lunes, enero 18, 2010

Amigo cuánto tienes, cuánto vales…

Es triste ver el grado de ambición al que ha llegado la sociedad moderna; y me refiero a la del mundo entero. Todo gira alrededor del dinero, nada tiene interés si no representa utilidad o conveniencia, el valor artístico, cultural o intelectual no cuentan para nada y el éxito de cualquier iniciativa o proyecto se mide por los réditos que genere. La importancia de las personas se mide según su carrera profesional y los cargos que haya desempeñado, sin olvidar la relevancia que representa dónde haya realizado sus estudios. Pero sobre todo su estatus se basa en la cantidad de dinero que produzca para él y para sus patrones.

Muchos creen que si sus hijos no estudian en el mejor colegio, que nunca es el mejor sino el más costoso, y después pasan a universidades encopetadas de Bogotá, serán unos buenos para nada. Craso error comenten, porque no inculcan a su prole la importancia de la persona como tal y los convencen desde pequeños que el hábito sí hace al monje. Un joven bien estructurado no necesita de rimbombancias ni arandelas, porque la inteligencia y la formación se forjan desde la cuna. Hijos que aprecian el esfuerzo de sus padres, que son comprometidos, agradecen lo que reciben y aprovechan sus oportunidades. Esos son quienes triunfarán en la vida y sabrán disfrutarla.

Conozco a alguien que habló con sus hijos cuando estaban por terminar el bachillerato para advertirles que al momento de escoger dónde estudiar y qué carrera seguir, deberían optar por universidades en la ciudad, y ojalá públicas. Por pertenecer a un estrato alto casi todos sus compañeros irían a estudiar a universidades privadas de otras ciudades y algunos al exterior, pero debido a la educación recibida durante su crecimiento estos adolescentes aceptaron sin reproches y por el contrario procedieron a adelantar sus estudios con responsabilidad. Tengo la plena seguridad de que personas como estas sabrán enfrentar la vida con mayor facilidad y hasta me atrevo a vaticinarles el éxito.

Lo que parece increíble es cómo cambia la sociedad con respecto a la formación académica. Hoy en día los muchachos no hacen otra cosa que estudiar: posgrados, diplomados, doctorados, más posgrados, a veces otra carrera, idiomas, sistemas y cuanta vaina enseñen. Quienes están entraditos en años, pero aún compiten en el mercado laboral, también deben mantenerse al día en ese sentido, con el agravante que estos tienen familia y por tal motivo deben sacrificar el tiempo destinado a los suyos para dedicarlo al estudio. Al final resultan todos más preparados que un yogur, pero agobiados por el estrés, la gastritis, el insomnio, la neurosis y tantos males que se relacionan con la fatiga.

En cambio la generación de nuestros mayores se educó en la universidad de la vida. Pocos tenían la oportunidad de seguir estudios superiores, pero más escasos eran los que se especializaban en algo. Sin embargo, han sido un paradigma para las nuevas generaciones. Una de las personas que más quiero y admiro es un ejemplo de que el hombre puede hacerse por sí solo. Ni siquiera terminó el bachillerato y hay que ver su hoja de vida: fue gestor de industria, ejerció cargos de mucha importancia en varios continentes, industrial destacado, domina varios idiomas, lector incansable, erudito, culto y excelente conversador. Disfrutar de su compañía es como estar ante un maravilloso libro de historia y filosofía, todo adobado con un humor fino e inteligente.

Agradezco a la vida que no me tocó competir en el mercado laboral en este siglo XXI. Qué mamera. Todo el día, y la noche, con un jefe horquetiado encima sin dar respiro: que no va a cumplir las metas, que ojo no rinde porque lo despido, que quiubo pues de aquello, que dónde estaba, que usted verá cómo hace, que el reporte es para hoy. Y pásese todo el día en reuniones inútiles para tener que trasnocharse y así hacer el trabajo que le corresponde; y los fines de semana a reuniones de integración, conferencias, capacitaciones y enguandas de la empresa; y como lo pueden reemplazar por un zambo más preparado que se conformaría con un salario mucho menor, entonces a estudiar de noche para seguir actualizado. Y todavía no está libre de que un día lo llamen de personal a aconsejarle que empiece a estudiar mandarín y alemán.

Después preguntan por qué a fulano le dio un infarto a los 50 años y la respuesta es sencilla: porque su única meta en la vida fue conseguir plata para disfrutar de un retiro cómodo. Lo grave es que muchos esperan a cumplir 70 para retirarse y se olvidan de que a esa edad es muy posible que la salud esté minada por tanto trabajo y estrés, que ya no provoca salir de la casa, todo hace daño y no resisten una misa con triquitraques. En países desarrollados se impone la política de vivir despacio, sin afanes ni tensiones; con tiempo para leer, mirar el atardecer, compartir con familiares y amigos; sin competencias, plazos ni metas inalcanzables.

Debemos recordar la enseñanza de Alejandro Magno quien quiso que lo enterraran con las manos por fuera del ataúd, para que todos vieran que aunque era el amo del mundo, se iba con ellas tan vacías como las tenía cuando nació.
pmejiama1@une.net.co

1 comentario:

Jorge Iván dijo...

Totalmente de acuerdo con tu pensamiento. Te faltó anotar que, no obstante los muchachos de hoy ser tan preparados como un yogur, a los 35 años les ponen la fecha de vencimiento.
Si yo hubiera sabido que esta vida de pensionado era tan deliciosa, lo hubiera hecho después de hacer la primera comunión.