sábado, diciembre 10, 2016

Carreteras.

Cuando voy para Chinchiná y quien maneja el carro me pregunta si prefiero la doble calzada o la carretera vieja, escojo esta segunda opción. Claro que la primera es más cómoda y permite mayor velocidad, además de que no hay que adelantar otros vehículos, pero me gusta más la carretera vieja porque vamos más despacio y así puede disfrutarse mejor el paisaje. También porque desde que llegué al mundo la recorro y de cada fonda al borde del camino, de cualquier curva o tramo, tengo recuerdos imborrables.

A algún historiador le oí que la comunicación terrestre con Chinchiná se hizo para la reconstrucción de Manizales después de los incendios ocurridos en la década de 1920, ya que la mayoría de los materiales eran importados y solo llegaban en tren hasta San Francisco, como se llamaba entonces el vecino municipio. Hicieron cuentas de cuánto tiempo demoraría subir todo ese hierro, cemento, herrajes y demás carga en recuas de mulas, y la conclusión fue que pasarían varios lustros antes de completar dicha labor.

Arrancaron entonces con la trocha hacia Morrogacho, siguió por entre cafetales hasta La Quiebra del billar y poco después, frente a la entrada hacia San Peregrino, por una carreterita que va hacia la vereda El Rosario. Pocos kilómetros después hay una quebrada que no tiene puente y que puede vadearse en carro sin inconveniente mientras no esté crecida; sigue la ruta por la orilla del inmenso cause de la quebradita, que la mayor parte del tiempo es un hilo de agua que corre por entre inmensas piedras y material de río.

Al llegar a una finquita llamada La Bombonera hay una Y que da la opción de seguir a la derecha hacia el peaje de Pavas, o para la izquierda, que fue la de la carretera original, y que sube hasta La Violeta para continuar por el trazado de la ruta actual. Así llega a San Pacho, como le decían entonces a ese pueblo, y puedo imaginar lo que sería la novedad cuando veían subir hacia Manizales por la incipiente carretera esas grandes volquetas cargadas de materiales.

En el Bajo Tablazo funcionó hace muchos años un retén de rentas departamentales y un poco más adelante, en la recta de la vereda Jaba, quedaba el peaje cuyo tiquete costaba un peso; el mismo que cobraba levantaba la guadua cada que un carro pagaba y entre los hermanos nos peleábamos el recibo del peaje para hacer un avioncito y sacarlo por la ventanilla. Pocos metros más abajo sigue ahí la cantina La Cumparsita, cuyo dueño fue un bigotudo que mantenía todas las paredes del negocio forradas con afiches de viejas en pelota.

Después siguen La Siria, Caselata, La Violeta y unos kilómetros después la carretera corre un corto tramo paralela al río Chinchiná. Siento nostalgia al recordar una fondita, El Pescador, que había en la recta de Cenicafé; alrededor del negocio varias casitas de familias que vivían de sacar material del río. Allí vendían unos pandeyucas muy sabrosos y acostumbrábamos parar a comprarlos. Pues resulta que la avalancha que se formó con la erupción del volcán Arenas en 1985 arrasó con toda esa pequeña comunidad y después de su paso solo quedó el recuerdo de quienes allí habitaban.

Cuando quisieron ‘clavarnos’ un peaje en esa vía, el que gracias al firme rechazo de los chinchinenses logró impedirse, supusimos que nunca le meterían mano al mantenimiento para que la gente pagara el peaje de la doble calzada. Sin embargo, hay que reconocer que se le hizo una reparación completa a toda la calzada y en la actualidad está en perfectas condiciones.

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