Es marcada la diferencia que existe entre los pueblos que habitan este planeta cuando de hablar de la muerte se trata. En lo que conocemos como occidente, principalmente Europa y América donde la mayoría de sus habitantes son cristianos, la muerte es un tabú para muchos innombrable. Desde pequeños sentimos terror hacia ella y algo que nos mortifica es pensar que algún día nuestros padres van a desaparecer de la faz de la tierra; porque a nadie se le pasa por la cabeza que le puede llegar el turno antes que a sus mayores. La muerte es algo lejano, intangible y tenebroso que nuestro subconsciente asume solo puede llegarle a los demás.
En algunas religiosas de oriente, como el hinduismo, creen en la reencarnación y por lo tanto ven la muerte como un simple paso para la vida siguiente, la cual siempre esperan sea mejor que la anterior. Por lo tanto la transición no es tan traumática como sucede en nuestra cultura. Otro ejemplo son los musulmanes, que si mueren defendiendo la causa religiosa son recompensados en el más allá con innumerables dádivas; les pintan el paraíso como un jardín mágico donde serán atendidos por unas mujerotas medio desnudas, llamadas huríes, quienes les servirán bandejas de frutas, manjares y les harán masajes de todo tipo mientras disfrutan de un delicioso jacuzzi. Claro que por aquí aseguran que esa gente no le tiene apego a la vida porque la religión les prohíbe entre muchas otras cosas tomar trago, ver películas extranjeras, decir groserías, comer o beber durante el Ramadán y chupar trompa en lugar público. Y las mujeres deben cubrirse hasta la cara, ni hablar de ponerse un bikini, caminan unos pasos detrás de los hombres, no pueden ni asomarse a la ventana y por cualquier pendejada les zampan una pela.
Sin duda lo que nos hace cambiar el concepto acerca de la pelona es acercarnos a ella, sentirla respirarnos en la nuca, vernos con una pata en el cajón. En tal caso es natural que al principio el paciente se niegue a aceptar su estado, le eche vainas al Patrón porque lo cogió de mingo, le pida que reparta un poquito y que deje la cargadilla, hasta que acepta lo inevitable y se convence de que de nada sirve quejarse. Le tocó y punto. Entonces empieza a pensar en esa posibilidad que por lo grave de su situación es muy factible, y aunque en un principio se torna inaceptable, poco a poco se acostumbra a la idea y ya no le parece tan espantosa.
Cuando se trata de una persona enferma o de un anciano lleno de achaques y cansado de vivir, nadie debería sentir pena porque al fin termina su ciclo vital. En tal situación ese paso es un descanso para el cuerpo, para el alma y para sus allegados, y hasta donde se sabe nadie se ha quedado vivo. Triste es ver a un individuo que durante su vida productiva fue brillante y triunfador convertido en un guiñapo, que ha perdido la lucidez, sin control de esfínteres y reducido a una cama. El ser humano debería tener un suiche para apagarlo en el momento oportuno.
Por desgracia en nuestro país las muertes violentas se han vuelto algo consuetudinario y eso nos ha insensibilizado, hasta que llega el día en que nos toca de cerca y quedamos anonadados. Entonces reaccionamos y vemos que la cosa es en serio, que no son simples encabezados de prensa y noticieros, y sentimos en carne propia el dolor de esta absurda realidad. Porque no podemos aceptar que en una fracción de segundo sieguen la vida de un amigo, de un ser humano con quien hemos compartido tantos momentos. Sólo el bellaco que maquinó la vuelta y el desalmado que la ejecutó saben por qué lo hicieron, mientras sus familiares y amigos nos quedamos viendo un chispero.
Cómo así que de un brochazo sacaron a Germancito Escobar del baile, lo borraron del mapa, lo mandaron para el otro mundo. Un hombre bueno, generoso y amable, que estaba en la plenitud de su vida. Cuando disfrutaba del éxito en su empresa agrícola lo espera un sicario en un recodo del camino y tenga, despachado. Así no más. Esto es inaceptable y absurdo, y por más que trato no puedo asimilarlo. Una viuda inconsolable, una madre destrozada, una familia toda agobiada por el dolor; y sus amigos, y los “partners” del golf, y los compañeros de trabajo, y quienes estudiaron con él, y los vecinos, conocidos y tantos que compartimos sus momentos, nunca lo volveremos a ver.
Prefiero crearme mi propia película y pensar que a lo mejor alguien armaba un paseo para el más allá, y como acostumbraba, Germancito preguntó: Y de ir… ¿quiénes iríamos?; porque el hombre no se perdía ni la cambiada de una llanta. Siempre alegre y voluntarioso se dedicaba a llenar copas de aguardiente con una habilidad impresionante, porque servía el chorro desde bien arriba y sin regar una sola gota repetía su estribillo: ¡Hijue lo bueno, hijue lo bueno! A donde lo invitaran llegaba cargado de paquetes, y como siempre fue generoso en el gasto, comentaba: ¡Que no se note la pobreza y si pasa un perro, que le tiren un tamal! Paz en la tumba del amigo inolvidable.
pmejiama1@une.net.co
2 comentarios:
Q.P.D.
Germancito siempre permanecerás en nuestro ♥
Asi es, desafortunadamente en Colombia la vida no pende de un hilo sino de la cadena que otro maneja
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