Produce nostalgia saber que esas
expresiones que heredamos de los mayores morirán con nuestra generación, porque
a la juventud actual le tocó una época muy diferente en todos los aspectos. Su
léxico está enfocado a la tecnología y la modernidad, y pocos se interesan por
mantener viva la tradición oral; tampoco le jalan a las actividades culturales o a la lectura. Otra cosa es que ahora
los muchachitos comparten con la mamá un ratico por la noche y los fines de
semana, mientras que nosotros la teníamos de tiempo completo. Sigo pues
desempolvando terminachos.
Siempre que caía un rayo mi madre
se daba la bendición y exclamaba: ¡Santa Bárbara bendita! Al achapado que
aparentaba juicio o inocencia le decía mosca muerta; güete o privada era estar
feliz; a cualquier exceso de expresividad, zalamería, repelencia. Al poco hábil
para un oficio, no le dicta; a una angustia, entripao o capilla; no decía loco
sino deschavetao; un peye es algo de mal gusto, raído, inservible; para una
‘muda’ muy elegante, percha o trusó; y la ropa que se lleva puesta, encapillao.
Si uno de los niños estaba achilado,
mi madre lo llamaba: Fulanito, diga a ver qué le pasa que anda remontado hace
días; y mire esa facha, parece de la violencia… péinese las greñas y métase la
camisa a ver si queda más presentable. A veces llegaba de hacer mandados,
rendida, se echaba en la cama y sentenciaba: Me les voy a maluquiar… vengo
rechinada con ese resisterio... además, con semejante patoniada traigo los pies
como unos bancos.
Durante nuestra adolescencia mi
mamá se acomodó al lenguaje que acostumbrábamos y era común oírla decir que
tenía la malpa, estaba friquiada o que había amanecido con la fiaca. Si le
pintábamos cualquier programa llamativo, respondía: Meto; porque eso sí,
novelera como ninguna. Una vez la llevé a Pereira a hacer una vuelta y al parar
en la carretera a mecatiar, antes de meterle el diente a las viandas preguntó:
¿acaso no vamos a pedir gasimba?
El sufridor para amortiguar o
evitar tallones; pedir de manera lastimera, lambrañar; la solterona, quedada;
en vez de siesta, cocha o perrito; la muchacha díscola, grilla o brincona; algo
insignificante, ñurido, piltrafa, viruña; el platudo, acomodao o pudiente; el
muy pendejo, atembao, sorombático, bajito de punto; zapotiar, picotear la
comida o dejar algo empezado; berrinche para una pataleta o un fuerte olor a
orina; y quien se desempeña con facilidad en alguna actividad, tiene mucha
cancha. Para pedir un favor, hágame una caridad; un paquete grande, joto; un
mocoso repelente, culifruncido; la cuelga era el regalito de cumpleaños; y el
juego brusco de los niños, patanería o rochela.
Los problemas familiares, pasiones;
y emprender cualquier actividad, poner función. Cuando se desesperaba con los
muchachitos se cogía la cabeza, miraba al cielo y exclamaba: Cristicos,
jesusitos… ¡me les zafé! Algo muy iluminado o aparentador, parece un altar de
corpus; alguien con mal semblante, traspillao; de dudosa procedencia, de medio
pelo; el pedigüeño y quejica, cagalástimas; y quien se notaba bajo de ánimo,
cariacontecido. Si en un velorio los familiares del muerto parecían tranquilos
y sonreídos, comentaba que estaban muy buenos de tristes.
Celosa de su estirpe, tan común en ellas, ya en edad
de tenoriar nos recomendaba antes de salir: Cuidadito pues se me aparecen aquí
con una pájara porque me da un infarto. Porque eso sí, cualquier mujer
voluptuosa, sexy y con prendas sugestivas, la tildaba de inmediato como una
negra asquerosa. Y que el remate sea el que acostumbraban nuestros mayores para
cerrar cualquier discusión: ¡Porque sí, porque yo digo y punto!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario