miércoles, agosto 10, 2011

Ambición desmedida.

Los premios de las loterías muestran cómo se ha devaluado nuestro peso, pero sobre todo lo que ha subido el costo de vida. Es fácil recordar qué día de la semana jugaba la Lotería de Manizales hace ya varias décadas, por una frase que hizo famosa el recordado publicista don Arturo Arango Uribe, que decía: “Un jueves mejorará su suerte”.

Ese día pregonaban los loteros en las calles “jueeeeeega Manizaaaaaales” y como pocos podían comprar el billete entero, lo menudeaban en quintos; y eso porque todavía no ofrecían el popular chance, que sin duda desbancó el mercado de las loterías. Por cierto en un principio el chance se vendía de manera informal, pero muy pronto el gobierno procedió a explotarlo y empezó a adjudicar contratos, con las consabidas triquiñuelas que se acostumbran en esos casos.

El oficio de lotero ha sido una forma honesta de conseguir el sustento para muchas personas, pues ellos mantienen una clientela cautiva que les asegura un ingreso diario. En puestos de revistas y periódicos ofrecen lotería, además de los vendedores que con sus billetes recorren calles, entran a los cafés, visitan oficinas y empresas, viajan a las veredas, arriman a las fincas o donde haya un posible comprador. En Manizales ha sido tradicional un grupo de loteros que opera frente del Banco de la República, donde observan las placas de los vehículos para ofrecerles a los conductores los números que coincidan.

El juego de la lotería demuestra que la ambición del ser humano no tiene fondo, ya que los premios no dejan de aumentar para saciar el apetito de los apostadores. Por ello empezaron a aparecer los grandes sorteos, como el Extraordinario de Navidad que vendían por cuotas en todo el país, y que estuvo arraigado entre los colombianos que esperaban ansiosos la fecha en que rifaban el maravilloso premio. La lotería de la Cruz Roja, con Pacheco como figura de su promoción, también ofrecía un gordo muy apetitoso, pero fue hasta que apareció el Baloto y nos dañó la cabeza a todos.

Durante mi niñez un millonario era alguien que tuviera un millón de pesos, y de pronto un poco más, pero no alcanzábamos a imaginar que una sola persona pudiera llegar a poseer dos millones. Esa era una cifra fabulosa, absurda, astronómica, inimaginable. Las loterías ofrecían premios de medio millón de pesos, después subieron a cinco, veinte o cincuenta millones, de ahí saltaron a los cientos y cuando ya se habló de unos pocos miles, el monto parecía sacado de la ciencia ficción.

Estoy seguro de que el Baloto se tiró en las demás loterías, porque ante la posibilidad de ganarse de un solo totazo más de sesenta mil millones de pesos, cualquier otra oferta parece una chichigua. Porque nadie se detiene a pensar que otras opciones ofrecen premios menos atractivos, pero a su vez la posibilidad de ganárselos es mucho mayor; sobre todo que cualquiera arregla su vida con un golpe de suerte de cuatro o cinco mil millones. La prueba está en las filas para comprar Baloto cuando el premio alcanza una cifra récord, pero apenas cae y vuelve a empezar con la cifra básica, que son como dos mil quinientos millones, a todo el mundo le parece una limosna y las ventas se van al piso.

Lo gracioso es que muy pocos saben cuánto le entregan al que se gane por ejemplo cincuenta mil millones. De entrada le quitan el 20% por ganancia ocasional y tengo entendido que al año siguiente le cae el fisco de nuevo para que se baje de otra buena tajada; y lo mantendrán enhebrado el resto de vida porque ya saben cuánto tiene. Pero lo más triste de todo es que usted se gana esa plata y se lo traga la tierra, porque al otro día se tiene que largar para el exterior con todos sus seres queridos, y para regresar siquiera a saludar a los amigos, deberá contratar un verdadero ejército de guardaespaldas y rezar para que no sean esos mismos quienes lo secuestren.

También me gustaría comprobar qué tanto cumple el ganador todas esas promesas que hace mientras sueña con que la suerte lo atropelle, porque es común oír a la gente decir cómo van a repartir una buena parte de lo ganado, las obras de caridad que piensan apadrinar, los problemas de plata que le van a solucionar a más de uno y muchas otras buenas intenciones.

En una tertulia familiar pusieron el tema del Baloto y todos empezaron a decir qué harían de llegar a ser los felices ganadores. Entre tantos planes y propósitos el que más llamó mi atención fue el de un tío de mi mujer, quien durante toda su vida ideó proyectos y empresas que nunca pudo sacar adelante por falta de presupuesto. En ese entonces vivía con su mujer y con la suegra, vaciado, como siempre, y ante la pregunta de qué haría él al saberse ganador, respondió con absoluta sinceridad:
-Yo me levanto normal y como todos los días, a las diez de la mañana me cuelgo el saco del brazo, abro la puerta del apartamento y le grito a mi mujer que voy a la tienda un momentico a comprar cigarrillos. Luego salgo, tiro el portón ¡y no me vuelven a ver en la cochina vida!
pamear@telmex.net.co

4 comentarios:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Etimológicamente, pléyade creo que viene del griego y quiere decir paloma. En el idioma castellano utilizamos el término pléyade para designar "un grupo de personas contemporáneas reconocidas y destacadas, principalmente en las letras".

Pues bien, don Pablo, tomaré el término pléyade para decir que yo hago parte de la pléyade de colombianos, no precísamente por ser destacadso y reconocidos y mucho menos en las letras.

Yo hago parte de la pléyade de colombianos que nos caracterizamos por pendejos (Por no utilizar otro término que emplea parte del aparato reproductor masculino) que compra el baloto.

Sus artículos me gustan, porque al igual que las obras de arte despiertan en mi emociones. Esta vez su escrito, como dicen los paisas, me ´dejó "desinflado".

JuanCé dijo...

Pabloprimo:
¡Nada que hacer!
La lotería es el impuesto de los pobres, pero no sólo de los inopes, sino de los pobres de espíritu, entre los que con orgullo me cuento cuando el Baloto pasa a ser una cifra de esas escalofriantes, porque, no nos digamos mentiras: ¿uno qué hace con 60 mil millones de pesos?
Todo el mundo dice: muchas cosas; pero empiece a enumerarlas y le sobran por lo menos 40 mil paquetes.
A pesar de todo compro el Baloto, pero como con cierto sentido investigativo, sin muchas ganas, es verdad...

Anónimo dijo...

Cómo me dijo un amigo... "El Baloto es el impuesto del Bobo" y así me siento cada que lo compro... pero mientras que no baje ese gordo seguiré ahí pegado!

Y si me lo gano nos volvemos a ver en 5 años cuando ya esté mareado de darle vueltas al orbe.

P.

Anónimo dijo...

Tu columna me trajo a la memoria una casa muy famosa que hubo acá en Medellín. Se llamaba "La Casa del Millón", ubicada en el tradicional barrio Laureles. Esa casa, de propiedad del dueño, entre otros, de betún Beisbol, era el centro de atracción y lugar de romería. La casa, luego de muchos años de abandono por un litigio de sucesión, fue demolida y alli se contruyó un edificio de propiedad horizontal.

Obviamente las costosas casas de hoy se llaman "de mil millones"

Jorge Iván Londoño M