Hace cincuenta años la única manera
de adquirir la canasta familiar era en la plaza de mercado, lugar que visitaban
los clientes de jueves a domingo por ser los días de mayor oferta y por ende de
los productos más frescos. Disfrutábamos mucho el turno de acompañar a la mamá,
sobre todo porque algunos tenderos tenían la costumbre de regalarnos monedas,
las mismas que gastábamos donde Carmelita, una señora que vendía dulces
artesanales en uno de los pabellones. Lástima que hoy en el sector campee la
inseguridad, además del desorden de los vendedores informales que invadieron
todo espacio disponible.
En aquella época los más acomodados
evitaban ir a la ‘galemba’ y simplemente llamaban por teléfono a La Colmena, de
don Antonio Llano, que allá quien contestara les tomaba el pedido; cada cliente
tenía una lista de mercado impresa y simplemente leía los productos y decía
cuánto quería de cada uno. Luego empacaban todo en canastos grandes que llegaban
a las casas en las camionetas de reparto; ese negocio se distinguió por manejar
las mejores marcas y ofrecer mercancías de excelente calidad. El mercado libre
ha sido otra opción para conseguir los productos básicos y el primero que
recuerdo funcionó en el parque Liborio; después durante muchos años detrás de
Caldas Motor; y el actual, bastante limitado, en la entrada al barrio
Peralonso.
El salto a la modernidad lo dimos a
mediados de 1970 cuando inauguraron el primer supermercado, La Milagrosa (calle
24 con carrera 17), a una cuadra del almacén París, negocio que acondicionaron
en un antiguo convento al que le tumbaron algunas paredes para obtener el
espacio necesario para acomodar las góndolas. Claro que tampoco es que fuera
mucha el área requerida para ese tipo de negocio, ya que a diferencia de ahora
que la oferta de productos atiborra las estanterías, en esa época de cada
mercancía se ofrecían dos o tres marcas; Fruco o La Constancia, Luker o Corona,
La Rosa o Noel, Lux Kola o Postobón…
Poco tiempo después construyeron el
centro comercial Los Rosales, enseguida del Seminario Mayor, cuyo primer piso
fue destinado a un supermercado que llevó ese mismo nombre. Fue muy bien
recibido por la población residenciada en el sector, ya que hasta entonces no
existía ningún tipo de comercio y para adquirir cualquier producto era
necesario ir al centro; claro que también estaban las tiendas de barrio para
solucionar urgencias y necesidades. Después de este primer negocio montaron
otros que también desaparecieron con el paso del tiempo, hasta que empezaron a
llegar las grandes cadenas a monopolizar el mercado.
En la actualidad hay una
proliferación de supermercados que nos hace preguntar cómo es que hay tantos
consumidores en la ciudad, porque pueden contarse dos o tres mercados de esos
en una sola cuadra. Y basta entrar a cualquiera para observar las filas de
clientes en las cajas con sus carritos llenos de productos, mientras por los
altoparlantes anuncian promociones que atraen compradores como si de moscas se
tratara. El consumismo en su máxima expresión se refleja en esas góndolas
pletóricas de productos coloridos, provocativos y variados, la mayoría de ellos
artificiales e insalubres.
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