Para mí no existe mejor programa que conversar con un campesino de esos dicharachero y espontáneo, y mejor aún si es un viejo curtido por los años y la experiencia como el que me acompaña en este relato. La nostalgia por los cambios que el modernismo impone en el diario vivir los agobia y entristece, pero a la vez aprecian que sus descendientes aprovechen esas ventajas para capacitarse y ser más productivos. Sigo pues con la agradable charla que sostuve con el viejito de marras.
*Me perdona dotor pero como usté no me advirtió, le echaron al tintico cinco cucharadas de azúcar y ahora me entero que se lo toma es amargo. Pero aquí le traigo este otro sin nada de dulce, y ni me diga que pruebe porque esa vaina debe saber a rila. Y eso que no hay del que me gusta a mí, que es endulzao con panela; el que llaman chaqueta. Bueno, como le contaba, en las fincas cafeteras, y en las de ganao, frutales, aguacate o a lo que sea que destinen la tierra, la tenología es mucha y se la aplican a todo lo que tiene que ver con la ministración. Yo no me esplico cómo es qui´hacen, pero con un aparato de esos que le dije ahora se puede saber hasta de qué se va a morir uno.
Mire usté por ejemplo el beneficio del café. En mis tiempos los piones llegaban con la cereza y se medía por latas, que eran de esas en que venía la manteca y se le hacía un marco de madera en la parte de arriba pa´ que cupiera más. Cuando yo estaba chiquito la despulpadora no tenía siquiera motor; había que voliale manivela a pura fuerza y mi apá nos ponía por turnos a darle a eso. Entoes el cafecito ya pelao se recogía en un tanque, lo dejábamos vinagrar de un día pa´ otro y ahí sí lo lavábamos. Después a pasalo por una zaranda pa´ separale la pasilla y de ahí a secar a los carros, la helda o si había marquesina mejor. Muchas casas tenían en el techo una helda, que consiste en marcos de madera forraos con latas de zin, los cuales se levantaban pa´ aprovechar el sol, pero había que estar pilas si empezaba a lloviznar pa´ correr a cerralas porque se perdía el trabajo. Los carros eran parecidos, peros estos estaban arrumados unos encima de otros y con unas balineras que corrían sobre unos rieles, se abrían todos hasta que les cayera el sol bien parejo. Esos también había que cerralos a las carreras si amenazaba lluvia. Entoes el patiero cada cierto tiempo procedía a revolcar el café con una especie de azadón de madera, pa´ que secara parejo.
Uno le calculaba según el veranito y pa´ saber si estaba listo, cogía un puñao y con la otra mano lo trillaba bien pa´ quitale la cascarita; lo que llaman cisco. De ahí no era sino empacalo en costal pergamino de a cinco arrobas en cada bulto, y una carga son dos bultos de´sos. Pa´ pesalo teníamos la romana, que es una varilla con marcas, un gancho en una punta donde se engarza el bulto, y un fiel que se va moviendo en la varilla que es donde da la letura. Y le digo pues que cuando pesaban ese café a la cooperativa, se pelaba uno en muy poquito. La pasilla la empacábamos en unos costalitos que llamábamos arroceros, con tapa de pedriódico pa´ que cupiera más cantidá.
En cambio ahora yo dentro a un beneficiadero y todo es distinto. Las máquinas verticales y una vaina que llama quisque desmusili… ¡No, qué va!, yo no me he podido aprender ese nombre. Lo más verriondo es que trabajan sin agua pa´ no contaminar los ríos, una vaina que antes no se oía ni mencionar. El café lo secan en silos que calientan con diferentes combustibles y hay que ver la eficiencia con que funciona toda esa vaina; parece una fábrica. Motores por todas partes, bandas que mueven el café, tubos por donde lo empujan mojao pa´ pasalo de un lao a otro… mejor dicho.
Pero fíjese que así como esa tenología sirve pa´ mejorar la produtividá de la finca, también tiene sus peros. Le pongo un ejemplo: en mis tiempos uno viajaba al pueblo el domingo a mercar y de una vez conseguía la gente que necesitara pa´ la semana. En cosecha había cogedores de sobra y no recuerdo que alguna vez hubieran faltao; y era gente de palabra, si decían que amanecían allá el lunes, de alguna forma se aparecían a cumplir. No regatiaban por la lata, trabajaban hasta el sábado a medio día y no metían tanto vicio como ahora. En cambio mire lo que pasa hoy en día. Hay que rogales pa´ que trabajen, joden al contrato por cualquier pendejada, nadies les da gusto pa´ la comida, y lo pior, si el lunes a media mañana los llama un amigo por un cedular… un teléfono de esos que cargan en el bolsillo, a deciles que en otra parte están pagando mejor la cogida, se largan sin siquiera avisar y dejan el trabajo tirao.
Bueno dotor, conversamos lueguito que tengo que llevale el cuido a los marranos. Usté me disculpa.
3 comentarios:
Hombre Pablo, qué delicia de dialogos, a través de los cuales, nos estas mostrando cómo va cambiando la cultura cafetera y cómo en ella se involucran las cosas detestables que producen las ciudades. Nos muestras con este mágico monólogo campesino, como el campo se contaminó con la delincuencia y el vicio. Todo esto es lamentable y parece imposible de detener.
Felicitaciones,
Olaya
No Pablo, que pena pero se la esta ganando muy facil, se va con una grabadora pa una finca le suelta una pregunta a un caporal, una o dos puntaditas y a pasarlo a la columna, muy faaacil. pero bueno lo real es que no se le escapa nada.
desde Afrika Tunisia.
Franco Ferreira.
Leyendo la historia de tu mayordomo, recuerdo que en la caminata que hicimos entre Concordia y Betulia, pueblos cafeteros de Antioquia, nos descrestaron con el nuevo metodo que están utilizando para llevar el café recien cogido desde los cafetales hasta la despulpadora. Resulta que lo mandan por unos tubos de PVC que recorren la finca y llegan hasta la despulpadora, Aprovechando el agua como fuerza para llevar el grano.
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