Cuando voy para Chinchiná y quien
maneja el carro me pregunta si prefiero la doble calzada o la carretera vieja,
escojo esta segunda opción. Claro que la primera es más cómoda y permite mayor
velocidad, además de que no hay que adelantar otros vehículos, pero me gusta
más la carretera vieja porque vamos más despacio y así puede disfrutarse mejor
el paisaje. También porque desde que llegué al mundo la recorro y de cada fonda
al borde del camino, de cualquier curva o tramo, tengo recuerdos imborrables.
A algún historiador le oí que la
comunicación terrestre con Chinchiná se hizo para la reconstrucción de
Manizales después de los incendios ocurridos en la década de 1920, ya que la
mayoría de los materiales eran importados y solo llegaban en tren hasta San
Francisco, como se llamaba entonces el vecino municipio. Hicieron cuentas de
cuánto tiempo demoraría subir todo ese hierro, cemento, herrajes y demás carga
en recuas de mulas, y la conclusión fue que pasarían varios lustros antes de
completar dicha labor.
Arrancaron entonces con la trocha
hacia Morrogacho, siguió por entre cafetales hasta La Quiebra del billar y poco
después, frente a la entrada hacia San Peregrino, por una carreterita que va
hacia la vereda El Rosario. Pocos kilómetros después hay una quebrada que no
tiene puente y que puede vadearse en carro sin inconveniente mientras no esté
crecida; sigue la ruta por la orilla del inmenso cause de la quebradita, que la
mayor parte del tiempo es un hilo de agua que corre por entre inmensas piedras
y material de río.
Al llegar a una finquita llamada La
Bombonera hay una Y que da la opción de seguir a la derecha hacia el peaje de
Pavas, o para la izquierda, que fue la de la carretera original, y que sube
hasta La Violeta para continuar por el trazado de la ruta actual. Así llega a
San Pacho, como le decían entonces a ese pueblo, y puedo imaginar lo que sería
la novedad cuando veían subir hacia Manizales por la incipiente carretera esas
grandes volquetas cargadas de materiales.
En el Bajo Tablazo funcionó hace
muchos años un retén de rentas departamentales y un poco más adelante, en la
recta de la vereda Jaba, quedaba el peaje cuyo tiquete costaba un peso; el
mismo que cobraba levantaba la guadua cada que un carro pagaba y entre los
hermanos nos peleábamos el recibo del peaje para hacer un avioncito y sacarlo
por la ventanilla. Pocos metros más abajo sigue ahí la cantina La Cumparsita,
cuyo dueño fue un bigotudo que mantenía todas las paredes del negocio forradas
con afiches de viejas en pelota.
Después siguen La Siria, Caselata,
La Violeta y unos kilómetros después la carretera corre un corto tramo paralela
al río Chinchiná. Siento nostalgia al recordar una fondita, El Pescador, que
había en la recta de Cenicafé; alrededor del negocio varias casitas de familias
que vivían de sacar material del río. Allí vendían unos pandeyucas muy sabrosos
y acostumbrábamos parar a comprarlos. Pues resulta que la avalancha que se
formó con la erupción del volcán Arenas en 1985 arrasó con toda esa pequeña
comunidad y después de su paso solo quedó el recuerdo de quienes allí
habitaban.
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