martes, febrero 21, 2012

La lucha diaria.

Puede ser un asunto de percepción o que uno con la edad se entera de mucha cosa, conoce más gente o se preocupa por asuntos diferentes a los que lo desvelaban durante la juventud, pero hoy en día al ser humano lo atacan una cantidad de enfermedades que superan con creces a las que conocíamos en nuestros primeros años. Otras razones válidas son que los avances de la tecnología permiten a los galenos diagnosticar con mayor exactitud los diferentes males que nos agobian o que el daño que le hemos infligido al planeta se refleja en el deterioro que presenta la raza humana en las últimas décadas.

Un ejemplo de dicho incremento puede notarse con la proliferación del cáncer. Durante mi infancia esa palabra era casi desconocida y rara vez nos enterábamos de alguien que padeciera la enfermedad; además no existían los tratamientos que hay ahora y los pacientes tenían pocas expectativas de vida. Años después la dolencia se volvió más común hasta llegar a lo que es hoy, cuando casi todos los días sabemos de algún conocido que lucha contra el temido mal. Insisto en que las técnicas modernas, los sofisticados equipos para imágenes diagnósticas, los exámenes avanzados y tantas otras herramientas que tienen los especialistas en la actualidad, allanan el camino para detectar y combatir la enfermedad.

Lo jarto es que la reiterada aparición del terrible padecimiento ha creado una paranoia que no da respiro, porque cada que alguien siente un dolorcito por aquí, una jodita por allá, cierto malestar recurrente o una fiebre sin razón, lo primero que piensa es que le van a encontrar un cáncer. Y como ahora cada que uno va a donde el médico le saca una biopsia de algo, un lunar, un mordisquito en la endoscopia, un esputo, la costra de una peladura o lo que sea que pueda mandar al laboratorio, el paciente queda en una capilla insoportable durante las dos o tres semanas que demoran en dar los resultados del estudio. Ni hablar de la terronera que mantenemos quienes ya pasamos por la dura prueba, porque basta con tener un uñero o un gas encajado para suponer que ya nos retoñó la porquería esa. Como decía mi tío Guillermo: “no pregunte de qué murió sino dónde lo tenía”.

Pero sin duda la lucha diaria de los seres humanos en los últimos años es contra la temida depresión. Ella a cogernos y nosotros a no dejarnos, como cuando jugábamos “la lleva” durante nuestra niñez. Porque sin importar la situación económica, la salud, los problemas personales o cualquier otra condición, la angustia del diario vivir es un monstruo que debemos neutralizar a punta de control mental y actitud positiva. Ansiedad, desasosiego, intranquilidad, nervios y demás mortificaciones por el estilo se encargan de amargarnos la vida a los seres humanos, situaciones que debemos envolatar con pensamientos agradables y sobre todo no dejarnos agobiar por el existencialismo. Toca vivir el día sin pensar siquiera en un mañana.

Sin duda el instinto de conservación es algo muy poderoso en los seres vivos, porque de lo contrario quedaría muy poquita gente en este amarradero. Está comprobado que quien atenta contra su propia vida pasa por un momento de locura, porque mientras le quede algo de lucidez ese instinto innato se va a interponer al momento de tomar la desesperada decisión. Muchas personas han pensado auto eliminarse en algún momento de su existencia, cuando los problemas del diario vivir y las angustias acumuladas no les dejan ver una salida a su atormentada situación. Claro que muchos de esos supuestos suicidas lo que quieren es llamar la atención, como el que sube a una torre a amenazar con aventarse y nunca lo hace; o quien ingiere una sobredosis de pastillas pero llama a un amigo para contarle, confiado en que él se encargará de llevarlo al hospital.

Una medida sana es apartar los pensamientos negativos y lograr encausar la mente hacia temas amables y relajados. Quien se despierta a media noche y empieza a darle vueltas a los problemas cotidianos, y se pregunta acerca del futuro de sus hijos, qué pasaría en caso de quedar desempleado, cómo enfrentaría una separación de su mujer, cuál de los miembros de la familia será el primero en enfrentar una enfermedad grave o en qué momento se le volteará el Cristo, seguro amanece angustiado y durante el día no podrá concentrarse. Importante tener presente que nada gana uno con adelantarse a los acontecimientos, que es absurdo angustiarse por algo que no ha sucedido, y que lo más sensato es agradecer el día que logró superarse y rogar por sobrevivir al siguiente.

En todo caso es impresionante el sinnúmero de males y afecciones físicas y mentales que nos agobian en el presente. Se enferma alguien y empiezan los médicos a buscarle por medio de exámenes y pruebas de todo tipo, mientras que familiares y amigos se dedican a especular con posibles diagnósticos. Poco después el cuento se riega y empieza a pasar de boca en boca, con un tris de morbo adicionado por cada uno de los interlocutores, hasta que terminan resumidas todas las hipótesis con un dictamen muy nuestro, que puede oírsele a alguien cuando le preguntan qué es lo que tiene fulanito, y simplemente responde: “una güevonada toda rara”.
pamear@telmex.net.co

1 comentario:

BERNARDO MEJIA ARANGO bernardomejiaarango@gmail.com dijo...

Buenas noches Pablo: si usted vive contento con los avances en electrónica, yo vivo doblemente contento con los avances en metodologías de diagnóstico, no solo en lo que compete a mi profesión, sino en el área de la medicina humana.
Desde hace unas décadas se han incrementado los riesgos de contraer enfermedades neoplásicas, muchísimas de ellas malignas, lo cierto es que igualmente se ha tomado conciencia de que se puede estar alerta, se puede llevar una vida relativamente sana, pero es bueno saber como estamos en términos anatomofisiológicos.
En lo personal, el año antepasado me salvé de la expansión de un estado neoplásico maligno, por un diagnóstico precoz.
Años atrás la gente se moría y muchas veces sin saber porqué. Recuerdo que entre las peticiones de mi mamá en sus oraciones había una que decía “Sálvanos de la muerte repentina”; la muerte repentina no era otra cosa que un infarto o un accidente cerebro-vascular, seguramente muy frecuentes por las costumbres mismas de alimentación aunque a favor tenían tanto estrés y tanta liberación de adrenalina.
Todavía, cuando oro, pido a Dios que no me lleve de manera repentina. Me parece terrible. Mi madre siempre quiso lo mismo y ella estoicamente decía que quería sentir que se estaba muriendo y así fue.
Las ayudas diagnósticas tienen de bueno eso, que nos dicen como estamos.