Con regularidad publican estudios
realizaos por universidades de renombre internacional, en los cuales miden
comportamientos y costumbres de quienes habitamos este planeta. Aunque muchas
veces la información suena superficial y de poco interés, la espinita de la
curiosidad nos obliga a ojear qué lugar ocupamos en la lista de los pueblos más
felices, qué tan sedentarios somos, cuántos libros leemos, cuál es el consumo
de carne, cómo preferimos dormir, si nos defendemos en desempeño sexual, si
somos fieles e infinidad de banalidades por el estilo.
No recuerdo es que se hayan
referido a qué tan permisivos somos, porque seguro estaremos entre los primeros
lugares. Los colombianos nos tenemos confianza cuando se trata de criticar,
renegamos por todo, vivimos escandalizados con las situaciones aberrantes que
suceden a diario y nos lamentarnos de nuestros dirigentes, pero al momento de
protestar nadie está dispuesto.
Tenemos claro que en cualquier rincón
del planeta los poderosos son quienes ponen las reglas y se lucran de los
demás, aunque en otras latitudes lo hacen con sutileza mientras que en nuestro
medio actúan de frente, sin ambages ni vergüenza porque se saben frente a un
rebaño de ovejas que hacen fila para que las esquilen; o las esquilmen, palabra
que se acomoda mejor a nuestra realidad.
Cómo es posible, por ejemplo, que
nuestra justicia opere de una manera a todas luces indebida, porque está
politizada, es corrupta y manipulable, y el pueblo vea pasar ante sus marices
todo tipo de irregularidades sin que nadie tenga una herramienta para
impedirlo. Qué indefensión tan angustiante. Saber que en este país usted puede
cometer cualquier tipo de delito y mientras pueda contratar a uno de los abogados
mediáticos –Granados, Lombana, De la Espriella, Iguarán y demás personajes por
el estilo-, tiene la seguridad que lo sacarán libre o como máximo recibirá una
condena mínima para cumplir desde su domicilio.
Lo sucedido con el juicio por el
asesinato del joven Colmenares parece un guion de telenovela y pasan los años
sin que se dicte una sentencia. Mientras tanto resultan testigos falsos,
liberan a unos mientras involucran a otros, las muchachitas como que sí pero
que tal vez, y los abogados echan mano de todas las argucias habidas y por
haber para evitar la condena de sus defendidos. Todavía más escandaloso el
proceso contra Samuel Moreno, quien después de amangualarse con su hermano para
llenarse los bolsillos con dineros mal habidos, contrató abogados expertos en
dilaciones para evitar la realización del juicio y a ese paso está a punto de
recobrar la libertad por vencimiento de términos.
Todos los días desfilan frente a
nuestros ojos unos casos que en medio de la ira producen a veces hasta risa,
por absurdos y reprochables, y todos nos preguntamos cómo es posible que semejantes
bandidos se salgan con la suya ante la mirada atónita de un pueblo que no
reacciona, que espera en la comodidad de su casa que sean los demás quienes
protesten y hagan valer sus derechos. No voy a la marcha porque se me embolata
el almuerzo, parece que va a llover, se tira la siesta, es muy peligroso, voy a
la próxima porque tengo como ganitas de entrar al baño…
Y llegan las elecciones y votamos
por los mismos, situación que nos condena a soportar esta realidad por los
siglos de los siglos.
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