viernes, noviembre 13, 2015

Consumidores a granel.

Hace cincuenta años la única manera de adquirir la canasta familiar era en la plaza de mercado, lugar que visitaban los clientes de jueves a domingo por ser los días de mayor oferta y por ende de los productos más frescos. Disfrutábamos mucho el turno de acompañar a la mamá, sobre todo porque algunos tenderos tenían la costumbre de regalarnos monedas, las mismas que gastábamos donde Carmelita, una señora que vendía dulces artesanales en uno de los pabellones. Lástima que hoy en el sector campee la inseguridad, además del desorden de los vendedores informales que invadieron todo espacio disponible.

En aquella época los más acomodados evitaban ir a la ‘galemba’ y simplemente llamaban por teléfono a La Colmena, de don Antonio Llano, que allá quien contestara les tomaba el pedido; cada cliente tenía una lista de mercado impresa y simplemente leía los productos y decía cuánto quería de cada uno. Luego empacaban todo en canastos grandes que llegaban a las casas en las camionetas de reparto; ese negocio se distinguió por manejar las mejores marcas y ofrecer mercancías de excelente calidad. El mercado libre ha sido otra opción para conseguir los productos básicos y el primero que recuerdo funcionó en el parque Liborio; después durante muchos años detrás de Caldas Motor; y el actual, bastante limitado, en la entrada al barrio Peralonso.  

El salto a la modernidad lo dimos a mediados de 1970 cuando inauguraron el primer supermercado, La Milagrosa (calle 24 con carrera 17), a una cuadra del almacén París, negocio que acondicionaron en un antiguo convento al que le tumbaron algunas paredes para obtener el espacio necesario para acomodar las góndolas. Claro que tampoco es que fuera mucha el área requerida para ese tipo de negocio, ya que a diferencia de ahora que la oferta de productos atiborra las estanterías, en esa época de cada mercancía se ofrecían dos o tres marcas; Fruco o La Constancia, Luker o Corona, La Rosa o Noel, Lux Kola o Postobón…

Poco tiempo después construyeron el centro comercial Los Rosales, enseguida del Seminario Mayor, cuyo primer piso fue destinado a un supermercado que llevó ese mismo nombre. Fue muy bien recibido por la población residenciada en el sector, ya que hasta entonces no existía ningún tipo de comercio y para adquirir cualquier producto era necesario ir al centro; claro que también estaban las tiendas de barrio para solucionar urgencias y necesidades. Después de este primer negocio montaron otros que también desaparecieron con el paso del tiempo, hasta que empezaron a llegar las grandes cadenas a monopolizar el mercado.

En la actualidad hay una proliferación de supermercados que nos hace preguntar cómo es que hay tantos consumidores en la ciudad, porque pueden contarse dos o tres mercados de esos en una sola cuadra. Y basta entrar a cualquiera para observar las filas de clientes en las cajas con sus carritos llenos de productos, mientras por los altoparlantes anuncian promociones que atraen compradores como si de moscas se tratara. El consumismo en su máxima expresión se refleja en esas góndolas pletóricas de productos coloridos, provocativos y variados, la mayoría de ellos artificiales e insalubres.

La política de estos negocios es cubrirle al cliente todas las necesidades y después de amarrarlo por medio de una tarjeta de crédito, proveerle servicios hasta escurrirlo. Varias multinacionales compiten con una empresa manizaleña en el negocio de los supermercados, esfuerzo digno de admirar porque se enfrenta a rivales de mucho peso. Por ello debemos apoyarla para que las utilidades se queden aquí y no vayan a parar a los bolsillos de los inversores extranjeros. 

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