Quedamos en que San José se fue para el baño y dejó a su amigo a la espera de que le rematara el cuento, que aunque un poco forzado, resultaba entretenido. Claro que el contertulio alcanzó a pensar que si el carpintero seguía jartando cerveza a ese ritmo lo mejor sería que terminara su relato en el orinal, pero no, el hombre apareció al minuto y se acomodó para continuar con su historia:
“Imagínese pues nosotros en ese moridero sin un cochino peso y el baboso ese me dice que vuelva al otro día. Pues nada, me tocó esculcame los bolsillos pa luego convencer al condutor de un yi pa que nos llevara, que yo después le pagaba el saldo de los pasajes. Por fortuna un parcero dejó acomodar a aquella en una banca, aunque yo tuve que viajar chilinguiao atrás. Y llueva mijo porque le digo pues que desde que salimos de la capital no había escampao, y esas carreteras en puro pantano y volcanes por todo lao.
Yo no dudaba que en el prósimo güeco el muchachito se iba a venir, pero eso sí pa qué, esa mujer se aguantó la brincadera sin decir palabra y así llegamos al pueblo a medio día. De una me jui a averiguar por mis familiares, con tan mala suerte que unos días antes se habían ido a temperar a una finca que tenían pa los laos de Riosucio. Eso queda en los infiernos y ni pensar en ir hasta por allá, por lo que pegamos pa´l hospital a ver si la antendían, pero qué va, el dotor ditaminó lo mismo y otra vez pa la calle.
Le digo la verdá: yo estaba paniquiao. Varaos en la plaza de´se pueblo, con la pobre mujer pa reventase y sin con qué tomanos un tinto. Por fortuna se me apareció la virgen porque nos topamos con un cliente que me reconoció de cuando chiquitos, y apenas le conté en las que andábamos, nos brindó pintao con boñuelo en una cafetería y además nos ofreció una piecita que tenía desocupada en un taller de su propiedá. Allá nos juimos y organizamos un cambuche pa pasar la noche, pero yo seguía preocupao por la mujer. La única compañía que teníamos era un perro grandote, amarrao, que cuidaba el local, y así nos acostamos a dormir a ver qué pasaba al otro día.
Pues al poco rato aquella me dispertó quisque porque había reventao fuente. Yo atortolao no sabía qué camino coger, hasta que me salí pa la calle y resolví tocar en la casa vecina, con tan buena suerte que conocían a una partera que vivía ahí no más, a media cuadra. Muy comedidos esos vecinos, pa qué, porque todo mundo se puso a colaborar en lo que juera necesario. Los unos cargaban agua, otra trajo tinto, una señora ofreció una ropita que ella tejía y así solucionamos en parte las necesidades. Pues a la media noche en punto nació el pelao y la verdá es que no se parecía a mí ni en los jarretes; como sería, que una vieja imprudente preguntó con cierta burla que quién sería el taita de semejante belleza de zambo. Porque el chino resultó zarco, muy blanco él y hasta distinguido.
Hombre, la verdá es que amanecí deprimido cuando nos vimos solos íngrimos en ese taller, acompañaos sólo por el perro y un gato, por fortuna hidráulico pa que el chandoso no se largara a ladrale, pero a la final debí acetar que la suerte nos había acompañao. El amigo del taller me dio chanfaina como ayudante, porque yo no conocía ese destino, pero ahí me defendí porque siempre he sido muy curiosito.
Pero mire cómo son las vainas. Con mi familia nos largamos de´se pueblo cuando yo estaba chiquito y después de tanto tiempo me entero que mi apá salió volao porque tuvo problemas con un cucho muy influyente. Pues el nieto del viejo ese, al que todo mundo llama Don Rey, como que es traqueto y apenas supo que estábamos en el pueblo empezó a regar el cuento que me la iba cobrar a mí. Hágame el favor, me gané la lotería sin comprala. El tipo empezó a buscar a una pareja con un pelao recién nacido y no quedó sino que nos ayudaran a conseguir un trasporte que nos sacara siquiera hasta la carretera central.
Después de ponele la mano a mucho carro por fin un camionero se apiadó de nosotros y nos recogió, con tan buena suerte que iba pa la capital. El cliente muy formal hasta nos invitó a almorzar en el camino y aunque siempre miraba mucho cuando aquella alimentaba al pelao, yo algo me inventaba pa envolatalo. Con decile que hasta me prestó el cedular y llamé a un primo que vive en el barrio Egipto, donde quedó de danos posada mientras encontrábamos dónde vivir. De manera que la güida terminó siendo en mula y no en un burro como dirían después las malas lenguas.
Hasta ahí le cuento pues lo que fue ese viaje donde nació el pelao, que entre otras cosas resultó lo más juicioso, aunque ya tiene como diez años y hasta ahora no le he visto hacer ninguna gracia. Y con lo que nos habría ayudao un milagrito…
pamear@telmex.net.co
1 comentario:
Pablo:
Estos escritos tuyos son lo máximo.
¿Recuerdas a un viejito ingeniero paisa que se hacía llamar Argos?
Se dedicaba a coger gazapos en todos los medios escritos y además editó una serie de artículos sobre Mitología y creo que Historia Patria.
Esta serie tuya me parece como para hacerla conocer en todas partes.
Lástima que se acabó esta Semana Santa...
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