Uno de los recuerdos más gratos que
tengo de mi infancia es cuando llegó mi mamá con una caja de cartón llena de
juguetes que nos mandaban de la casa de mi tío Alberto. Resulta que la tía Ruth
decidió hacerle ‘policía’ a los clósets de los hijos, porque estaban
adolescentes y mucha ropa ya no se la ponían; además de tanta mugre que se acumula
con el paso de los años y si no la botan o la regalan, seguirá ahí
indefinidamente.
En vista de que los juguetes
estaban en perfecto estado los separó mientras resolvía a quién dárselos y ahí
fue cuando al tío se le ocurrió llamar a mi mamá. Ella le dijo que claro, que
nosotros gozábamos con todo y que esa misma tarde pasaba a recogerlos. En esa
época los niños recibíamos dos regalos en Navidad, un bluyín o unas botas
pantaneras, y un juguete que variaba entre un camión marca Búfalo, una pistola
de rollo con su cartuchera o el anhelado rifle de corchos. Durante el resto del
año de pronto nos daban algún cachivache como cuelga en el cumpleaños.
De manera que ver llegar esa caja
llena de sorpresas, en tiempo frío y sin motivo, fue de gran alegría para
todos. En medio de la algarabía cada uno quería coger alguno de los objetos y
en esas mi papá puso orden, por lo que sería él quien los sacaría uno a uno
para analizarlos en grupo. Lo primero que vimos fue un barco de los que
navegaban el río Misisipi, con grandes paletas giratorias a ambos lados, que por
ser una maqueta del buque original presentaba hasta el más mínimo detalle.
Recuerdo su nombre, Robert E. Lee,
porque lo tenía en lugar visible de la cubierta principal. Mi papá nos contó
que fue el general que comandó los ejércitos de los Estados Confederados en la guerra
civil estadounidense; y que el juguete era un adorno, que lo pusiéramos en una
repisa para exhibirlo. Pues al primer descuido nos fuimos al tanque del
lavadero a ponerlo a navegar y el supuesto juguete paró las patas, por lo que debimos
aplicar diferentes métodos para sacarle el agua que se metió por los recovecos.
El siguiente fue un avión DC4 que
prendía todas las luces reglamentarias y empezaba a encender uno a uno sus 4 motores,
creando un ruido y un ventarrón increíbles con sus hélices; luego carreteaba,
hacía un giro y regresaba a la plataforma. Literalmente se nos chorreaban las
babas pero mi mamá de inmediato le encontró un pero: se tragaba cuatro pilas de
las grandes en un santiamén. Otro juguete maravilloso fue un buldócer de
control remoto que funcionaba igual a los de verdad, con las orugas, la pala y
demás mecanismos; era delicioso sentarse a mover tierra con ese aparato.
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