Hay personas que pelean con el papá, los hermanos, abuelos, sobrinos, tíos, vecinos, amigos y hasta con el gato, pero es trabajoso encontrar quien se pelee con la mamá. Claro que los hay, aunque parezca increíble. El amor y el apego que siente una persona por la madre es imposible de medir y sin duda es más fuerte que el que profese por cualquier otro ser querido, a excepción de los hijos. Por eso no existe nada más ofensivo que una mentada de madre y muchos se hacen matar por defender el honor de la progenitora, aunque hoy en día la palabreja se acostumbra hasta para saludar. Juro por mi madre, es otra expresión común.
El rol de mamá ha variado en la sociedad con el paso del tiempo, porque así como antes se mantenían a toda hora en la casa pendientes de los hijos y del funcionamiento del hogar, ahora deben trabajar y rebuscarse la vida para aportarle económicamente al ingreso familiar. Aparte de la gran cantidad de mujeres que enviudan o son abandonadas por el marido, a quienes llaman madres cabeza de hogar, también existen las madres solteras quienes deciden tener sus hijos sin amarrarse a un marido que les mortifique la vida. Todas por igual son el centro de la familia, la piedra angular de la sociedad.
Aunque queda claro que en la actualidad no es culpa de las mujeres su falta de presencia en el hogar para prestarle toda la atención a la prole, en muchos casos ellas sienten un remordimiento que tratan de resarcir con un cuidado exagerado de los muchachitos; una obsesión por controlarlos, una actitud basada en darles gusto en todo, nunca decirles no a nada, complacerlos hasta en el más mínimo detalle. La sobreprotección es dañina y cuando el retoño ya está en edad de salir con los amigos, entonces se desespera porque la madre quiere tener el control de todos sus actos y saber en dónde se encuentra durante las 24 horas del día. Por eso los críos ahora reclaman independencia y derecho a la intimidad; lo que llaman su espacio.
Los hijos tienen que vivir las etapas de la vida y superarlas, con todo lo bueno y lo malo que presenta cada una de ellas. Desde pequeños deben enfrentarse a quien los moleste, que hagan daños y maldades durante la pubertad, y en la adolescencia es normal que sean rebeldes, introvertidos y que digan que odian a los papás. Eso después se les pasa, con toda seguridad. La manía de empujarlos para que hagan deporte o se dediquen a algún pasatiempo para así alejarlos de las tentaciones, es una idea absurda; si no caen en malos pasos es por las enseñanzas que reciben de pequeños en el hogar, por el buen ejemplo que copian de sus mayores. Déjenlos disfrutar la vida, experimentarla, gozarla y sufrirla, porque la vida es una sola.
A los niños y adolescentes actuales todo les puede, porque como nunca les enseñaron a defenderse y les paran tantas bolas, en el colegio y en la casa, por cualquier pendejada forman una tragedia. Un ejemplo es lo que ahora llaman bullying, en inglés para que suene más interesante, que no es otra cosa que el matoneo o la montadera que se ha practicado desde siempre en todos los rincones del planeta. Quién no sufrió en su vida ese momento desesperado cuando por cualquier causa, en el colegio o los amigos de la cuadra lo cogían de mingo, a molestarlo, a burlarse o a estigmatizarlo. De esa situación se libraba uno cuando se agarraba a las trompadas con alguno de los torturadores, y sin importar que le dieran duro, el sólo hecho de enfrentársele era suficiente para que lo respetaran.
Ahora años los pocos que tenían la oportunidad de irse a otra ciudad a seguir una carrera universitaria, el único contacto que mantenían con la casa paterna era un giro de dinero que les hacían a principios del mes y de pronto una llamada telefónica cada quince días. De resto el muchacho tenía que defenderse sólo y manejar su presupuesto de manera que le alcanzara hasta recibir la próxima remesa. En cambio hay que verlos ahora llamar cada diez minutos para que desde aquí les solucionen los problemas: que se me perdieron las llaves del apartamento; que se dañó la computadora y ahí tengo el trabajo; que me robaron el celular; que cortaron la luz porque olvidé pagarla; que tengo dolor de cabeza y demás inconvenientes que a control remoto es imposible solucionar. Lo único que hacen es mortificar a unos papás que quedan preocupados y aburridos.
Me da golpe que cuidan a las mocosas con un celo enfermizo, pero el novio les hace la visita en la cama y cobijados, mientras ven televisión. Una amiga aseguró que su niña era admirable porque siempre que entraba a su cuarto, encontraba a la parejita arrunchada y concentrada en la pantalla. Claro, le respondí, más conchudos si se abejorrean delante de usted; pero eso sí le advierto, si ese par de zambos no se meten mano debajo de las cobijas, hágalos ver de un endocrinólogo porque tienen atrofiadas las glándulas que producen las hormonas. A veces me pregunto si es que los papás no recuerdan lo ganoso que es uno a esa edad.
pamear@telmex.net.co
1 comentario:
El malentendido o mejor dicho malejercitado amor maternal proteccionístico es muchas veces transferible al ejercicio de ser padre; los papás (asóciese al género masculino) en nuestro afán de que nuestros hijos no tengan las mismas falencias que nosotros padecimos, entre otras cosas por haber nacido en una época tecnológicamente diferente de la actual, nos hace iguales a las mamás proteccionistas: les damos a los "chinos" todo lo que nosotros no tuvimos. Resultado: los hijos, de ambos géneros en diferentes grados de desadapatción. Dígamelo a mi que estoy pagando en carne propio este ejercicio proteccionístico, desde luego mal hecho y perjudicial. Me pusiste a refleccionar y me dejaste preocupado con tu escrito estimado tataratataraprimo.... pero me gustó, como siempre.
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