegar a un acuerdo monetario para resolver el asunto de los derechos de autor, resolvieron seguir con el proyecto sin tener en cuenta el respeto que merece él como ciudadano y la ética que debe ser ejemplo por parte del gobierno municipal. Otra inquietud que le dejo a todo aquel que suba al mirador: esa obra que costó 1500 millones de pesos, el ingeniero Escobar la iba a realizar con 450 millones.

Cuando hicimos el recorrido por la carrera 23, desde el Parque Olaya Herrera hasta el Fundadores, le propuse a mi sobrina Daniela que contáramos cuántos casinos, salas de juego, puntos de apuestas, salones de bingo y demás “desplumaderos” inundan ese sector de la ciudad. Encontramos, así por encimita, 25 casinos y 10 puntos fijos de venta de chance y otras apuestas. El “bazuco electrónico”, como lo bautizó acertadamente William Calderón, es una plaga que ocupa cuanto local resulte en el centro de la ciudad. Tiene que ser mucho el billete que deja ese negocio, porque la adecuación de los casinos es con todo los juguetes y hay que ver la fila de incautos que entran a desafiar la suerte con el firme convencimiento que van a salir de pobres. Y ahora acomodan máquinas “tragaperras” en todo tipo de negocios, donde la gente empieza a jugar las monedas de la devuelta y termina empeñando hasta los calzones para tratar de recuperarse.

Una vaina que tiene que ser desesperante para quienes residen en el centro es que algunos almacenes de ropa y baratijas no cierran a ninguna hora, y para colmo acomodan en la puerta unos parlantes monumentales que muele música bailable sin compasión. En las pausas, un locutor comercial repite como una lora las ofertas y promociones que ofrece el almacén, en incita a los transeúntes a que entren con un sonsonete cansino e insoportable. Imagino lo que será tratar de hacer la siesta con una “tarabita” de esas a pocos metros.

El corazón de Manizales es el Parque de Bolívar y lo veo muy triste sin árboles en su entorno. Ojalá esta administración le ponga mano al asunto y en vez de contratar “yupis” expertos para planear la siembra, que le pregunten al ingeniero Gonzalo Uribe Colorado que escribe tan sabroso sus cartas al director y conoce el tema al dedillo. Otra cosa: si las autoridades pudieron sacar los vendedores ambulantes de la 23, que los erradiquen de los costados de la Catedral Basílica, que es el icono de nuestra ciudad. Esa vaina parece un “agáchese” de pueblo.

Las viandas más apetecidas el domingo entre quienes recorren la 23 son los conos de La Suiza, y a 3 cuadras de allí tampoco falta la fila en un puesto callejero donde ofrecen “dedo a mil”.
pmejiama1@une.net.co

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buenas denuncias me parecen de una persona hace el recorrido constantemente y que está al tanto de la actualidad Manizalita.

Eso sí pilas me le echan ojo en la esquina de la catedral porque me lo echan a rodar por una de esas faldas.

Jorge Iván dijo...

Pablo, por acá en Medallo el asunto es medio parecido. Yo por ejemplo, algunos domingos me voy en metro para el parque de Bolivar, oigo la retreta y remato con una empanada argentina y Coca Cola en el salón Versalles. Como quien dice un vuelton internacional