jueves, febrero 16, 2012

Reglas de comportamiento.

Insisto en que nuestro país debería incluir en los programas educativos, desde la primaria hasta el último semestre de la educación superior, un curso de buen comportamiento donde se inculquen al educando principios, ética, moral, honorabilidad, respeto a las normas y todo lo que tenga que ver con hacerlos excelentes ciudadanos. Pero que no sea de esas materias consideradas costuras y en cambio se constituya en una de las más importantes para aprobar un curso, con varias clases a la semana y que sea dictada por profesores de reconocida idoneidad. Porque definitivamente nuestra sociedad seguirá por mal camino mientras todo el mundo haga lo que le provoque, nadie acate las reglas y la consigna sea que el más avispado se lleva la mejor tajada.

Claro que dicha educación debe iniciarse desde la cuna, en el hogar, donde infortunadamente cada vez es menor el cuidado que se tiene de una buena formación de la prole. Cada uno de nosotros aplica lo que vivió durante su niñez al momento de educar a los hijos, y basados en esas enseñanzas procedemos muchas veces a criticar la forma como algunos manejan el asunto en sus propios hogares, porque produce desazón ver que en la actualidad son muchos los infantes que se mandan y hacen lo que les da la gana. La forma como manipulan a los papás; el desconocimiento absoluto que tienen del respeto a las personas, sin importar edad, sexo o condición; esa manera displicente de tratar de “guisos” a todos aquellos que estén por debajo de su estatus social; y la modita que han cogido de exigir derechos, pero sin cumplir sus deberes.

Mi generación creció en hogares donde el papá decía la última palabra, sin tener que llegar a gritar o a repartir correa entre los hijos. Algunos padres eran violentos y cascarrabias, pero la mayoría ejercía su autoridad de una manera civilizada y ecuánime, con el buen ejemplo como herramienta de enseñanza; mi papá ni siquiera alzaba la voz, pero todos sabíamos que las reglas eran para cumplirlas. Por fortuna en aquella época las amas de casa podían permanecer en el hogar, porque aunque parezca increíble con uno que trabajara era suficiente para conseguir el sustento, y la madre pasaba el día advirtiéndoles a los muchachitos que le pondría las quejas al papá cuando llegara.

Mi mamá no pasaba de amenazarnos con una chancleta o de meterle un pellizco al que estuviera muy cansón, y para la educación recurría a la sicología. Si alguno resolvía al almuerzo que no se tomaba la sopa, ella muy tranquila la guardaba en una alacena y a la hora del algo, cuando servían chocolate con arepa y parva, le ponía al renegado su plato de sopa al frente con la consigna que no podía probar nada más hasta que se la tomara. Si el zambo resultaba muy gallito y tampoco la recibía, entonces a la hora de la comida se repetía el procedimiento. En ese tire y afloje mi madre siempre salía vencedora, porque uno se desesperaba al ver a los otros comer bien sabroso y mejor resolvía zamparse esa vaina, y de una vez debía tragarse el orgullo.

A la hora de pedir un permiso la mejor táctica era decirle a mi papá cuando estaba concentrado haciendo el crucigrama del periódico, porque el hombre para salir de uno le decía que hablara con la mamá, y es bien sabido que ellas siempre han sido más fáciles de convencer. El caso es que cuando decían a algo que no, era no, a diferencia de los mocosos de ahora que al negarles cualquier cosa empiezan con una cantaleta desesperante, a repetir hasta el cansancio su petición, hasta que los papás les dan el visto bueno con tal de quitárselos de encima. Entonces los muchachitos crecen acostumbrados a que todo se puede alcanzar y durante su existencia, donde seguro van a toparse con obstáculos y privaciones, van a sufrir muchos desengaños y la vida se les tornará difícil.

Los principios y la buena educación deben inculcarse desde la primera infancia, y por ello pienso que la actitud de los colombianos va a demorarse en cambiar. Tendrá que producirse un relevo generacional porque los que ya tienen vicios de comportamiento no van a cambiar después de viejos, y así el corrupto lo será por siempre, lo mismo que el ladrón, el pícaro y el ventajoso. Creo que es muy trabajoso convencer a quien ha sido torcido para que enderece el rumbo de su vida. Aquel que no respeta normas, que aprovecha cualquier oportunidad para tumbar al prójimo, pisotea los derechos de los demás, no acata órdenes ni advertencias y se basa en la ley del menor esfuerzo, mantendrá su manera de comportarse hasta el final de sus días; y lo que es peor, dejará el mal ejemplo.

Muchos padres de familia se desvelan y preocupan porque sus hijos sean profesionales exitosos, consigan plata y se hagan a un espacio en la sociedad, pero olvidan inculcarles buenos principios. El ser humano debe ser ante todo buena persona, ciudadano ejemplar, respetuoso de las leyes y de los derechos de los demás. Mucho ojo con parecerse al antioqueño aquel que le repetía a su prole: Hijos, hagan plata honradamente. Si no se puede honradamente, hagan plata.
pamear@telmex.net.co

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