miércoles, diciembre 07, 2005

La Satisfacción de Compartir

Siempre con la misma cantaleta, pero me impuse como obligación tratar de tocar el corazón de tantos que aunque tienen con qué pasar unas fiestas generosas, sin faltarles nada, se olvidan de que la mayoría de sus conciudadanos sufren y no saben lo que es un momento de solaz o esperanza. Porque muchos necesitan este recorderis para decidirse a hacer algo por el prójimo, pero siempre lo dejan para mañana y cuando se acuerdan, ya estamos a mediados de enero; claro que una ayuda siempre será bienvenida, pero alegrarle la cara a un niño, a un viejo o a cualquiera, así sea por una noche de fiesta y jolgorio, con cualquier paquetico para abrir a la hora de la llegada del Niño Dios, es un momento ideal para sentirse muy bien mientras disfrutamos esa noche tan especial con nuestros allegados. ¿Y qué tal brindarle a una familia pobre una buena cena con todos los adornos y arandelas?

Miren en los escaparates y la ropa que no se ponen hace 6 meses es porque ya no les gusta; ¿y de esos pares de zapatos cuántos utiliza?... recuerden que muchos no tienen con qué cubrirse los pies. Los mocosos de ahora son resabiados y solo utilizan sus prendas preferidas, y el arrume de mudas sin estrenar puede servir de regalo para un niño de escasos recursos. Y qué decir de la avalancha de juguetes que adornan las estanterías de la habitación, y los que están guardados porque ya no hay espacio, y el triciclo que se quedó pequeño, y los patines que pasaron de moda... Escojan, siempre con la ayuda y consentimiento de sus hijos, organicen y limpien el juguete hasta que parezca nuevo, empáquenlo con mucho cariño y vayan a entregarlo a quien corresponda.

Puede ser en el Hospitalito, una obra social, para los hijos de uno de sus empleados. No importa quién lo reciba, pero que sea alguien sin recursos que de verdad lo necesite. Basta con dedicar un sábado para entre todos hacer una "policía", como dice mi mamá, y esculcar a ver qué puede servirle a los demás; seguro que van a llenar varios talegos con cosas que a alguien le parecerán maravillosas.

Somos muchos los que por una u otra razón no vemos televisión en las horas de la mañana, y mucho menos si se trata de un programa presentado por Jota Mario, pero se pierde uno de cosas buenas como el corto espacio que tiene un manizaleño que nos dicta cátedra acerca de la generosidad y la entrega al prójimo: Jaime Eduardo Jaramillo, conocido en el mundo entero por rescatar los niños de la calle que viven en las alcantarillas. Papá Jaime le dicen, y ahora dedica casi todo su tiempo a dar conferencias y charlas en diferentes países, mientras mantiene sus ojos alerta para que la Fundación Niños de los Andes, su gran obra, funcione como debe ser.

Es bueno reconocer, además, la labor que cumple su hermano menor Alberto aquí en Manizales, quien a pesar de no recibir ni un solo peso de la sede principal, ha dedicado más de 15 años a sacar la obra adelante, con la ayuda de manizaleños pudientes que prefieren el anonimato pero que siempre están dispuestos a compartir y colaborar. Mientras tanto Fernando, el odontólogo, atiende los cientos de niños y muchachos que pasan por la Fundación con un cariño y una entrega total. Me gustaría preguntarle a don Jaime y a misiá Clementina con qué alimentaron esos muchachos de chiquitos, para que hubieran salido con semejante corazón.

En una de sus intervenciones televisivas Jaime Eduardo tocó el tema de los cuartos de San Alejo, los cuales no deben existir. Un mundo de chécheres estorbando mientras alguien puede darles el uso adecuado. Entonces llamó una señora a decir que tenía una silla de ruedas destinada a una mujercita que hizo la solicitud, para una niña de doce años que la requería. Ella solo quería donarla pero Jaime insistió que lo acompañara a entregarla, para que sintiera en carne propia la satisfacción de ayudar y compartir. Después de muchas disculpas, al fin la convenció y salieron para el barrio más lejano de Ciudad Bolívar.

Al llegar al tugurio, por unas calles sin alcantarillas y olores nauseabundos, encontraron a una muchachita de doce años que se arrastraba por el piso como una culebra, lo que le tenía destrozada su pequeña figura. Jaime la levantó, la acomodó en la silla y propuso que la llevaran a dar una vuelta y aprovecharan la mañana soleada. Al salir, la pequeña empezó a gritar como loca y aunque pensaron que era retrasada mental, la mamá les informó que era de felicidad porque hacía por lo menos 8 años que no salía al aire libre.

La dama que hizo la donación empezó a llorar desconsoladamente y Papá Jaime le dijo que suponía que esas lágrimas eran de satisfacción. Pero la señora respondió que de ninguna manera, que sentía un dolor indescriptible de pensar que esa silla estuvo tantos años en el garaje de su casa acumulando polvo, mientras esa niña se arrastraba por un piso de tierra como cualquier animalito.

Ahí les dejo esa historia para que nadie eche en saco roto la promesa de esculcar a ver qué podemos compartir en esta navidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola:
Quiero decirte que me leí todo tu blog, que me encanta la forma en que escribes, ya que en ella plasmas tu gran sensibilidad social y la visión tan humana de tratar el tema del cancer.