martes, agosto 30, 2016

Disquisiciones olímpicas.

Qué delicia disfrutar del banquete que ofrece la televisión para seguir desde primera fila los juegos olímpicos realizados en Río de Janeiro. Algunos disponen de tiempo para pasarse todo el día frente a la pantalla y no perder detalle, mientras la mayoría aprovecha cualquier momento disponible para echarle un ojo al espectáculo. Disciplinas deportivas para todos los gustos, aunque uno se entretiene con modalidades totalmente desconocidas que nos enganchan por ser novedosas y llamativas.

La calidad de las transmisiones es cada vez mejor y ahora con la tecnología de la alta definición se logra una nitidez absoluta; el inconveniente es que después de disfrutar de esa modalidad ya no puede verse televisión análoga. Por la televisión digital terrestre se opta por las trasmisiones de Caracol televisión y por la señal de cable se sintonizan los canales de deportes extranjeros, más otros que acondicionó el operador para trasmitir los juegos, todo en alta definición. De manera que puede saltar de canal en canal para escoger su preferencia.

Mientras disfruto de ese programa tan sabroso no puedo dejar de pensar en ciertas inquietudes que me asaltan. Por ejemplo, cómo hacían antes para manejar tiempos y demás mediciones, cuando todo se basaba en la agilidad de un juez para definir un resultado. Ahora, que son los aparatos electrónicos los que marcan tiempos, definen finales por foto finish y miden distancias, se pregunta uno cuántas serían las injusticias cuando todas esas decisiones se tomaban a ‘ojímetro’. Basta con ver en el fútbol cuando un jugador está en fuera de lugar, lo que se demora el juez de línea en pitar y levantar la bandera.

Otro asunto que me desvela es el de los records mundiales y olímpicos. Porque tiene que llegar el día que no estiren más, ya que bien es sabido que todo tiene un límite. Claro que por ejemplo el record mundial de salto con garrocha lo tiene el ucraniano Serguéi Bubka, desde hace más de veinte años y esta es la hora que nadie ha podido aumentarle siquiera un milímetro; igual sucede con el cubano Javier Sotomayor en salto alto. Pienso entonces que la raza humana desaparecerá de la tierra antes de que esas marcas deportivas se estanquen definitivamente. Cuándo será ese cuándo.

Son muy grandes las diferencias entre quienes habitamos el tercer mundo y los países desarrollados en cuanto a desempeño en los juegos olímpicos, por lo que deberían pensar en realizar las competencias por categorías. Con muy contadas excepciones las medallas son para los atletas del primer mundo, quienes reciben atención desde sus primeros años para convertirlos en atletas integrales; alimentación especial, alta tecnología, técnicos idóneos, educación, rutinas de entrenamiento y demás condiciones para que el individuo tenga un apoyo total.

A Michael Phelps le construyeron una piscina olímpica enseguida de la  casa para que no tuviera que desplazarse para ir a entrenar, mientras Oscar Figueroa creció en una fundación para niños desplazados en Cartago, bajo el manto protector de mi querida amiga Consuelo Palau; allí lo alimentaron, le permitieron educarse, lo arroparon y le brindaron una familia, mientras en un improvisado gimnasio levantaba pesas hechas con tarros de galletas rellenos de arena.

La supremacía estadounidense es apabullante; el poderío de la raza negra, arrasador; los orientales se destacan por su disciplina y efectividad; de existir todavía la antigua Unión Soviética sería imparable; y salvo algunas excepciones, los latinos nos destacamos por mediocres.     

Con disciplinas deportivas para todos los gustos, esa maravillosa torre de Babel que se reúne cada cuatro años logra demostrarle al mundo que los hombres podemos vivir en paz y armonía.

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