domingo, enero 10, 2010

¡Y que vuelvan!

La discusión más estúpida que puede darse entre dos o más personas es la que tiene que ver con los gustos. Además de ser la más común, porque a toda hora vemos a la gente enfrascada en candentes alegatos acerca de una nimiedad que cada quien defiende a capa y espada. Cualquier tema se presta para diferentes interpretaciones porque ahí entra a figurar lo subjetivo, que se refiere al modo de pensar y sentir de cada uno.

Por fortuna en este mundo todos somos diferentes: las personas, los pueblos, los continentes. Si ni siquiera dos gotas de agua son idénticas, lo que a simple vista parece, entonces qué podemos decir si la comparación es entre seres humanos. Cada persona es un universo, cada cerebro único, cada célula particular e irrepetible. Pueden ser los gemelos más parecidos, pero si los detalla con lupa, encontrará tantas diferencias que no alcanzará a enumerarlas. Todos tenemos puntos de vista distintos y así coincidamos en muchas cosas con otras personas, es imposible que compaginemos absolutamente en todo.

Una costumbre típica de las personas es alabar sin modestias la ciudad que nos vio nacer. Querer su tierra natal es algo innato del ser humano, pero ello no quiere decir que para ensalzarla deba demeritar la de los demás. El regionalismo exagerado, condición común en muchos colombianos, no deja de ser empalagoso y chocante. Alguna vez supe de un antioqueño quien aseguraba que la salsa de tomate Fruco, la coca cola y la mantequilla rama que venden en el Éxito de Medellín, saben mucho mejor que esos mismos productos cuando son adquiridos en otras ciudades del país. Y que dizque el papel higiénico Familia de allá es menos ensuciador. ¡Hágame el bendito favor!

A los manizaleños nos tildan de rezanderos, chapados a la antigua, godos y montañeros. Empecemos por lo último: claro que somos montañeros. Esta ciudad está localizada a dos mil metros de altura sobre el nivel del mar, en la vertiente occidental de la cordillera central, y fue fundada en un terreno agreste y escarpado. Entonces no hay otra forma de definirnos porque mal quedaría si nos dijeran vallunos, costeños o llaneros. Montañeros a mucho honor y para más señas, descendientes de arrieros y de campesinos de alpargatas y machete al cinto. Lo de rezanderos está mandado a recoger, aquí y en el resto del planeta.

Durante algo más de 50 años la ciudad perteneció al Estado Soberano de Antioquia y se convirtió en un bastión estratégico de los conservadores para frenar la invasión liberal del sur, compuesta por los llamados negros del Cauca, que bajo el mando del general Tomás Cipriano de Mosquera, Mascachochas, buscaban acabar con la hegemonía conservadora de esta región. Cuando por fin los liberales lograron tomarse la ciudad lo primero que hicieron fue desterrar a monjas y sacerdotes, por algo tenían fama de come curas, y llenar las calles de Juanas, que era como les decían a las grillas de entonces. Imagino que muchos varones locales, que habían soportado un prolongado régimen monacal, se habrán dado gusto con las intrusas damiselas, aunque el recreo duró poco porque a la vuelta de unos años el poder conservador volvió a ejercer el control en la región.

Que nuestros ancestros eran mojigatos y rezanderos, sí señor. Qué le vamos a hacer pues. Pero también es cierto que de ellos heredamos la cultura, la gentileza, la educación y por sobre todo la amabilidad. Somos atentos y serviciales por naturaleza, y más si se trata de personas foráneas.

Por ello muchos de quienes acostumbran la temporada vacacional para visitarnos se llevan una buena imagen de Manizales y sus gentes, sobre todo por el comportamiento de la ciudadanía durante la semana ferial. Claro que en la ciudad existe el desorden lógico ocasionado por la juerga, hay más basuras en las calles, los vendedores callejeros nos invaden y una ola de carteristas y bandidos llegan de todas partes a pescar en río revuelto, pero el señorío del manizaleño se mantiene a pensar de todo. No es sino ver el comportamiento del público cuando participa en los diferentes desfiles, que son muchos, donde la policía ni siquiera necesita utilizar manilas para demarcar los espacios. Muy diferente a otras ciudades donde el voleo de harina, bolsas con agua y hasta con orines, pólvora y demás objetos peligrosos son el común denominador.

Es muy cierto el eslogan que dice que Manizales es una ciudad donde se puede vivir y ello quedó demostrado en reciente estudio realizado en todo el país, en el cual nuestra capital ocupó uno de los primeros lugares en cuanto a calidad de vida para sus habitantes. Una ciudad donde es posible ir a almorzar a la casa y hacer siesta; el tráfico fluye, se respetan los semáforos y nadie pita cuando estos cambian; pedimos a domicilio lo que nos provoque, servicio que es rápido y oportuno. Somos tranquilos y amigueros; los mafiosos no encuentran cabida en la sociedad; disfrutamos de un clima maravilloso, los tempeaderos están a media hora en carro y los paisajes son espectaculares. Aquí los ricos son de bajo perfil y sin importar el estrato, la gente es distinguida, bonita, bien presentada.

Ojalá todos quienes nos visitan se lleven la mejor impresión de nuestra ciudad y sus gentes, y solo nos queda decirles: ¡Que vuelvan!
Pmejiama1@une.net.co

1 comentario:

Jorge Iván dijo...

Tu comentario Pablo es muy cierto. Soy antioqueño, no tan regionalista como aquel que citaste, pero amo mi tierra con carriel y sombrero, puestos. Doy fe que las cuatro veces que he estado en Manizales es como si estuviera en mi casa y que conste que no tengo familiares o amigos, siempre he llegado a hotel y he ido con mi familia. Así que un día de estos vuelvo y les caigo.