viernes, noviembre 13, 2015

Decían las mamás… (II)

Produce nostalgia saber que esas expresiones que heredamos de los mayores morirán con nuestra generación, porque a la juventud actual le tocó una época muy diferente en todos los aspectos. Su léxico está enfocado a la tecnología y la modernidad, y pocos se interesan por mantener viva la tradición oral; tampoco le jalan a las actividades  culturales o a la lectura. Otra cosa es que ahora los muchachitos comparten con la mamá un ratico por la noche y los fines de semana, mientras que nosotros la teníamos de tiempo completo. Sigo pues desempolvando terminachos.

Siempre que caía un rayo mi madre se daba la bendición y exclamaba: ¡Santa Bárbara bendita! Al achapado que aparentaba juicio o inocencia le decía mosca muerta; güete o privada era estar feliz; a cualquier exceso de expresividad, zalamería, repelencia. Al poco hábil para un oficio, no le dicta; a una angustia, entripao o capilla; no decía loco sino deschavetao; un peye es algo de mal gusto, raído, inservible; para una ‘muda’ muy elegante, percha o trusó; y la ropa que se lleva puesta,  encapillao.

Si uno de los niños estaba achilado, mi madre lo llamaba: Fulanito, diga a ver qué le pasa que anda remontado hace días; y mire esa facha, parece de la violencia… péinese las greñas y métase la camisa a ver si queda más presentable. A veces llegaba de hacer mandados, rendida, se echaba en la cama y sentenciaba: Me les voy a maluquiar… vengo rechinada con ese resisterio... además, con semejante patoniada traigo los pies como unos bancos.

Durante nuestra adolescencia mi mamá se acomodó al lenguaje que acostumbrábamos y era común oírla decir que tenía la malpa, estaba friquiada o que había amanecido con la fiaca. Si le pintábamos cualquier programa llamativo, respondía: Meto; porque eso sí, novelera como ninguna. Una vez la llevé a Pereira a hacer una vuelta y al parar en la carretera a mecatiar, antes de meterle el diente a las viandas preguntó: ¿acaso no vamos a pedir gasimba?

El sufridor para amortiguar o evitar tallones; pedir de manera lastimera, lambrañar; la solterona, quedada; en vez de siesta, cocha o perrito; la muchacha díscola, grilla o brincona; algo insignificante, ñurido, piltrafa, viruña; el platudo, acomodao o pudiente; el muy pendejo, atembao, sorombático, bajito de punto; zapotiar, picotear la comida o dejar algo empezado; berrinche para una pataleta o un fuerte olor a orina; y quien se desempeña con facilidad en alguna actividad, tiene mucha cancha. Para pedir un favor, hágame una caridad; un paquete grande, joto; un mocoso repelente, culifruncido; la cuelga era el regalito de cumpleaños; y el juego brusco de los niños, patanería o rochela.

Los problemas familiares, pasiones; y emprender cualquier actividad, poner función. Cuando se desesperaba con los muchachitos se cogía la cabeza, miraba al cielo y exclamaba: Cristicos, jesusitos… ¡me les zafé! Algo muy iluminado o aparentador, parece un altar de corpus; alguien con mal semblante, traspillao; de dudosa procedencia, de medio pelo; el pedigüeño y quejica, cagalástimas; y quien se notaba bajo de ánimo, cariacontecido. Si en un velorio los familiares del muerto parecían tranquilos y sonreídos, comentaba que estaban muy buenos de tristes.     

Celosa de su estirpe, tan común en ellas, ya en edad de tenoriar nos recomendaba antes de salir: Cuidadito pues se me aparecen aquí con una pájara porque me da un infarto. Porque eso sí, cualquier mujer voluptuosa, sexy y con prendas sugestivas, la tildaba de inmediato como una negra asquerosa. Y que el remate sea el que acostumbraban nuestros mayores para cerrar cualquier discusión: ¡Porque sí, porque yo digo y punto!

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