sábado, diciembre 10, 2016

Como en botica.

Quienes hemos pasado la existencia en este pueblo querido de Manizales podemos recordar perfectamente cómo han sido las costumbres en las diferentes épocas, porque todo cambia o evoluciona, para bien o para mal. Durante nuestra juventud fue el sector del centro de la ciudad el entorno que preferimos y asombra ver lo diferente que era. Tranquilo, organizado, agradable, servía como marco a un comercio regentado por ciudadanos egregios que ponían sello de garantía a una actividad seria y responsable.

Los pocos vendedores ambulantes que recuerdo fueron unos loteros que trabajaban en el alféizar de una vitrina, frente al Banco de la República, y ahí mismo ofrecían pececillos para acuario sacados de alguna quebrada cercana, los mismos que mantenían en grandes porrones. En el mismo sitio trabajó durante algún tiempo un muchacho a quién llamábamos Pinocho, que vendía casetes menudeados que en esa época eran muy perseguidos por la juventud; poco después se instaló en Sanandresito, donde se distinguió como comerciante.

Bajo el alero del edificio Esponsión, enseguida del Club Manizales, algunos jipis ofrecían cachivaches expuestos en trapos negros dispuestos para tal fin, y durante la noche los negocios de comida hacían su aparición. En la esquina con la calle 23 instalaban la famosa olla del Banco de la República, en la que ofrecían deliciosas viandas; y en las afueras del Club el Gitano vendía unos deliciosos chorizos a los que no podían resistirse los copetones clientes que resolvían irse a acostar. Quienes preferían los negocios tradicionales se metían a La guaca del pollo, donde servían un consomé con huevo duro a la temperatura que se funde el plomo.

Hoy en día no dejo de sorprenderme cuando recorro la carrera 23 convertida en una mezcla entre mercado persa y galería. Hay de todo como en botica y da tristeza ver esa cantidad de gente detrás del rebusque para lograr echarse unos pesos al bolsillo. Entre las calles 14 y 19 el ambiente es malevo y en la esquina de la 17 un hotelucho de mala muerte ofrece ‘ratos’ a cinco mil pesos y por una noche cobran ocho mil, ‘negociables’. Severa ratonera.

En las afueras de los supermercados de la calle 19 las ventas ambulantes de frutas y verduras convierten el entorno en una plaza de mercado, y la mayoría de los productos son de baja calidad por ser desechos de cultivos o en muchos casos robados de las fincas. La gente compra porque son baratos y su bajo presupuesto no permite regateos. Sigue el recorrido y los ojos no alcanzan para ver todo lo que ofrece el panorama, con una variedad pasmosa de ofertas y posibilidades.

Las carretas con frutas no dan abasto y el mago biche con sal y limón es el producto estrella; también el chontaduro con esos mismos ingredientes y miel de abejas para quien lo prefiera. Frutas exóticas que no son comerciales se consiguen allí, guamas, madroños, zapotes, mamoncillos, ciruelas… En todo caso para mi gusto lo más detestable son los puestos de comida que hay en la bocacalle de la calle 29; en un local en esa esquina funcionó Míster Albóndiga, un alemán ‘seriote’ que vendía las mejores viandas. Ahora ofrecen debajo de parasoles, que dizque están prohibidos, una variedad de fritos que empalagan a la vista; hileras de perros calientes esperan la clientela que los devora con fruición.

Oí decir que esos ventorrillos desagradables son de propiedad de un concejal, bastante conocido por cierto, y ahí se me cayó el carriel. Porque si quienes rigen las normas de la ciudad son los dueños de esa mafia, entonces… ¿quién podrá defendernos?

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