La gente que habita el campo en la zona cafetera es amable, simpática, honesta y buena conversadora. Nuestros campesinos, o montañeros como los llaman algunos en forma despectiva, son personas que a pesar de la influencia que genera en ellos los avances tecnológicos y la vida moderna, tratan de mantener las costumbres y de sobrevivir en una rutina que ha marcado sus vidas desde siempre. Una cultura que difiere muy poco de la de aquellos primeros colonizadores que llegaron de Antioquia, y que a pesar del paso del tiempo sigue arraigada en el diario vivir de nuestros paisanos. Cambiaron la mula por la motocicleta, cargan teléfono celular y sus hijos utilizan internet en la escuela, pero al conversar con ellos mantienen ese lenguaje autóctono y particular que los distingue de los demás. La influencia que ha tenido en ellos el modernismo pude apreciarla hace unos días durante una conversación que sostuve con un viejito que me topé en una finca cafetera.
*Yo por aquí dotor logrando el solecito. Fíjese que desde hace días no hace sino llover y a mí me hace mucha falta la calor. Con decile que ya muy ligerito pego pa´ onde otro de mis hijos que maneja una hacienda ganadera pa´ los laos de Puerto Boyacá, porque con este clima ya casi me salen retoños. Y puede que pa´ toda parte esté haciendo el mismo invierno, pero en esas tierras por lo menos no hace tanto frío. ¿Cómo dice? Claro dotor, fuera de estos dos muchachos tengo otro que vive en Bogotá y allá trabaja de condutor; una muchacha que se casó hace como tres años y orita vive en Zaragoza, un pueblito muy sabroso que queda ahí cerquitica de Cartago; y la menor que resultó más avispada que´l diablo y se fue a trabajar a Mayami. Cómo le parece, cada rato me llama quisque pa´ que me vaya a visitala, que ella me consigue papeles y todo, pero yo soy muy resabiao y no creo que me amañe por allá.
Con decile que yo nací en una finca cafetera y toda la vida he trabajao en este destino. Mi apá era agregao de una tierrita cerca a Neira y allá empezamos todos los hijos a mayaliar tieso y parejo. Cuando ya estaba en edad me casé y después de voltiar mucho al fin conseguí una chanfa de mayordomo, y ahí aprendieron mis hijos el oficio que les permite ahora rebuscase. Mire que el que anda de chofer es porque se fue de puro culipronto detrás de una vieja, y vive más aburrido que´l patas porque ese muchacho fue criao en el campo, administró fincas y ahora se pasa el día en ese despelote peliando con todo el que se sube al bus. Pero que con su pan se lo coma. El caso es que yo enviudé hace como diez años y desde entonces me la paso visitando los hijos; me quedo dos o tres meses con uno y luego arranco pa´ onde el otro. Le caigo a la hija y hasta a Bogotá e ido a darle vuelta a ese barrigón.
Por fortuna alcancé a pensioname porque los patrones me pagaron todas las prestaciones legales y esas vainas, y ahora en las fincas que manejan los muchachos a veces me contratan; cojo café por ahí en un lotecito fácil y hasta me dejan por ministra si el patrón los autoriza. Puede que uno ya no tenga muchos alientos, pero la experiencia también vale y además yo hago buenas migas con todo mundo. Por ejemplo aquí tengo unos marranitos en compañía con el hijo… si quiere se los muestro. Y en la hacienda de ganao que maneja aquel otro muchacho, tengo unos animales de engorde que el patrón me dejó meter en unos potreros que tiene muy enmontaos; alguito de pasto resulta pa´ que coman esos rilosos.
Le cuento pues dotor que yo todavía me siento capaz de manejar una tierrita de café, pero el problema es que con la tenología esta vaina ha cambiao mucho. Yo me arrimo a patiar cuando el patrón de este muchacho viene y se sientan a hacer cuentas y a conversar, y entoes ese dotor prende el… ¿cómo es que llama ese aparato? ¡Eso!, el conmutador. Bueno, como se diga pues… El caso es que esa vaina sí me deja con la boca abierta. Cómo le parece que en esa pantalla aparecen un mundo de números y el patrón sabe perfetamente cuánto café cogieron digamos en un lote cualesquiera; pero ¡atérrese!, eso no tiene gracia. Ahí mismo dice cuánto van a coger en ese mismo lote el año entrante, el que sigue y hasta dentro de cinco años. No me diga que eso no es una verriondera. Lo mismo pa´ saber cuánto abono van a gastar, cuántos jornales, cuándo hay que soquiar los lotes y todo lo que usté quiera saber.
Yo le digo pues que a mí me enviste una vaina de esas; y lo malo es que uno a esta edad ya se fue así… recuerde que loro viejo no aprende a hablar. Pero aparte del aparato ese en la finca todo ha cambiao y no se parece a como le tocaba a uno. Aguarde traigo dos tinticos y le hago la comparación de cómo han variao muchas cosas.
1 comentario:
Pablo, leyendo tu columna me parece estar oyendo a todos esos montañeros (el mejor gentilicio que pueda existir) con quienes hablamos en nuestras caminatas. Personas bonachonas, amables y sin miedos citadinos que con toda tranquilidad nos dicen: "buen pueda sigasen que hay mazamorrita recien bajada" Dios los bendiga a todos
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