miércoles, noviembre 26, 2008

No seamos animales.

Ha sido costumbre nuestra referirnos a una vida perra cuando a alguien le va mal durante su existencia. Pero esa frase hay que revaluarla, porque el primero que la utilizó seguramente se refería a un chandoso de esos que vemos a veces en la calle y que a primera vista produce lástima. Garosos pelados por la sarna y demás enfermedades de la piel, casi siempre cojos o sin una oreja que perdieron en una pelea callejera, que deambulan en busca de cualquier bocado que aplaque su hambre. Entonces me viene a la memoria una estrofa de “La Perrilla”, de Marroquín, que se refiere a un chucho cuyo estado es tan lamentable que lo define así: “flaco era el animalejo, el más flaco de los canes, era el rastro, eran los manes de un cuasi-semi-ex-gozquejo. Sarnosa era, digo mal, no era una perra sarnosa, era una sarna perrosa en figura de animal. Era, otrosí, derrengada; la derribaba un resuello; puede decirse que aquello no era perra ni era nada”.


Sin embargo esa lamentable perrilla era la única compañía de una vieja que vivía sola en medio del bosque. Porque entre el ser humano y los canes ha existido desde siempre una afinidad muy especial. Desde los primeros asentamientos prehistóricos existen referencias de la compañía de estos animales, los cuales han sido de gran utilidad en labores tan importantes como la vigilancia, la caza, como fuerza de tracción, rastreadores y muchos otros servicios. Al recordar a los reyes, príncipes, emperadores, sultanes, señores feudales y grandes líderes, siempre había a sus pies un par de perros grandes y atemorizantes. Una de las principales armas de los conquistadores españoles contra los indígenas, durante el descubrimiento de América, fueron los furiosos perros que avanzaban en la vanguardia.

En cambio no podrá referirse nadie a la tal vida perra mientras existan mascotas caninas que llevan una existencia mucho más cómoda que la mayoría de los humanos. Porque hay que ver las excentricidades que existen en ese sentido, como el caso de los integrantes del jet set que andan con sus chandositos de pura raza y pedigrí envidiable. Esos pulgosos comen mejor que cualquiera, son atendidos por pajes dedicados exclusivamente a ellos y para el mantenimiento de su pelo, uñas, dientes y demás presas, cuentan con los mejores estilistas y médicos veterinarios. Y en caso de que no puedan acompañar a su amo por cualquier causa, existen guarderías especializadas donde los atienden como si de príncipes se tratara.

Cada quién se gasta su plata como le provoque, pero no hay derecho a que mientras existan personas con tantas necesidades económicas, se destinen a un animal sumas exorbitantes de dinero. Hace poco alguien que llegó del Canadá me contó alarmado que a un amigo suyo en ese país se le enfermó el perro y fue necesario operarlo de urgencia. Los costos de la intervención sumaron en total 18 mil dólares; 15 mil de la operación y 3 mil por la estadía en la clínica. Absurdo proceder, porque siempre es mucho lo que se hace en un país como el nuestro con esa plata; cuántas penurias podrían paliarse. Alcanzaría hasta para comprar una casita muy buena para una familia necesitada.

Pero no, muchas personas prefieren gastar fortunas en mascotas antes que ayudar al prójimo. Porque aunque ahora años los animales más comunes que había en los hogares eran gatos y perros, en la actualidad le ha dado a la gente por adoptar unas mascotas estrambóticas y rebuscadas. Y es que a la larga los canes se adaptan a convivir con los humanos, mientras que los pequeños felinos no tienen problema porque ellos andan por donde les provoca y así su libertad nunca se ve coartada. Pero tener en un apartamento una iguana o un conejo sí es un crimen; o qué tal una tortuga en un pequeño acuario.

Y debido a que muchas personas tienen una afinidad innata con diferentes tipos de animales, se da el caso de tener un cerdo en la casa como mascota. ¡Hágame el bendito favor! Puede ser de pura raza, que esté educado y se mantenga limpio, pero de solo imaginarme una plasta de marrano en el tapete de la sala me da un yeyo. Para mi gusto tener animalitos en una finca es muy agradable, porque allí están en su ambiente y gozan de cierta libertad; pero en un apartamento no le jalo a nada que produzca desechos orgánicos. Enseñarle a la mascota que tiene que esperar a salir para desocupar la tripa es muy complicado, y después llevarlo todos los días a la misma hora, y fuera de eso tener que recoger el bollo... ¡Mejor deje así!

Ni hablar de los que prefieren tarántulas, serpientes, escorpiones o insectos desagradables, aparte de que tener especies de fauna salvaje está prohibido. Por cierto, me parece atinado que en este periódico reporten la incautación de este tipo de animales, pero que no relacionen en cuánto están avaluados los ejemplares porque según los datos que publican ese negocio es más rentable que ganarse la lotería. Dice por ejemplo que incautaron una culebra, dos chuchas, tres loras, una tatabra y un perezoso, y que los animales están avaluados en 37 millones de pesos. En vez de trabajar es mejor dedicarse a coger aunque sea pispirispis.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Pablo, soy Melisa y estoy totalmente de acuerdo con tu punto de vista, está bien querer a los animales y cuidarlos, pero gastar esas fortunas en animales habiendo tanta necesidad en el mundo me parece un disparate.
Mis felicitaciones por el blog.

Jorge Iván dijo...

Hola Pablo. Soy de tu mismo pensar. en mi apartamento las únicas mascotas que tengo son unas hormiguitas chiquiticas y monitas que no se van ni con consejos. Con decirte que estan tan amañadas con nosotros que hasta aprendieron a comer comida de sal.