Algún día tendrá que normalizarse
la situación de violencia e inseguridad en este país, para que turistas de todo
el mundo nos visiten sin miedos ni prejuicios. En la actualidad pocos se
arriesgan a conocer esta bella tierra y casi sin excepción se llevan una grata
impresión de nuestros destinos turísticos, pero sin duda lo que más recuerdan
con cariño es a nuestra gente; por amable, expresiva y simpática.
De manera que aquí tenemos una mina
de oro en cuanto a turismo ecológico se refiere, sobre todo el de observación
de aves, porque son muchas las especies que habitan en los bosques de niebla
aledaños a Manizales. Claro que no es necesario meterse al monte para verlos,
porque basta sentarse en el corredor de una finca a disfrutar de infinidad de
pajaritos que vuelan de rama en rama; además del concierto de los cucaracheros
que ocupan los zarzos.
Es tanta la diversidad que desde mi
ventana, en plena ciudad, puedo ver diferentes especies que prefieren vivir en
la urbe con tal de evadir a los depredadores. Un pequeño gorrión conocido como pinche,
copetón o afrechero, es tal vez el ave citadina más común; invaden cualquier
espacio con tal de hacerse a unas migajas. Las palomas silvestres, llamadas
collarejas, se instalan en cuerdas de la luz y en aleros a currucutear, y hasta
el alfeizar de mi ventana llegan en busca de comida. Unas más pequeñas y
oscuras, cafés con pintas negras, son las abuelitas que se comportan de igual
manera a las anteriores.
Curioso es que las aguerridas caravanas,
temidas por su reacción cuando un depredador se arrima al nido y a las que conocí
siempre en campo abierto, aniden ahora en los techos de los muchos edificios
que oteo desde mi atalaya. Algún gallinazo vuela muy bajo sobre su territorio y
salen en pareja como aviones caza a lanzarse en picada para picotearle la
cabeza; en la actualidad se instalaron en un espacio verde que hay detrás de la
Escuela de enfermería. Otro caso llamativo fue el de una bandada de loras que
se asentó en el bosque del morro Sancancio y a cierta hora salían a volar por
el vecindario, creando una algarabía que las hacía visibles para todos; lástima
que unos días después se fueron así como vinieron, de repente. También he
tenido la oportunidad de ver un par de veces a los gavilanes migratorios que
cruzan nuestros cielos provenientes de Norteamérica.
Un halcón majestuoso patrulla el
vecindario todas las mañanas y trato de seguirlo con mi vista para ver los
sostenidos que hace cuando observa algún movimiento entre tantas tejas y recovecos,
listo a lanzarse en picada tras una posible presa. Y las estilizadas garzas que
temprano en la mañana y al caer la tarde cruzan en pequeñas bandadas, con ese
vuelo rítmico y lento que las distingue. Para nosotros, los preferidos son los
colibríes que gracias a la perseverancia de mi mujer, quien siempre les tiene
agua con azúcar en el bebedero, adornan la ventana con su vuelo, bellos colores,
plumajes tornasolados y elegancia natural; ellos son nuestras mascotas en
libertad.
1 comentario:
Pabloprimo:
Mencionas a las garzas con su aparición en las mañanas y tardes.
Me recuerda a A. Carpentier que decía que "se veían las garzas con ese su volar cayendo" Me parece una belleza semejante licencia literaria. Excelentes y muy simpáticos y ciertos todos tus escritos.
Publicar un comentario