Meterse en la vida de los otros es una costumbre muy arraigada en las personas. Pero no me refiero a esa película alemana, excelente por cierto, que se titula “La vida de los otros” y que retrata la persecución política a que estaban abocados los habitantes de la desaparecida Alemania Oriental (supe que doña Lina Moreno, cuando la película llegó a nuestro país, le recomendó a los directores del DAS de los distintos departamentos que se la presentaran a sus empleados, y así buscar que tomaran un poco de conciencia al momento de intervenir en la intimidad de los ciudadanos; aunque todo indica que no les valió de nada).
Digo que nos fascina meternos en asuntos ajenos sin tener velas en el entierro y en cualquier conversación casi siempre el tema central está relacionado con chismes y cuentos que se refieren a distintas personas. Lógico que los escogidos para hablar de ellos no están presentes, pero ese deporte es tan adictivo que al retirase alguno de los contertulios, lo cogen por su cuenta hasta dejarlo en la calle. Por ello es común que quien se va diga: ¡Ahí les quedo! o ¡Ahí les dejo el cuero! Si le quiere dar de qué hablar a los costureros, reuniones, tertulias y a la sociedad en general, basta con enfermarse, divorciarse, tener un revés financiero, renunciar al trabajo o cualquier cosa que se salga de la rutina diaria; claro que si quiere ofrecerles un banquete sustancioso, suicídese. No hablan de nada diferente a tratar de dilucidar por qué el fulano tomó tan drástica medida.
Pero si los colombianos somos metidos, en otras latitudes son peores. Me enteré por un amigo que trabajó como piloto comercial en la India que allá son exagerados en ese sentido. Por ejemplo si dejaba el maletín de vuelo en la sala de pilotos mientras iba al baño, al regresar encontraba a colegas y demás empleados alrededor de sus objetos personales, los cuales habían sido sacados por alguno de los presentes. Todos tocaban, abrían los manuales, detallaban cada cosa y sin afán la dejaban mientras tomaban otra para seguir con la inspección. Alguna vez llegó a un almacén a comprar unas telas tradicionales de esa tierra y en pocos minutos había un corrillo de curiosos que se entró desde la calle para terciar en la negociación.
¡Metete aquí!, le decimos al entrometido mientras señalamos el bolsillo de la camisa; ¡suba el vidrio!, también lo acostumbran mientras hacen la pantomima que representa esa acción; metido sopero cabeza de ternero, decíamos en tiempos pasados; y es costumbre preguntar, cuando alguien se arrima de forma imprudente: ¿quién pidió taxi? Y qué tal mostrarle la palma de la mano al metiche y ordenarle: ¡salte aquí! Las calles de la ciudad viven atestadas de desocupados y transeúntes que ante cualquier novedad se detienen a opinar y a dar soluciones sin nadie habérselas pedido. También los denominan sapos, patos e inclusives.
Muchas veces en reuniones con amigos, que con regularidad van acompañadas de licor, resultamos envueltos en discusiones que nada tienen que ver con ninguno de los asistentes; ese vicio que tenemos de querer arreglar la vida de los demás. En una ocasión estábamos de paseo en Ayapel y esa misma semana un conocido nuestro se encontraba realizando unos trabajos de metalmecánica en la casa; el hombre llevó los trabajadores desde Manizales y nos contó que apenas terminaran labores, tenía planeado llevarlos al golfo de Morrosquillo a pasar unos días para que conocieran el mar. Un gesto altruista como ese generó gran admiración en todos y por ello uno de los compañeros del grupo, que tiene un tiempo compartido en unas cabañas vacacionales cerca a Coveñas, se ofreció a cederles los días necesarios sin ningún costo para ellos.
Como en esos paseos de relax el programa preferido es tomar trago y hablar paja, seguimos con el tema del viaje de los trabajadores a la costa y alguno propuso que deberían llamar a las esposas o compañeras para que viajaran en bus y disfrutaran también de esa magnífica oportunidad. En un principio la idea gustó, hasta que pensamos que seguro las viejas se llevan los muchachitos y que solo pensarán en ir a Tolú a comprar chanclas, aretes de cáscara de coco, collares de coral, manillas de todo tipo, viseras, cachuchas, ropa ordinaria, relojes “chiviaos” y cuanta chuchería les ofrezcan.
Mientras disfrutan de la playa seguro los levantarán a cantaleta por la jartadera de cerveza y los mocosos no dejarán conversar con la gritadera cada dos minutos para que los miren hacer una pirueta en las olas. Y compre paletas, bon ice, arepas de huevo, maní dulce, gaseosas, mango biche, butifarras, casao de bocadillo con queso, panelitas de ajonjolí y demás mecato que venden los ambulantes. Con seguridad a los culicagaos les da diarrea por la comida de mar y las mujeres, por el afán de lograr un rápido bronceado, terminan como unos camarones y no van a permitir que por la noche las toquen, y mucho menos dejarlos calmar el efecto de los afrodisíacos mariscos.
Por fin acatamos que a nosotros nadie nos había pedido una opinión al respecto y la discusión quedó zanjada cuando alguno sentenció: Deje así, que como está el paseo original gozan el doble y les cuesta la mitad.
pmejiama1@une.net.co
2 comentarios:
Uno sólo se debe meter en la vida de los demás cuando estos se lo pidan... por lo demás debe cerrar el pico...
Hoy en dia rajar de los demas es mas comun que desayunar con arepa, y al que no le gusto el chisme simplemente le pide al que se lo hizo que se "retrate" o que se disculpe parado en un balcon, o que le cambie de color, y quedan listos para el siguiente.
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