Los medios de comunicación y quienes trabajan en el oficio de la televisión, protestan con toda energía contra la medida que proponen para el Tratado de libre comercio, donde esperan que más de la mitad de la programación de los canales de televisión abierta, en el horario estelar, se componga de enlatados gringos. Lo que faltaba. Aquí se producen programas de excelente calidad y para gran parte de la población esa es la mayor entretención, sobre todo los que no tienen la opción de recibir televisión por cable. De la grabación de una sola telenovela viven 60 familias. Nuestra identidad cultural también se vería afectada ante semejante despropósito y debemos unirnos para impedir que nos metan ese gol.
Nosotros nos criamos viendo enlatados gringos y no puedo negar que disfrutamos mucho de ciertos personajes. Lo que pasa es que uno pequeño goza con todo y el ratico que nos sentábamos frente a la caja embrutecedora era a divertirnos con Giligan o el Super agente 86, para hacer un homenaje de una vez a esos dos actores recientemente fallecidos. Puede comprobarse dicha tesis porque ahora vemos una pendejada de esas y a pocas le encontramos alguna gracia. Además, empieza a echarles cabeza a muchos cabos sueltos que nunca nos cuestionamos, pero que ahora nos ponen a hacer conjeturas.
Claro que con los años uno es más corrompido, malicioso y suspicaz, y hace poco resolví hacerme unas preguntas que ruego a quien tenga la respuesta, o pruebas de que mis sospechas son infundadas o maliciosas, me lo haga saber. Empecemos con los investigadores privados de entonces, tema que ocupaba la mayor parte de la programación. El tal Bareta, que después resultó acusado de pasar al papayo a la mujer (muchos quisieran hacerlo pero pocos lo consuman), debía ser más mariguanero que un embolador; una prueba a mis sospechas, es que la cacatúa actuaba de una forma muy extraña, diciendo pendejadas y colgándose de las patas, lo que debía ser provocado porque esa pieza vivía llena del humo que desprenden los cachos de bareta. Lo que llaman una japonesa.
Sigamos con Magnum. Ese tipo era un conchudo y abusivo, porque después de que un millonario amigo lo dejaba ocupar una pieza en semejante quinta, el baboso sacaba el Ferrari del garaje y se iba a levantar viejas. No me explico a qué horas resolvía los casos, porque si no andaba de flirteo estaba en su cuarto beneficiando a la damisela de turno. Y el inglés flemático y zalamero que hacía las veces de administrador de la mansión, acompañado de un par de perros, no hacía más que echarle vainas y reclamarle por su comportamiento disoluto. Para mí que el tipo era marica, porque de lo contrario hubiera puesto la condición al inquilino que él comía callado si le llevaba una hembrita para participar en la rumba. Magnum, con esa pinta, podía llenar una buseta en media hora.
El viejo Barnaby Jones contaba con la vitalidad de un muchacho, y una lucidez mental que envidiaría cualquiera. Había que verlo correr como una gacela y después ni siquiera jadeaba. Tampoco usaba pistola porque maniataba al bandido más alentado con una llave inglesa y lo dejaba fuera de combate. Ahora que recapacito, a lo mejor era canoso pero no tan viejo; porque cuando uno tiene 12 años un tipo de 50 le parece un anciano.
Nunca he sido celoso, pero debo confesar que la traga de mi mujer por el doctor Kildare (Richard Chamberlain) me mantenía como maluco. Después, cuando hizo el papel de cardenal en El pájaro loco... no, perdón, es El pájaro espino, ella quedó medio desmayada de la emoción. Y hable de ese jediondo, y compárelo con todos los hombres, y sueñe con verlo en cualquier revista. Por ello fue grande mi satisfacción cuando en una entrevista radial, estando el tipo ya viejo, reconoció que desde chiquitico sintió atracción por los hombres; como quien dice, que era más dañado que agua de florero o que era un pisco de ésos que compran un pandeyuca y se le comen el roto. Recuerdo que ella se puso furiosa ante semejante comentario pero después de corroborarlo con varias personas, no le quedó sino aceptar. De todas formas es divino, sentenció resignada.
No quiero dejar por fuera los personajes de las tiras cómicas. Por ejemplo Popeye deja muchas inquietudes. Para empezar, el mocoso Cocoliso está muy grande para arrastrarse por el piso como una culebra; ya debería siquiera gatear. Y nunca le han mostrado las piernitas, lo que hace suponer que es patitorcido o chapín. Además, nadie sabe de quién es hijo el zambo, porque el marino lo único que hace es darse trompadas con Brutus por gallinazo, pero a la langaruta ésa no le coge ni la mano. Tampoco es claro qué fuma en la cachimba que mantiene en la boca, que se parece más a un dispositivo para soplar basuco. El biógrafo de Popeye, después de años de estudio, asegura que el hombre no hace popó sino boñiga, por la comedera de espinacas, y hasta pudo descubrir a qué huele el miembro viril del sujeto. ¿Que a pescado?, no, a pesar de su profesión. ¿Que a jugo de espinaca?, tampoco. No señores, el pirulo de Popeye huele a aceite de Oliva.
Nosotros nos criamos viendo enlatados gringos y no puedo negar que disfrutamos mucho de ciertos personajes. Lo que pasa es que uno pequeño goza con todo y el ratico que nos sentábamos frente a la caja embrutecedora era a divertirnos con Giligan o el Super agente 86, para hacer un homenaje de una vez a esos dos actores recientemente fallecidos. Puede comprobarse dicha tesis porque ahora vemos una pendejada de esas y a pocas le encontramos alguna gracia. Además, empieza a echarles cabeza a muchos cabos sueltos que nunca nos cuestionamos, pero que ahora nos ponen a hacer conjeturas.
Claro que con los años uno es más corrompido, malicioso y suspicaz, y hace poco resolví hacerme unas preguntas que ruego a quien tenga la respuesta, o pruebas de que mis sospechas son infundadas o maliciosas, me lo haga saber. Empecemos con los investigadores privados de entonces, tema que ocupaba la mayor parte de la programación. El tal Bareta, que después resultó acusado de pasar al papayo a la mujer (muchos quisieran hacerlo pero pocos lo consuman), debía ser más mariguanero que un embolador; una prueba a mis sospechas, es que la cacatúa actuaba de una forma muy extraña, diciendo pendejadas y colgándose de las patas, lo que debía ser provocado porque esa pieza vivía llena del humo que desprenden los cachos de bareta. Lo que llaman una japonesa.
Sigamos con Magnum. Ese tipo era un conchudo y abusivo, porque después de que un millonario amigo lo dejaba ocupar una pieza en semejante quinta, el baboso sacaba el Ferrari del garaje y se iba a levantar viejas. No me explico a qué horas resolvía los casos, porque si no andaba de flirteo estaba en su cuarto beneficiando a la damisela de turno. Y el inglés flemático y zalamero que hacía las veces de administrador de la mansión, acompañado de un par de perros, no hacía más que echarle vainas y reclamarle por su comportamiento disoluto. Para mí que el tipo era marica, porque de lo contrario hubiera puesto la condición al inquilino que él comía callado si le llevaba una hembrita para participar en la rumba. Magnum, con esa pinta, podía llenar una buseta en media hora.
El viejo Barnaby Jones contaba con la vitalidad de un muchacho, y una lucidez mental que envidiaría cualquiera. Había que verlo correr como una gacela y después ni siquiera jadeaba. Tampoco usaba pistola porque maniataba al bandido más alentado con una llave inglesa y lo dejaba fuera de combate. Ahora que recapacito, a lo mejor era canoso pero no tan viejo; porque cuando uno tiene 12 años un tipo de 50 le parece un anciano.
Nunca he sido celoso, pero debo confesar que la traga de mi mujer por el doctor Kildare (Richard Chamberlain) me mantenía como maluco. Después, cuando hizo el papel de cardenal en El pájaro loco... no, perdón, es El pájaro espino, ella quedó medio desmayada de la emoción. Y hable de ese jediondo, y compárelo con todos los hombres, y sueñe con verlo en cualquier revista. Por ello fue grande mi satisfacción cuando en una entrevista radial, estando el tipo ya viejo, reconoció que desde chiquitico sintió atracción por los hombres; como quien dice, que era más dañado que agua de florero o que era un pisco de ésos que compran un pandeyuca y se le comen el roto. Recuerdo que ella se puso furiosa ante semejante comentario pero después de corroborarlo con varias personas, no le quedó sino aceptar. De todas formas es divino, sentenció resignada.
No quiero dejar por fuera los personajes de las tiras cómicas. Por ejemplo Popeye deja muchas inquietudes. Para empezar, el mocoso Cocoliso está muy grande para arrastrarse por el piso como una culebra; ya debería siquiera gatear. Y nunca le han mostrado las piernitas, lo que hace suponer que es patitorcido o chapín. Además, nadie sabe de quién es hijo el zambo, porque el marino lo único que hace es darse trompadas con Brutus por gallinazo, pero a la langaruta ésa no le coge ni la mano. Tampoco es claro qué fuma en la cachimba que mantiene en la boca, que se parece más a un dispositivo para soplar basuco. El biógrafo de Popeye, después de años de estudio, asegura que el hombre no hace popó sino boñiga, por la comedera de espinacas, y hasta pudo descubrir a qué huele el miembro viril del sujeto. ¿Que a pescado?, no, a pesar de su profesión. ¿Que a jugo de espinaca?, tampoco. No señores, el pirulo de Popeye huele a aceite de Oliva.
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